QUITEN DE LA PIEDRA

Estoy convencido que no podemos obedecer completamente la palabra de Dios hasta que nosotros entendamos la razón por la cual el Señor nos llama a la perfecta obediencia. ¿Por qué Dios demanda esto? Es porque, ¿él es un déspota, un tirano que se deleita en poner cargas pesadas y dificultades a su pueblo? No, para nada. Jesús nos dice que la carga que él pone sobre nosotros es ligera y fácil de llevar. (Mateo 11.30). Sus ordenanzas no son gravosas.

Entonces, ¿Dios exige perfecta obediencia porque le aplaca de alguna manera? Ciertamente no. Nuestra obediencia a sus leyes no está diseñada solo para darle placer. Dios no está buscando satisfacer algo en sí mismo al vernos obedecer sus instrucciones.

Pero nuestra perfecta obediencia a él tiene algo que ver con su placer. Tiene gran placer cuando ve el fruto que produce nuestra obediencia. Nuestro Señor es como cualquier padre: le encanta ver a sus hijos bendecidos y madurando como resultado de su obediencia a sus instrucciones.

Bajo el antiguo pacto, la obediencia de Israel resultó en un beneficio y muchas bendiciones tangibles para ellos: “Mas a Jehová vuestro Dios serviréis, y él bendecirá tu pan y tus aguas; y yo quitaré toda enfermedad de en medio de ti. No habrá mujer que aborte, ni estéril en tu tierra; y yo completaré el número de tus días.” (Éxodo 23.25-26)

Gran fecundidad vino como recompensa por la obediencia de Israel. Dios dijo que cuándo ellos obedezcan sus mandatos, ellos entonces recibirían bendiciones materiales tangibles. Ellos verán incrementos en sus inventarios, viñedos y plantíos. Ellos disfrutaran buen clima, vestiduras finas, buenas casas y seguridad. Su obediencia dará como resultado una poderosa bendición espiritual, incluyendo la manifestación de la gloria del Señor.

Sin embargo, inevitablemente, Israel se irritó por la ley del Señor. Ellos rechazaron los mandatos diseñados para hacerlos fuertes, victoriosos y prósperos. ¡Era claro que fueron hechos para su beneficio, ¡pero ellos los resintieron!

En el Nuevo Testamento, algunos de los mas devotos seguidores del Señor cuestionaron su dirección

Los discípulos tenían toda la razón en cuestionar una de las direcciones de Jesús: “Luego, después de esto, dijo a los discípulos: ‘Vamos a Judea otra vez’. Le dijeron los discípulos: ‘Rabí, ahora procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá?’” (Juan 11.7-8). Los discípulos no podían creer lo que Jesús les estaba pidiendo. La ultima vez que estuvieron en Judea, la gente de ahí intentó matarlo y sin duda lo intentarían otra vez si volvían allá.

Cristo les contestó: “Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle.” (11.11) La respuesta de los discípulos: “Señor, si duerme, sanará.” (11.12) ¿Por qué despertarlo? Dormir es bueno para una persona. Si Lázaro está durmiendo, él se está poniendo mejor. Después Jesús les explicó a ellos que Lázaro había muerto. Esto debió de haber confundido mucho a los discípulos. ¿Por qué regresar al peligro si la batalla de la enfermedad de Lázaro había terminado?

Su Señor les había dado a sus seguidores una clara palabra, una dirección definida. Sin embargo, los temerosos y confundidos discípulos presentaron un sin número de excusas del porqué no deberían de obedecerle.  Obviamente, ellos vieron peligro para ambos, para ellos y para el maestro y no le vieron sentido a lo que Jesús estaba pidiendo.

Muchos cristianos devotos hoy en día reaccionan de la misma manera cuando escuchan una simple absurda dirección del Señor para sus vidas. Algunas veces el Espíritu Santo nos dice algo que no es contrario a la escritura pero que nosotros simplemente no entendemos. Nosotros pensamos, “Ese no puede ser Dios hablando. Debe de ser mi carne, mis propios pensamientos.” Luego encontramos rápidamente un pasaje muy conveniente para contradecir la orden de Dios. A pesar de todo esto, es el Espíritu Santo siempre está tratando de ayudarnos a seguir adelante, todo para nuestra propia bendición.

Lo que Jesús dijo a sus discípulos a continuación tiene un significado profundo para nosotros hoy en día.

Jesús explicó a sus seguidores, “y me alegro por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis; mas vamos a él.” (11.15) Cristo les estaba diciendo, “Estoy feliz de no haber ido cuando fui llamado al lado de Lázaro”. Tuve una razón para atrasarme, y esa razón no tiene nada que ver con Lázaro, sino con ustedes, mis amigos. El propósito es para purificar vuestra fe. Estoy a punto de ponerlos cara a cara con la más grande imposibilidad jamás conocida por la humanidad. Y para enfrentarla, van a necesitar una fe mayor.”

