¡Cuándo Llegas Al Final de Ti Mismo!
Cuando leemos las palabras de David en el Salmo 38, encontramos a este hombre santo y justo al final de sí mismo. Él estaba abatido y desalentado, y su lucha lo había debilitado de toda fuerza. Escucha su llanto turbado:
“Estoy agobiado, del todo abatido; todo el día ando acongojado. Me siento débil, completamente deshecho; mi corazón gime angustiado… Late mi corazón con violencia, las fuerzas me abandonan, hasta la luz de mis ojos se apaga… Pero yo me hago el sordo, y no los escucho; me hago el mudo, y no les respondo. Soy como los que no oyen ni pueden defenderse.” (Salmo 38:6, 8, 10, 13-14).
Cuando leí este salmo, me imagino que David se desplomó en la desesperación. Quizás lo que le molestó más, fue el no poder entender por qué repentinamente había caído tan bajo. Este hombre tenía hambre por el Señor, derramando su corazón a diario en oración. Él reverenció la palabra de Dios, escribiendo los salmos que ensalzaban su gloria. Pero ahora, en su estado depresivo, lo único que podía hacer era llorar, “Señor, estoy al final de mi lazo. ¡Y no tengo la menor idea por qué acontece!”
Como muchos cristianos desalentados hoy, David trató de averiguar por qué se sentía tan vacío y quebrantado en espíritu. Él tal vez revivió cada fracaso, pecado y acto insensato en su vida. En algún punto él pensó, “Oh, Señor, ¿será que todos mis actos descuidados me han dejado tan herido, que estoy más allá de la esperanza?”
Finalmente, David razonó que Dios lo estaba disciplinando. Él clamó, “Señor, no me reprendas en tu enojo ni me castigues en tu ira. Porque tus flechas me han atravesado, y sobre mí ha caído tu mano. Por causa de tu indignación no hay nada sano en mi cuerpo; por causa de mi pecado mis huesos no hallan descanso. Mis maldades me abruman, son una carga demasiado pesada.” (Salmo 38:1-4).
Permíteme señalar que David no solo escribió acerca de su propia condición en este salmo. Él describe algo que todos los amantes fieles de Jesús en algún punto en su vida han confrontado. ¡El habla de estar bajo un ataque demoníaco, bajo una plaga espiritual del desanimo!
Esta clase de espíritu desalentador, viene directamente del vientre del infierno. Y el tiempo viene cuando cada creyente fiel, es agobiado por esta experiencia repentina e inesperada. Ningún cristiano lo atrae a sí mismo, ni el Señor lo manda. Tal ataque generalmente no tiene nada que ver con ningún pecado o falla específica por el creyente.
Simplemente, el espíritu del desanimo es una arma potente de Satanás contra los elegidos de Dios. A menudo, él lo usa para tratar de convencernos que la ira de Dios vino por nosotros mismos, al no dar la medida a sus estándares santos. Pero el apóstol Pablo nos insta a no caer en las trampas del diablo: “para que Satanás no se aproveche de nosotros, pues no ignoramos sus artimañas.” (2 Corintios 2:11).
Pablo dice, “¡Tienen que ver su desanimo por lo que realmente es! Es un arma del demonio — una flecha que Satanás les dispara de su aljaba para hacerles dudar de sí mismos. Él sabe que no puede tentarnos para alejarnos de Jesús. Así que él lo inunda con mentiras viciosas, para hacerle pensar que nunca será lo suficiente bueno para servir a Cristo. ¡Él quiere abatirlo tanto que querrá tirar la toalla!”
Debilidad, dolor, quebrantamiento, problemas, inquietud, luto; todas estas cosas inclinaban el espíritu de David. Él sentía desanimo y un vacío, sin dirección, como si él no aprendió nada a través de los años. “…hasta la luz de mis ojos se apaga.” (Salmo 38:10). David decía, “He perdido mi entendimiento espiritual. Mi visión y revelación del Señor me han dejado. ¡No puedo llegar a Dios como antes!”
