¿Dónde Están los Timoteos?

David Wilkerson (1931-2011)

Fue a los cristianos filipenses a los que Pablo les presentó por primera vez esta verdad: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5).

Pablo les escribió este mensaje mientras estaba encarcelado en Roma, declarando que él tenía la mente de Cristo y dejando de lado su reputación para convertirse en un siervo de Jesús y de su iglesia. Luego escribió: “Espero en el Señor Jesús enviaros pronto a Timoteo, para que yo también esté de buen ánimo al saber de vuestro estado” (Filipenses 2:19).

Este es el pensamiento, la manifestación de la mente de Cristo. Acá tenemos a un pastor, sentado en la cárcel, pero no estaba pensando en su propia dura situación. Solo le preocupaba la condición física y espiritual de su pueblo, y le dijo a sus ovejas: “Mi consuelo vendrá solo cuando yo sepa que les está yendo bien en espíritu y cuerpo. Como resultado, les estoy enviando a Timoteo para que vea como están”.

Luego, Pablo hace esta alarmante declaración: “Pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros” (Filipenses 2:20). ¡Qué declaración más triste! Mientras Pablo escribía esto, la iglesia a su alrededor en Roma estaba creciendo y siendo bendecida. Claramente, había líderes piadosos en la iglesia romana, pero Pablo dice: “No tengo a nadie que comparta conmigo la mente de Cristo”. ¿Por qué fue esto así?

Evidentemente, no había ningún líder en Roma con corazón de siervo, nadie que hubiera dejado de lado la reputación y se hubiera convertido en un sacrificio vivo. Ninguno tenía la mente de Cristo. En cambio, todos estaban decididos a perseguir sus propios intereses. “Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús” (Filipenses 2:21). Las palabras de Pablo aquí no se pueden suavizar: “Todo el mundo busca lo suyo. Estos ministros solo buscan beneficiarse a sí mismos. Es por eso que no hay nadie aquí en quien pueda confiar para que se preocupe naturalmente por sus necesidades y dolores, excepto Timoteo”. Pablo no podía confiar en que nadie fuera a Filipos para ser un verdadero siervo de ese cuerpo de creyentes.

Queridos creyentes, ¡seamos un Timoteo para nuestra iglesia y comunidad! Nuestra oración debe ser: “Señor, no quiero centrarme solo en mí mismo en un mundo que se está saliendo de control. No quiero preocuparme solo por mi propio futuro. Sé que tienes mi camino en tus manos. Por favor, Señor, dame tu mente. Quiero tener tu corazón de siervo”. Una vez que nos hayamos convertido en siervos para la iglesia, solo entonces tendremos verdaderamente la mente de Cristo.