¡El Testimonio del Espíritu!
“Y el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es verdad.” (1 Juan 5:6).
Hace varios años atrás me invitaron a una reunión de avivamiento en una iglesia en los suburbios en las afueras de la ciudad de Nueva York. La gente estaba muy entusiasmada acerca de una “cruzada exitosa” llevada a cabo por dos jóvenes evangelistas. Finalmente, fui a uno de sus servicios y me sentaron al frente con el equipo de ministerio. ¡Lo que menos me sospechaba era que estaba a punto a soportar una experiencia terrible!
La gente estaban llamando a este par un “poderoso equipo evangelístico.” Uno predicaba y el otro cantaba y tocaba el órgano. Pero mientras comenzaba el servicio y yo observaba a estos dos hombres jóvenes, algo en lo más profundo de mí comenzó a moverse como con un tic nervioso. Sentí una inquietud extraña.
Antes de que el joven predicador comenzara su mensaje, él animó al público. Él tenia un bonito juego de regalos en una caja que él daba cada noche a la persona que trajera más visitantes. Había tostadoras, radios, licuadoras — ¡hasta una bicicleta la última noche!
Su predicación no era más que una historia excitante detrás de otra. Al gentío le gustó—pero yo ¡sentía nauseas! Ahora la inquietud dentro de mi habló fuerte y claro: “Esto no es de Dios — ¡todo es carnal! Algo malo esta tomando lugar aquí. El Espíritu Santo no está aquí. Esos dos evangelistas son homosexuales — ¡y están engañando a todo el mundo!
Esa noche me sentí enfermo, mi pena fue indecible — ¡pero todo fue porque el testimonio del Espíritu estaba operando en mí! El pastor estaba tan entusiasmado por la muchedumbre que echó a un lado todo discernimiento. Y a la gente le gustaba este espectáculo carnal porque se habían cegado espiritualmente — ¡ellos simplemente seguían al pastor!
Pocos años después, vi a esos dos evangelistas en un aeropuerto. Esta vez el testimonio del Espíritu me dijo que los confrontara. Nos saludamos y entonces – sin ninguna malicia en mi voz – dije: “Yo sé lo que ustedes dos son – ustedes son homosexuales. Por favor, ¡dejen de mofarse del Señor! Salgan y búsquense otro trabajo. Dios no les permitirá que sigan con esta farsa. ¡No quisiera verme obligado a descubrirlos!”
Mi advertencia no pareció molestarle a ninguno de los dos. Unos años después yo estaba en el norte de Canadá para una cruzada. Tarde esa noche después del servicio tuve hambre, así que mi anfitrión me llevó en auto a un restaurante lejano, como a media hora de camino. Mientras entrábamos, ¿a quien vimos sentados en una mesa cercana, entreteniendo a dos hombres muy afeminados? ¡Eran los dos jóvenes evangelistas! Cómo se sorprendieron cuando pasé por su mesa. ¡Sabían que habían sido atrapados!
No mucho tiempo después fueron descubiertos y dejaron el ministerio. ¡El Espíritu Santo confirmó lo que él me había mostrado años antes! Sin embargo, lo que más me asustó de esta experiencia fue que todos los pastores de las grandes iglesias que habían invitado a estos jóvenes nunca discernieron lo que eran. ¡Nadie tuvo el testimonio del Espíritu para exponerlo todo!
En otra ocasión fui invitado a escuchar a un tal llamado “evangelista poderoso” que llevaba seis semanas de servicios en una iglesia pentecostal grande en una ciudad del sur. Esta vez mi esposa, Gwen, y yo entramos al balcón sin ser vistos — ¡y qué espectáculo vimos!
El evangelista salió como un artista de club nocturno, con una chaqueta brillante de cuadros rojos. La muchedumbre aplaudía cuando él fue presentado. Yo quedé asombrado por todo esto—e inmediatamente me volví a Gwen y le dijo: “Cariño, ¡este es el farsante más grande que ha pisado un púlpito!”