Entiendo como se sintió David. He dirigido cruzadas evangelístas en las cuales miles han venido a Cristo. También he ayudado a multitud de drogadictos y alcohólicos a la liberación en Jesús. Mi vida ha estado repleta de tales ricas bendiciones. Pero a menudo, días después de estos eventos, llego a ser agobiado por el desánimo. Acabo pensando, “Señor, mi vida ha sido un desecho completo. ¡No he logrado nada por ti!”
Esta es la obra del espíritu del desánimo de Satanás. ¡Nos hace un blanco para los poderes del infierno momentos después de nuestra victoria espiritual más grande!
Este pesado espíritu demoníaco derribó a David tan bajo, que estaba mudo ante la presencia de Dios. Él dijo, “Mas yo, como si fuera sordo no oigo; y soy como un mudo, que no abre su boca. Soy pues, como un hombre que no oye, Y en cuya boca no tiene represiones.” (Salmo 38:13-14).
En Hebreos la última frase significa “un hombre que ya no tiene más respuestas ni argumentos.” David decía, “Señor, estoy tan bajo y desalentado que no puedo levantar mis manos hacia ti. No puedo orar, porque estoy muy confundido para hablar. Estoy sin ánimo y vacío. No tengo nada que decir.”
El gran predicador inglés C.H. Spurgeon dirigió multitudes a Cristo por sus sermones poderosos. Pero él sufría ataques de melancolía. A menudo sentía como si nunca lograba nada en su vida. Él lamentó una vez, “tengo el corazón más negro en Bretaña.” Frecuentemente en su jardín, levantaba sus manos a Dios y clamaba, “Señor, nunca te he deseado más, mas mi espíritu nunca ha estado tan bajo. ¿Por qué me pasa esto?”
David expresó el llanto universal de las almas justas, que soportan la prueba del desánimo: “Estoy por desfallecer; el dolor no me deja un solo instante.” (Salmo 38:17). La palabra “desfallecer” en hebreo significa “caer.” David le decía a Dios, “No puedo, Señor. ¡Estoy por completo al final-y estoy por caer!”
Le podemos expresar a Dios todo lo que queramos, sobre nuestros sentimientos de fracaso. Podemos contarle acerca de nuestra desesperación por nuestros pecados y errores insensatos. Pero nunca debemos entretener pensamientos que él nos ha abandonado. Esta es una acusación grave, y nuestro Señor no lo toma levemente. Vemos su reacción inmediata a esta clase de acusación en Números:
“(Israel) viajó del monte Hor por el camino del Mar Rojo… En el camino, se impacientaron y comenzaron a hablar contra Dios y contra Moisés: ¿Para qué nos trajeron de Egipto a morir en este desierto? ¡Aquí no hay pan ni agua! ¡Ya estamos hartos de esta pésima comida! Por eso el Señor mandó contra ellos serpientes venenosas, para que los mordieran, y muchos israelitas murieron.” (Números 21:4-6).
¡Cuándo la Biblia me dice que mi amoroso Padre celestial, mando serpientes venenosas a su propia gente, y que ellos murieron de sus mordeduras, no puedo ignorar el mensaje muy claro: ¡Dios no permitirá tal incredulidad entre sus elegidos! Después de todo lo que nuestro amoroso Señor ha hecho por nosotros, la acusación más dañina que podemos hacer contra él, es decir que él nos ha abandonado. Debemos tener cuidado con tal incredulidad, especialmente en nuestros momentos difíciles.
David es nuestro ejemplo de alguien que mantuvo su fe. Aún en su punto más bajo, David no se permitió revolcarse en la incredulidad. Proclamó, “Yo, Señor, espero en ti; tú, Señor y Dios mío, serás quien responda.” (Salmo 38:15).
