Jesús, Santo y Ungido

Aceptando Nuestro Supremo Llamado para Compartir el Gozo del Señor

Hay dos elementos en la vida de Jesús que están destinados a ser parte de nuestras vidas también. Estos son que somos llamados a ser santos y ungidos. Algunos cristianos se asustan cuando escuchan esto. “Pues bien, yo vivo una vida moral y hago lo posible por ser piadoso — pero ¿santo y ungido? ¿Cómo podría ser esto con todos mis errores?”

Sin embargo aquí está, directo de la pluma de Pedro: “porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1°Pedro 1:16).

La única forma en que esto puede ocurrir es que Jesús nos de su propia santidad y unción. Y eso es exactamente lo que ocurre, a través de su perfecto sacrificio por nosotros. Cristo vivió 33 años sin mancha en la tierra, con todas sus motivaciones, palabras y acciones perfectamente santas. Si él hubiera sido culpable de un solo pecado, no habría podido pagar por todos nosotros. Pero a través de su perfecta vida en la tierra, su pago por nuestros pecados — y los de todo el mundo — es completo e infinito.

Pero la obra de Cristo por nosotros, es decir, su crucifixión, muerte y resurrección, hace más que limpiarnos del pecado. También se nos impartió su justicia. Piensa cuán maravilloso es: mientras todos nuestros pecados cayeron sobre él, toda su justicia llegó sobre nosotros.

Verás; uno de los pecados de que Dios nos limpia es el de nuestra profunda creencia de que nuestro comportamiento nos hace justos. Nunca podremos ganar nuestra entrada a un nivel de justicia superior; somos hechos justos solo por él. Ahí es donde está nuestra victoria. Como Pablo testifica: “y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3:9).

Tú puedes sentirte santo solo en los días en que estás bien, adorando, consciente de Dios todo el día. Pero no confundas esto con santidad. Jamás podrás ser más santo de lo que la sangre de Jesús te hace santo, incluso en tu mejor día. Entonces, es por su poder que somos dignos testigos, no solo en los buenos días, sino también en los malos. Su sacrificio no solo nos libera del pecado y nos hace justos, sino también nos da poder de hablar por él.

Todo esto tiene un propósito específico: para que podamos compartir el gozo del Señor con otros.

A pesar de los increíbles dones de Cristo para nosotros, algunos estamos convencidos de que no somos dignos de representar el evangelio. Pero esto contradice el evangelio: nosotros somos sus santos representantes no por nuestra capacidad sino por la obra de Dios en nosotros: “...el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).

Pedro fue probablemente el primer Cristiano que aprendió esta poderosa verdad. En Hechos 10, él estaba hablando en Jope con un curtidor llamado Simón. Un día mientras oraban en el techo, Pedro tuvo una experiencia reveladora sobre lo “inmundo”, una visión que afectaría la propagación del evangelio hasta hoy.

Pedro “...subió a la azotea para orar...Y...le sobrevino un éxtasis; y vio el cielo abierto, y que descendía algo semejante a un gran lienzo, que atado de las cuatro puntas era bajado a la tierra; en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo. Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come. Entonces Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás. Volvió la voz a él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común. Esto se hizo tres veces; y aquel lienzo volvió a ser recogido en el cielo” (Hechos 10:9-16).

Pedro estaba desconcertado por todo esto. Cuando de repente un grupo de hombres llegó a la casa. Ellos habían sido enviados por Cornelio, un militar cuya hija estaba muriendo. “Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te buscan. Levántate, pues, y desciende y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado” (10:19-20).

Los hombres dijeron a Pedro: “Cornelio el centurión, varón justo y temeroso de Dios, y que tiene buen testimonio en toda la nación de los judíos, ha recibido instrucciones de un santo ángel, de hacerte venir a su casa para oír tus palabras” (10:22).

Ahora Pedro entendió por qué Dios le había dado la visión. Él se fue con los hombres y cuando entró en casa de Cornelio, dijo: “Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (10:28).

Pedro entonces sanó a la hija de Cornelio. Y como resultado, todos los presentes aquel día llamaron a Jesús como Señor. Antes de eso, Pedro y los otros discípulos pensaban que el mundo gentil estaba cerrado al evangelio. Pero la revelación de Dios a él abrió la puerta para llevar su poder salvador y sanador al mundo.

El regalo de la santidad de Jesús es más que una bendición personal para nosotros: está destinado a darnos poder para hacer su obra.

Pero dijo: “cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:38). La palabra griega que Pedro utiliza para “ungió” aquí significa “tocar suavemente para untar o frotar con aceite”. La misma definición sugiere que los dones de Dios están destinados a ser compartidos. Y para eso es su unción en nosotros: para hacer las buenas obras que él nos ha llamado a hacer.

