Nos Convertimos en lo que Contemplamos

David Wilkerson (1931-2011)

Esteban vio un cielo abierto y a un hombre glorificado en el trono cuya gloria se reflejaba en él hacia todos los que estaban cerca. “Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (Hechos 7:55-56).

Esteban representa lo que se supone que es un verdadero cristiano: uno que está lleno del Espíritu Santo con los ojos fijos en el Hombre en gloria. Alguien que refleja esa gloria de tal manera que todos los que la vean se sorprenderán y se maravillarán.

Esteban estaba en una condición desesperada, rodeado de locura religiosa, superstición, prejuicio y celos. Las multitudes enojadas lo presionaron, con los ojos desorbitados y sedientos de sangre; y la muerte se alzaba justo delante de él. ¡Tales circunstancias imposibles! Pero al mirar al cielo, Esteban contempló a su Señor en gloria y repentinamente su rechazo aquí en la tierra no significó nada para él. Ahora él se encontraba por encima de todo.

Un vistazo a la gloria del Señor, una visión de su santidad; y Esteban ya no podía ser herido. Las piedras, los insultos airados; todo era inofensivo para él debido al gozo puesto delante de él. Del mismo modo, un vistazo de la gloria de Cristo te coloca por encima de todas tus circunstancias. Mantener tus ojos en Cristo, acercándote conscientemente a él cada hora del día, provee paz y serenidad como nada más puede hacerlo.

Esteban captó los rayos del Hombre glorificado en el cielo y los reflejó en una sociedad que rechazaba a Cristo: “mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor… transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18).

Es tan cierto que nos convertimos en lo que contemplamos. Esteban se convirtió en un espejo vivo en el que los hombres podían ver reflejada la gloria de Jesús. Así también, ¡nosotros deberíamos hacerlo! Cuando el enemigo viene como un río, nosotros debemos tanto sorprender como condenar al mundo que nos rodea con nuestro dile y tranquilo reposo dulce en Cristo. Esto se logra manteniendo nuestras mentes en nuestro Salvador.