Si estas soportando un ataque de un espíritu demoníaco del desánimo, te sugiero que haga estas tres cosas:
No intentes escapar el ataque por tus propios esfuerzos. Tu no estas a la altura del espíritu demoníaco que está contra ti. La batalla está más allá de tu habilidad humana o el poder físico para combatir. Ni lo puedes solucionar hablando con amigos, o intentar vencerlos con libros, seminarios o consejeros. El conflicto está en el reino espiritual, y se tiene que pelear en el espíritu.
En su momento de desánimo, David no pudo entender por qué él estaba tan desanimado. Él preguntó, “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí?…” (Salmo 42:5). Pero sus preguntas no dudaban a Dios. David realmente comienza el salmo expresando su sed profunda por el Señor: “Como el ciervo [venado] brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?” (Salmo 42:1-2).
En medio de su desánimo, David clamó por una revelación del Señor. Él decía, “Dios, nunca antes había tenido más amor por ti. Tengo sed por tí como un venado corriendo por agua. Entonces, ¿por qué estoy tan desanimado? ¿Por qué sufro tan agobiante desánimo?”
Por supuesto, David experimentó en ocasiones la desesperación y depresión a causa de su pecado. Él soportó la disciplina del Señor por su orgullo, cuando él contó su éjercito, lo cual estaba contra la ley de Dios. Y él sintió el dolor de la vara de Dios, cuando él cometió adulterio con Betsabé e hizo arreglos para asesinar a su esposo. Su corazón se quebrantó con desaliento por el juicio que él le causó a su familia a causa de estos pecados.
Así, también, muchos creyentes estan desalentados hoy a causa de sus pecados. Algunos están deprimidos porque el Espíritu Santo ha querido traerlos en victoria, pero ellos se resisten. Ellos han escogido la manera carnal, y eso siempre lleva a la aflicción y el desánimo.
Sin embargo, me dirijo a creyentes arrepentidos aquí — los que buscan a Dios con todo su corazón. Estos siervos fieles son tomados por una clase diferente de desánimo. Esta clase cae sobre ellos repentinamente, de la nada, por ninguna razón aparente. Dejándolos totalmente enmudecidos.
Si esto es cierto de tí, puedes estar absolutamente seguro que estas bajo un ataque. Satanás ha mandado una nube de desánimo para agobiarte. ¡Y él tiene sus razones por hacerlo!
Verás, el desánimo es una de las herramientas más devastadoras del diablo, en sus ataques a los santos con hambre por el Espíritu Santo. Ha sido el arma preferida del enemigo por siglos contra los elegidos de Dios. Desde el día que llegaste a la seriedad con las cosas de Dios — determinando en tu corazón conocer a Cristo en su plenitud — Satanás ha procurado desalentarte. Él te ha visto cavar más profundo en la palabra de Dios todos los días. Te ha visto cambiar, creciendo, y venciendo toda mundanalidad. Así que te ha hecho un blanco de fuerte ataque. ¡Y créeme que ese ataque vendrá!
Ahora mismo puedes ser capaz de alabar a Dios con vigor en la iglesia, diciendo, “¡Este es el día de más gozoso que he tenido!” Pero ten cuidado con lo que viene mañana. Satanás usará su arma más poderosa — el desánimo — para tratar de derribarte.
Sin embargo, cuando el ataque venga, no pienses que es extraño. Dios permite esta clase de prueba ardientes con todos sus santos. Pedro escribe, “Amados, no se sorprendan del fuego de prueba, que les ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña les aconteció” (1 Pedro 4:12). ¡El desánimo es una prueba de Dios, que su pueblo ha soportado durante siglos!
Cuándo estás bajo el ataque del espíritu de desánimo del enemigo, no sentirás deseos de orar. Pero debes ir al lugar secreto y estar en la presencia de Jesús. No es necesario tratar de orar tu salida de la desesperación. Este es el momento para que el Espíritu de Dios obre en tí. Es su trabajo sacarte del abismo.
