Sembrando Paz en el Valle

Gary Wilkerson

A medida que pasamos por pruebas, a menudo nos cuesta mantener la paz. Esta es la primera etapa de cómo Dios nos guía en tiempos difíciles.

La paz es como cualquier otro fruto del Espíritu; implica maduración. Así como tu sabiduría madura, también lo hace tu paz. Dios la va añadiendo continuamente a través de todas tus experiencias, de la misma manera que crece cualquier fruto. Piensa en cómo se siembra una semilla para que florezca. A medida que brota, los vientos soplan en contra y las lluvias la inundan, pero Dios la ha diseñado para que resista y crezca a través de esas presiones constantes. Él sostendrá esa planta y, con el tiempo, dará frutos asombrosos.

Me reconfortan las palabras del salmista, que asegura a todo corazón abierto a la fiel guía del pastor: “Considera al íntegro, y mira al justo; porque hay un final dichoso para el hombre de paz” (Salmos 37:37). Un cristiano fiel puede ser sacudido y sentirse arrastrado por los problemas, pero el futuro de Dios para ese siervo es paz.

Si tú no sientes paz, espera. Ésta crecerá. La promesa de paz viene de Dios mismo, y Jesús ya pagó el precio por ella. Tus pruebas y tribulaciones están construyendo un futuro en el que no solo caminarás en paz continua, sino que darás fruto, realizando obras de justicia que perdurarán por la eternidad.

Sométete a la dirección de Dios y confía en su obra creativa en ti. Todo esto es parte del propósito que Él tiene en mente para tu vida. “Si corriste con los de a pie, y te cansaron, ¿cómo contenderás con los caballos?” (Jeremías 12:5). Fuimos creados para correr una carrera con su paz sustentadora en nuestros corazones.

Vivimos en una época y un lugar en los que se predica “prosperidad, prosperidad, prosperidad”, pero todos pasamos por valles. Como pueblo de Dios, sabemos que nuestras pruebas tienen un gran propósito. Allí es donde se manifiesta la creatividad misericordiosa del Señor. El valle es donde enfrentamos el problema de la paz, recordamos el precio de la paz y caminamos en su promesa de paz.

No hay pasto más verde que el de un corazón capaz de sembrar el fruto apacible de la justicia. “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días” (Salmos 23:6).