No mucho tiempo atrás, yo estaba terminando de hablar en una conferencia de liderazgo y tomé un servicio de transporte al aeropuerto. Una joven mujer se sentó justo al otro lado del pasillo y quedé frente a ella en mi asiento. Yo podía sentir cómo me observaba. Finalmente me dijo: “¿Es usted uno de los expositores de la conferencia?”

Yo dije que sí, y ella dijo: “¡Oh, estuvo brillante!” Yo nunca había escuchado esa palabra para describir uno de mis mensajes. Y ella agregó: “La forma en que describe usted el arte alemán del siglo XV fue increíble!”

Obviamente, habíamos asistido a dos conferencias distintas. “No, ese no fui yo” Me reí y le pregunté: “¿Pero usted es artista?” y respondió: “Sí, vivo en Nueva York; y qué hace usted?”

Respondí: “Yo tengo el mejor trabajo del mundo; voy viajando por todo el mundo diciéndole a la gente que Jesús les ama.”

“Wow” dijo ella, agitando su cabeza. “Eso es realmente... extraño”. No me ofendí. Podría decir que ella solo quiso decir “inusual”. Y le dije: “En realidad esto es bueno por que mucha gente está preocupara y dolida y no saben que hay alguien que los ama y sabe todo de ellos.”

“Oh”, dijo ella, abriendo grandes ojos. “Me puedo identificar con eso. Siempre que estoy en estas conferencias de arte, siento como que mi trabajo no está a la altura del de los demás” Entonces, para mi asombro, me dijo que su trabajo apareció en la revista TIME y en el New York Times—¡pero ella se sentía indigna!

Le dije: “Hay una manera en que pueda sentirse diferente consigo misma. Déjeme decirle quién es Jesús.”

“Oh, yo he escuchado de Jesús” me dijo. Sin embargo, cuando le expliqué, quedó claro que ella realmente no sabía nada de él - por ejemplo, que vivió una vida perfecta en la tierra. “¿En serio?” preguntó ella. “Nadie nunca ha vivido una vida perfecta.”

Entonces, le hablé sobre su sacrificio perfecto en la cruz. “¿Eso realmente pasó?” Preguntó ella. “¿Como esas figuritas de la cruz?”

“Sí, y murió por usted” Le dije. Ella preguntó: “¿Por mí?”

“Sí, por que Jesús le ama mucho” le dije.

Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Yo continué: “Y luego él se levantó al tercer día.”

Se quedó con la boca abierta y dijo: “No puede ser!”

“Sí, y él vive ahora mismo” le dije. “Él vive en mi corazón, y podría estar en el suyo.”

“La esperanza apareció en su rostro. “Oh, eso sería maravilloso” dijo ella?”

Cuando el autobus llegó al aeropuerto, todavía estábamos conversando profundamente, así que seguimos conversando en el terminal. “Yo quiero lo que usted dice” dijo ella. Le respondí que podiamos orar juntos allí mismo, y así fue, mientras decenas de personas pasaban. Cuando terminamos, ella abrió sus ojos y dijo: “Hay algo extraño aquí. Raro pero en un buen sentido.”

“Es la unción del Espíritu Santo” le dije. “El Espíritu Santo está tocando su vida” Ella comenzó a sollozar. “Oh, puedo sentir lo que usted está diciendo” dijo ella. “¡Por primera vez en mi vida, lo siento!”

Ella estaba siendo liberada. Intercambiamos tarjetas y estuvimos en contacto, y hoy ella está creciendo en Cristo. No mucho tiempo atrás, ella escribió para decirme que su marido era ateo pero que ella estaba orando para que fuera a la iglesia con ella.

Por mi cuenta, creo que nunca hubiera pensado en acercarme a una artista de clase mundial como esta mujer. Pero Jesús me ungió para hacerlo - cuando menos lo esperaba, y el mundo de alguien cambió gracias a ello.

Cuando aceptamos su unción, cumplimos su comisión para nosotros: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (Juan 14:12). Hay todo un mundo que necesita su poder sanador, limpiador y salvador. Y eso no sucede con nuestras estrategias o habilidad, sino por su perfecto sacrificio—“Por que yo voy al Padre.”

He aprendido a no dudar de ninguna oportunidad que Jesús me brinde.

La clave para esto es que creamos que la obra está hecha. Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les diera más fe, su respuesta lo dice todo: “...de cierto os digo, que si tuviéreis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible” (Mateo 17:20).

La palabra de Cristo es clara: No necesitamos más fe. Necesitamos dar pasos con fe, por que él ya nos ha ungido para hacer su obra. Te exhorto a aceptar su santidad, no importa lo que pienses de ti mismo y recibe su unción para cumplir con la obra que él ha preparado para ti. Él abrirá cada puerta y lo verás hacer maravillas que no habrías imaginado. ¡Amen!