Cuándo vayas al Señor, se honesto con él. Díle lo débil e impotente que te sientes. Déjale saber, “Jesús, estoy seco. Ya no tengo más fuerzas. Si voy a salir de esta depresión, tu tendrás que hacerlo.”
En tales momentos bajos, el Señor es muy paciente con nosotros. Él no espera que ejerzamos algún esfuerzo intenso y ferviente en oración. Él conoce nuestra condición, y él se compadece de nosotros. Por lo tanto, siéntate en su presencia y confía en su Espíritu, para realizar en tí lo que él fue mandado a hacer. No importa que tan bajo te encuentres — ¡él nunca te abandonará!
Tenemos la noción que cada vez que fallamos al Señor, el Espíritu Santo vuela como un pájaro de nosotros. Algunos Puritanos divinos enseñaron esto. Ellos creyeron que el Espíritu de Dios sale de los cristianos por una temporada cuando él se aflige con ellos.
Yo nunca pude entender ni aceptar esta doctrina. ¿Cómo el Espíritu de Dios puede abandonarme cuando más lo necesito? Si él me abandona cuando fallo y caigo profundo en el desánimo, ¿cómo él podría ser mi Consolador? Eso no daría consuelo alguno. ¡De hecho, me dejaría bajo el poder de Satanás!
Igualmente, si el Espíritu Santo es el santificador de mi alma, ¿cómo él podría hacer su obra en mi, si entra y sale de mi vida cada vez que fallo? ¿Cómo podría ver mi pecado sin la presencia del Espíritu Santo y su convicción? ¿Cómo podría saber cómo cambiar, si él no está para indicarme y dirigirme?
Jesús nos prometió, “Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Consolador, para que esté con ustedes para siempre…no los dejaré huérfanos: vendré a ustedes” (Juan 14:16, 18).
Cuándo el espíritu de desánimo del diablo esté presente en tu vida, puedes estar tan turbado, que ni siquiera puedes susurrar una oración. Pero aunque no puedas pronunciar una palabra, puedes hablarle a Jesús en tu espíritu. Solo díle suavemente, “Señor, ayúdame. Este ataque es demasiado para mí. No puedo hacer nada excepto sentarme aquí en fe. ¡Estoy confiando en tu Espíritu Santo para que lo eche de mí.”
“Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he dicho” (Juan 14:26).
Recuerdo experimentar cierto ataque fuerte de desánimo, en cierto punto en mi vida. Aconteció cuando estaba lo más cerca de Jesús que cualquier otro momento. Era diligente en mi vida de oración, derramando mi corazón diariamente al Señor. Y pasaba horas escudriñando su palabra, devorando ambos Testamentos. Disfrutaba de dulce comunión con el Señor y vi muchas de mis oraciones contestadas. Hasta donde yo sabía, estaba en la voluntad perfecta de Dios, haciendo todo lo que él me decía.
Pero una mañana, mientras preparaba un sermón para la semana siguiente, algo vino a mí. Fui abrumado por una desesperación intensa. Vino de la nada, deprimiéndome fuertemente. Y aconteció por ninguna razón aparente.
No importó cuánto hacia, no podía sacudirlo. Conforme estaba sentado en mi escritorio con mi Biblia abierta, traté de seguir trabajando en el sermón. No podía llegar a ningún lado. De repente fui bombardeado con dudas, acerca de mi habilidad de tener un mensaje verdadero del Señor. Mi mente se inundó con pensamientos horribles que me dijeron, “Tú no puedes entender lo que escribió Pablo. Tú no entiendes el concepto del ‘hombre viejo’ y ‘hombre nuevo’. Tú no has comprendido ‘morir al pecado’ cuando el pecado existe todavía. ¿Cómo te atreves a presumir que puedes predicar la santa Palabra de Dios?”
