SATISFACIENDO NUESTRO ANHELO

David Wilkerson (1931-2011)

Algunas de las personas más bendecidas en la casa de Dios están ciegas a sus bendiciones. ¡Qué vergüenza! No disciernen las grandes cosas que el Padre les ha dado; y por eso no las disfrutan plenamente. Parte de la razón puede ser el hábito destructivo de la comparación.

Puedes mirar alrededor en el Cuerpo de Cristo y ver a otros cristianos que parecen ser más talentosos y bendecidos. Algunos han memorizado libros enteros de la Biblia, mientras que otros pueden predicar, enseñar o cantar. El diablo quiere que te compares con los demás, para que digas: “Pobre de mí. No tengo la capacidad cerebral de memorizar la Palabra de Dios y ciertamente no puedo armar un sermón. Simplemente no tengo ninguno de los dones que mis hermanos y hermanas tienen”.

Amado, Jesús dice: “¡Eres bendecido!” Él no dijo: “Bienaventurados los fuertes, los felices, los autosuficientes, los poderosos, los muy talentosos”. Pero en esa hermosa porción de la Escritura, comúnmente conocida como “Las Bienaventuranzas”, él menciona a los pobres en espíritu; aquellos que lloran; a los mansos; a los que tienen hambre y sed de justicia; a los misericordiosos; a los puros de corazón; a los pacificadores; y a aquellos que son perseguidos por causa de la justicia (ver Mateo 5:3-10). Él estaba diciendo: “Eres bendecido porque mi poder descansa en tu debilidad. Porque confías en mí, yo puedo usarte”.

Dios sabe todo sobre la naturaleza humana. Veamos a Abraham por un momento. Dios sabía que tendría una gran alegría cuando recibiera la promesa de su hijo. Abraham pudo decir: “¡Él lo hizo! Dios me prometió un hijo y cumplió su palabra”. Sin embargo, Dios también sabía que Abraham no estaría completamente satisfecho cuando el niño llegara. Él seguiría teniendo un hambre interna sin reposo, una necesidad inexplicable que ningún ser humano podría tocar.

¿No es esto lo que nos sucede cuando finalmente conseguimos lo que tanto hemos querido? Somos muy bendecidos cuando entendemos que sólo el Señor puede satisfacer plenamente nuestras necesidades más profundas.