Por los primeros cinco minutos, él solamente paseaba por el escenario, haciendo chistes y elogiando a la gente. Después bajó entre el público y besó a unas cuantas mujeres, implorándole a los maridos que no se pusieran celosos. Yo pensé: “Este es un hombre de teatro. ¡Él no conoce a Dios para nada!”
Su predicación también consistía de una historia increíble tras la otra—la gente estaba maravillada! Él dijo: “Estaba sentado en la barbería cuando entro el Vice Presidente y se sentó al lado mío. Él se volvió a mí y me dijo, para mi sorpresa, que sabía mi nombre. Él dijo: ‘Hermano Fulano de Tal, el Presidente y yo oímos todo acerca de sus reuniones. Por favor pase por la Casa Blanca la próxima vez que esté en la capital.”
Mire a Gwen y le dije: “Cariño, ¡él está mintiendo! ¡Está contando mentiras grandísimas!” ¡Pero todos aplaudían y se volvían locos! El pastor de pelo canoso se la comía toda. ¡Y la gran multitud estaba festejando con las escandalosas mentiras!
Gwen y yo nos fuimos—y durante todo el camino al auto tuve que agarrarme el estómago. No era un dolor físico; más bien, era un gemir interno, profundo, un dolor inexplicable. Era el testimonio del Espíritu otra vez — ¡mostrándome la diferencia entre lo santo y lo profano!
Dios le había dado a ese pastor lo que él codiciaba: una casa llena y gran multitud. ¡Pero le había costado el testimonio del Espíritu! Él estaba ciego — ¡él había perdido todo discernimiento! Cada persona llena del Espíritu que vivía una vida santa en esa iglesia reconoció el fraude en los primeros cinco minutos — ¡y salio de allí! Estos tenían el testimonio interior del Espíritu — ¡y no podían soportar estar en la presencia de ese hombre!
Hay momentos cuando el testimonio interno del Espíritu Santo no me permite callar. ¡El Espíritu se levanta dentro de mi y tengo que hablar, exponiendo la carne y el diablo a voces!
En una ocasión, un grupo de rock “cristiano” me rogó que asistiera a su concierto al aire libre. Yo fui, y la mayoría de lo que escuché estaba pasable; todo era baterías fuertes y música ininteligible. Entonces, para el final del concierto, las máquinas de humo se encendieron y las luces comenzaron a pestañear — ¡y el público se puso frenético!
Mientras miraba hacia arriba, vi un gran número de demonios volando del escenario y permanecer encima de toda la congregación. En ese momento, caí de espaldas en la tierra, literalmente afligido por el Espíritu Santo. El testimonio dentro de mí estaba diciendo: “Esto es ¡Icabod! ¡La gloria del Señor se ha ido!”
De repente, el Espíritu Santo tomo mi voz, me levanté y corrí por todo el lugar, derribando sillas a mi paso y gritando: “¡Icabod! Deténganse, -- ¡es el diablo!” ¡Pero a nadie le importaba!
Cuando llegue a casa caí sobre el piso de la sala, doblado, gimiendo y llorando. Casi no podía respirar. Cuando Gwen me vio se puso histérica. “David, ¿qué sucede? ¿Dénde te duele? ¡Háblame!”
Yo no podía hablar. ¡Nunca en mi vida había sentido tal pesar! Finalmente, dejé escapar: “Cariño, ¡es el pesar de Dios! Existe una ceguera en ese ministerio. ¡Ellos no entienden que es todo satánico! Todos aplaudían, ¡pero debían estar llorando!”
Nunca olvidaré esa noche. Hasta las horas de la madrugada yo lloraba: “O, Dios, todos esos predicadores, empleados, padres, jóvenes – ¡y ninguno de ellos podía verlo! ¡Nadie sabía que era la carne que Satanás estaba manifestando! O, Señor, ¿seré yo el loco? ¿Por qué fui tan movido? ¿Por qué corrí entre la gente como un tonto?”