Me senté allí por tres horas, determinado a excavar un mensaje. Pero nada venía. Por mitad de la mañana, todas las palabras en las páginas de mi Biblia parecían unirse. Mi mente estaba confusa, y mi espíritu estaba entorpecido, incapaz de oír algo del Señor.
Me hundí más en la desesperación, pensando, “Soy totalmente ignorante a la palabra de Dios. Pero seguí produciendo sermón tras sermón, semana tras semana. Realmente, no estoy sirviendo a nadie. Después de todos estos años, todavía no entiendo la Biblia. ¡Mi luz se ha pagado!”
Estaba convencido que no tenía nada que dar a la gente en nuestra iglesia. Cerré la Biblia y salí de mi estudio.
Mientras caminaba alrededor de la casa, mi desánimo sólo aumentó. Traté de averiguar por qué vino a mí en primer lugar, pero no tuve ninguna clave. Yo no tenía ningún problema financiero. No había crisis en la familia. Me sentía bien físicamente. Y no tenía pecado conocido. No tenía una sola razón para sentirme de esta manera.
Finalmente, entré a mi habitación de oración y me senté en el piso. Ni siquiera podía expresar una sola palabra al Señor. Pero, pude gritar desde mi espíritu: “Señor, no sé que hacer. Me siento tan deprimido que no puedo alcanzarte. Mas aun yo sé que nunca te he amado más que ahora mismo. ¿Por qué acontece esto? Por favor, Dios —ayúdame.”
Cuándo el diablo viene con su espíritu de desánimo, él te bombardea con una mentira tras otra. Él te miente acerca de tu matrimonio, tu familia, tus amistades, tu llamamiento, tu caminar con el Señor. Entonces él comienza a traer a tu mente cada pecado, fracaso y cosa insensata que hayas hecho. Antes que él termine, estas llorando, “ ¡Oh, Dios —jamás venceré!”
Esto es exactamente lo que el diablo me hizo a mí. Mientras oraba, soporté su bombardeo de mentiras infernales por casi media hora. Fue cuando la voz suave y apacible de Dios penetró a mi espíritu. Él habló a mí palabras llenas de amor y compasión: “David, eres grandemente amado. No te preocupes-mi mano está sobre ti. Estas bajo un ataque severo, pero no tienes por qué temer. No necesitas ningún esfuerzo propio para esta batalla. Tengo todo lo que necesitas.”
Lo primero que el Espíritu Santo hace en tales ocasiones, es traer a su recuerdo todas las promesas preciosas de Jesús. Y así hizo conmigo. Él inundó mi alma con docenas de promesas que sabía de la palabra de Dios. Y él me aseguró, “Tú vida no ha terminado. Tú no lo sabes, pero apenas has comenzado. Lo mejor esta todavía delante de ti.”
Mi espíritu se elevo dentro de mí. Cuándo me paré yo pensé, “¿por qué aguanté todo este desánimo? ¡Esto no es de mi Señor!”
Esa es la obra del Espíritu Santo. ¡Él deshace las mentiras del enemigo y trae el ánimo de lo alto!
Muchos cristianos entran a la presencia de Dios todos los días anticipando ser reprobados por él. Como debe afligir esto a nuestro Señor. Cuándo estamos en oración, debemos estar preparados para oír una palabra buena de nuestro padre amoroso. Pero muchos creyentes raramente lo están. Viví de esa manera por años. Cada vez que entraba mi habitación de oración, yo esperaba oír un reproche del Señor. Gracias a Dios, él me ha enseñado una mejor manera.
Por otro lado, hay denominaciones que evitan cualquier mención de un reproche santo. Mencionan muy poco acerca del pecado, porque ellos quieren predicar sólo los mensajes positivos y optimistas. En el proceso, ellos ignoran todas las reprensiones de convicción, que dan vida, que habló Cristo y sus escritores del Nuevo Testamento. Tales iglesias dicen predicar un evangelio del amor, la misericordia y la gracia. Pero tristemente, abusan la gracia de Dios, tomándola como una licencia para pecar.