Jesús sabía que sus discípulos habían visto gente levantarse de la muerte – ellos habían visto como sanó a una niña que había estado muerta por algunas horas. Pero también sabía que sus discípulos jamás habían visto a nadie levantarse de la muerte después de cuatro días, cuando el cuerpo ya empezaba a echarse a perder. De igual modo, su incredulidad ahora estaba obstaculizando a la fe que él quería para ellos.

Esto lo vemos demostrado en la reacción de Marta, la hermana de Lázaro, cuando Jesús finalmente llegó al lugar. Ella dijo: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto.” (Juan 11.21) Marta creía que Jesús podría haber ofrecido ayuda cuando aún había una oportunidad de vida en su hermano. Ella confiaba que él podía sanar a una persona enferma y medio muerta, pero no alguien que llevara 4 días fallecido.

Yo creo que Marta refleja la actitud de muchos cristianos de hoy en día. Nosotros aceptamos que Dios puede realizar milagros para nosotros cuando hay aun una pequeña luz de esperanza en alguna situación. ¿Pero qué le sucede a nuestra fe cuando el Señor nos trae cara a cara a una circunstancia imposible que demanda su poder sobrenatural, una obra milagrosa?

Marta cuestionó la habilidad del Señor para realizar una obra milagrosa para su hermano. De forma similar, los discípulos dudaron de su poder para librarlos de la amenaza de muerte en Judea. Nadie le dio crédito al Señor de poder realizar lo imposible. En cada instante, ellos no tuvieron fe en que él podría sacarlos adelante de su situación.

Ahora venimos a lo que yo llamo “La experiencia de la crisis”

Nuestra crisis viene cuando el Señor empieza a tratar con nosotros acerca de algún asunto en nuestras vidas que se tiene que ir. Es una esclavitud que arrastramos año tras año, sin nunca disfrutar de la liberación. Se aferra a nosotros como la tumba a la muerte. Para obedecer perfectamente a nuestro Señor, necesitamos dejar esta carga, para abandonarla a un lado y caminar hacia la libertad. Nuestro habito de estar apegados a esa carga es señal de incredulidad. No confiamos en la capacidad de Dios de traer el fruto de vida a partir de nuestra obediencia a su palabra.

La realidad es que nos ha dotado con todo el poder y recursos que necesitamos para obedecer perfectamente a través de la presencia del Espíritu que habita en nosotros. “porque si vivís conforme a la carne, moriréis; más si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.” (Romanos 8.13). Lázaro representaba más que un cuerpo muerto. Él nos habla el día de hoy de dos cosas:

Lázaro representan las cadenas, cargas y hedor de la muerte. Es un símbolo de la obscuridad que envuelve al entierro de la esperanza y la libertad. Pablo fácilmente pudiera referirse a Lázaro cuando el escribe: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7.24).

Lázaro en la tumba también representa la revelación de Cristo. Él es una fotografía de la manifestación de la gloria de Dios ante la humanidad, una persona nos dio completa libertad del dominio del pecado. El representa resurrección y una vida libre de los grilletes de la muerte que pone cargas sobre nosotros para controlarnos.

Muchos creyentes hoy en día permanecen en crisis. Una gran roca esta delante de ellos en su camino, y esa roca es la incredulidad.  En la tumba de Lázaro, Marta protestó: “Dijo Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro días.” (Juan 11.39). Muchos cristianos hoy han adoptado este tipo de pensamientos sobre sus propias cargas o ataduras. Ellos se convencieron, “Este pecado se ha anclado a mí por mucho tiempo. He intentado romper esa atadura, liberarme de ella, pero todos mis esfuerzos han sido en vano. Este pecado está sumamente atado a mí.”

¡No! La revelación de Dios de su vida de resurrección está en esa tumba, toda envuelta en incredulidad. En este momento, Jesús te está diciendo lo mismo que les dijo a sus discípulos: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” (Juan 11.40).

Cuando Jesús vino a la tumba de Lázaro, el clamó, “¡Quiten la roca!” Con estas pocas palabras, nos estaba diciendo a todos. “           ¿Quieres ver liberación, quieres ser libre? He hecho un pacto contigo. Ahora, quita la piedra. Deshazte de tu incredulidad. Tienes todo el poder en ti para hacerlo.”

El no llamó a un Ángel para quitar la piedra. Él le ordenó a las manos humanas a hacerlo. Cuando ellos quitaron la piedra, fue un acto de fe, y ellos vieron la gloria de Dios. Salió Lázaro, sin las ataduras de la muerte pues fueron arrojadas fuera de su cuerpo resucitado,

Hoy, cuando TU quites y arrojes la piedra de la incredulidad, el poder de la resurrección de Cristo será derramado en ti. Con una sola palabra del Señor, todos los trapos de inmundicia del esfuerzo humano serán quitados de ti. Saltarás de gozo como un testimonio al mundo, clamando; “Dios, tu palabra es siempre verdadera. ¡Contigo nada es imposible!” Amen.