Era el Espíritu Santo dentro de mí – ¡dando testimonio de la verdad! “…el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.” (Juan 14:17).
El Espíritu Santo habita en nosotros para revelarnos lo que es verdad y lo que es falso. Él habla con una voz suave y queda, en lo profundo de nuestro corazón. Muchos de nuestros santos antecesores creían en esta operación del Espíritu en los creyentes. Ellos predicaban mucho acerca de “tener el testimonio.” Pero ya no oigo esta verdad predicada. De hecho, ¡el testimonio del Espíritu casi no se menciona en la mayoría de las iglesias en la actualidad!
Sin embargo el hecho es que los creyentes necesitan el testimonio del Espíritu como nunca antes. ¡Y lo vamos a necesitar cada vez mas mientras el día del Señor se acerca! Satanás ha venido descaradamente como un ángel de luz para engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos de Dios. Sus seducciones malignas van a aumentar: falsas doctrinas, falsos maestros, y evangelios falsos. Aun ahora, multitudes son llevados por evangelios falsos – ¡cautivados por malignos falsos profetas y maestros corruptos!
Pero tú puedes tener el testimonio del Espíritu Santo dentro de ti – ¡para ayudarte a conocer si lo que estás escuchando está bien o mal, es verdad o mentiras! Con su testimonio operando en tu corazón, puedes escuchar cualquier enseñanza grabada, ir a cualquier reunión y leer cualquier libro – y saber sin lugar a dudas lo que es puro y lo que no es santo. ¡Puedes caminar en la seguridad que no serás engañado por cualquier maldad!
Verás, el testimonio interior del Espíritu opera sobre “el principio de paz.” La paz de Dios es lo más grande que puedas tener. ¡Y cuando tu paz es perturbada, puedes estar seguro que el Espíritu Santo está hablándote a ti! Cuando hay una molestia en tu espíritu – un temblor y un tumulto en lo profundo – Dios te está diciendo que algo es falso. Sentirás su vergüenza – ¡su pesar y su ira!
Puedes decir: “Ya tengo al Espíritu Santo viviendo dentro de mí. Pero quiero su testimonio en mi corazón. ¿Cómo puedo obtenerlo?”
“Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones,” (Colosenses 3:15). El pecado trae agitación al corazón. ¡Y cualquier pecado escondido y sin arrepentir le robará al creyente su preciosa paz! Su corazón se desgarrará por la culpabilidad, condenación y temor – y el Espíritu solo le dirá dos palabras a esa persona: “¡Arrepiéntete! ¡Huye!”
Sí, el Espíritu te hablará para corregirte; él tratará contigo acerca del pecado, justicia y juicio. Pero cuando se trata de darte dirección – eso es, la voz queda y quieta la cual te dice lo que debes hacer y adonde ir – ¡él no operará en una vasija inmunda!
Si persistes en el pecado—si no lo confiesas o tratas con el—tu corazón te dará una corriente de mentiras constantes. Escucharas enseñanzas que te harán sentir cómodo con tu pecado. Pensarás: “Mi problema no puede ser tan malo. No me siento culpable.” ¡Pero serás descarriado totalmente!
Isaías habla de un pueblo que andaba declarando su deseo por el consejo verdadero de Dios. Ellos decían: “¡Venga ya, apresúrese su obra, y veamos; acérquese, y venga el consejo del Santo de Israel, para que lo sepamos!” (Isaías 5:19).
Pero esta gente tenia engaño en su corazón – ¡y ellos terminaron pervertidos en todo su consejo! ¡El pecado había pervertido su juicio! Como resultado, no fueron capaces de discernir el mal. Y las cosas que eran santas y puras, ellos las llamaron injustas. Isaías dijo de ellos: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, lo dulce por amargo!” (Versículo 20).
Hace tiempo un ministro conocido me advirtió que no escuchara a cierto maestro bíblico. Él me dijo: “¡Ese hombre está predicando la peor falsa doctrina! Aléjate de el, o te destruirá. ¡Él es peligroso!”