Estoy consciente que no escribo este mensaje a esa clase de gente. Al contrario, me dirijo a cristianos vencedores, quienes evitan el pecado como una manera de amar al Señor. Hablo a los que disfrutan de la intimidad con Cristo, porque ellos tienen hambre y sed por él constantemente. Si esto te describe, y estas abatido y deprimido, por favor reconoce que no estás pasando esto porque eres ligero con el pecado. ¡Esta sucediendo porque estás bajo ataque por amar a Jesús!
Te aseguro — todos los que esperan en el Señor recibirán sus promesas gloriosas:
“Ni nunca oyeron, ni oídos percibieron ni ojo ha visto a Dios fuera de ti, que hiciese por el que en él espera” (Isaías 64:4).
“Como está escrito; Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni ha entrado en el corazón de hombre, son las cosas que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por su Espíritu: Porque el Espíritu examina todas las cosas, sí, las cosas profundas de Dios” (1 Corintios 2:9-10). Veamos más de cerca dos frases del pasaje en Corintios:
1. “…las cosas que Dios ha preparado para los que le aman” (verso 9). Satanás puede atacarte, con una inundación de mentiras y palabras desalentadoras. Pero si simplemente esperas en el Señor, su Espíritu vendrá a tí en medio del ataque, y expulsará todas las mentiras del diablo. ¿Cómo? ¡Él te dará una revelación de todas las cosas buenas que Dios ha preparado para tí porque tú le amas!
Nuestro Señor tiene un plan maravilloso para cada uno de sus hijos que le ama. Y ningún ataque satánico podrá alterar jamás esos planes contra sus hijos. Dios sabe las penas, luchas y aflicciones que enfrentamos hoy. Pero él también sabe las cosas gloriosas, que él ha trazado para nosotros. Él sabe la revelación que recibiremos, la utilidad que gozaremos, el fruto que veremos, el gozo y la paz que poseeremos. ¡Él tiene una “palabra buena” para todo aquel que le ama!
2. “… Dios nos las reveló a nosotros por su Espíritu …” (verso 10). El Señor desea mostrarnos su “palabra buena” acerca de lo que él ha preparado para nosotros. Y su Espíritu es el mensajero que trae esa palabra buena. ¡El Espíritu Santo dará alas a nuestro espíritu decaído, con la revelación de Dios para nosotros — y volaremos como águilas saliendo de las trampas de Satanás!
Escucha estas palabras maravillosas de Isaías:
“¿No has sabido? ¿No has oído, que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio y su entendimiento no hay quien lo alcance. Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.” (Isaías 40:28-31).
Esa es la obra del Espíritu Santo — alentarnos. Nuestro trabajo es simplemente confiar que él cumplirá lo que el Padre le ha mandado a hacer.
Ve a tu habitación secreta ahora mismo, aún en tu estado desalentado, y calla ante el Señor. Aunque no tengas las fuerzas suficientes para hablar, lo puedes alcanzar en espíritu. Díle a él esta oración:
“Señor, yo sé que tu Espíritu habita en mí. Y yo sé que lo mandaste para alentarme, reforzarme y revelarme la mente de Cristo. Así que Espíritu Santo, acudo ahora mismo a tí, en fe sencilla e infantíl. Habla a mi corazón palabras de consuelo. No me quedan más fuerzas. Tendrás que levantarme y dirigirme.”
El Espíritu de Cristo no permitirá que seas engañado. Él te mostrará las cosas buenas que Dios tiene por delante para ti. ¡Pero debes atreverte a creer que él te hablará!
No vas a desmayar. Vas a salir de tu prueba más victorioso, porque tu fe se habrá probado y tratada como oro. ¡Y verás que el Señor cumplirá cada promesa que él te ha hecho!