Este conocido estaba lleno de ira hacia ese maestro. Pero cuando escuché al maestro por casete, mi corazón saltaba dentro de mí. ¡La paz inundaba mi corazón! Seguí esperando para escuchar la parte “peligrosa”—pero el mensaje era todo acerca de caminar en santidad y tener un corazón puro. Así que busqué otro casete, y luego otro — ¡y cada uno era mas dulce que el primero! Pensé: “¿Cómo puede alguien decir que esto es peligroso o maligno?”
Pero ese predicador acusador realmente creyó lo que le dijeron. Yo creo que una voz le hablo a él – ¡pero no era la voz de Dios! ¡Era la voz de su propia carne gritando, porque estaba siendo convencido de sus pecados!
Los mensajes de santidad y pureza habían tocado algo profundo dentro de él y lo habían airado. Y una voz interior le decía que esta buena enseñanza era mala. ¡Él juzgo totalmente mal! ¿Por qué? ¡Porque el pecado lo había cegado! Él se había comprometido con el mundo de alguna manera, y el espíritu del mundo había entrado en él. Jesús dijo que aquellos que son de este mundo no pueden escuchar la voz del Espíritu: “Al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce.” (Juan 14:17).
¡Amados, tengan mucho cuidado de no dejarse influenciar por el llamado testimonio de alguien! Cada vez que alguien me dice algo malo o reprochable de otra persona, quiero conocer al acusado. ¡A menudo es la devoción pura hacia Dios de esa persona que provoca el corazón del pecador!
Déjame hacer la distinción entre el orgullo y la humildad, pronto:
Una persona humilde no es una que se menosprecia, anda con la cabeza colgando y dice: “Soy nada.” Más bien, él es uno que depende completamente en el Señor para todo en toda circunstancia. Él sabe que el Señor tiene que dirigirlo, darle poder y vida – ¡y que él esta muerto sin eso! Él dice: “No haré nada hasta que tenga la mente de Dios. ¡No actuaré hasta que él me ordene!”
Una persona orgullosa, por otra parte, es uno que puede amar a Dios a su manera, pero actúa y piensa por su propia cuenta. En su raíz, el orgullo es simplemente ser independiente de Dios. Y la persona orgullosa toma decisiones basándose en su propio razonamiento, destreza y habilidades. Él dice: “Dios me dio una buena mente, y él espera que yo la use. Es una tontería pedirle dilección en cualquier detalle de la vida.”
Esta persona no se puede enseñar porque él ya “lo sabe todo.” Él puede escuchar a alguien con más autoridad o mejor conocido que él—pero no a alguien que él piensa que es inferior. ¡Yo sé que esto es cierto porque en un tiempo eso me describía a mi!
Yo era un joven evangelista volando muy alto, conocido por todo el mundo. Yo podía escuchar a cualquier conocido hombre de Dios. ¡Pero rara vez escuchaba a una persona desconocida y sin educación! Cada vez que algún joven predicador entraba a mi oficina a tratar de decirme algo, recibía cinco minutos de mi tiempo antes de ser sacado cortésmente. Yo razonaba: “Tengo toda esta experiencia. He pasado aguas tan profundas. A no ser que ellos tengan la misma experiencia, ellos no tienen nada que decirme.”
En años recientes, pensé que Dios le había dado un puñetazo mortal a esa actitud en mí. ¡Entonces sucedió algo hace unas semanas que me hizo ver que quizás aun tenga algo!
Una persona en nuestra lista de correos me envió un casete de enseñanza de un hombre desconocido. Me lleve el casete a casa y lo escuche por quince minutos, y me di cuenta que este hombre desconocido estaba diciendo la verdad. El testimonio del Espíritu me dijo que estaba escuchando a un hombre verdaderamente santo y humilde.
Entonces el predicador dijo que no tenía educación. Él no había estudiado libros; solo el Espíritu le había enseñado. Él explico en su acento sureño que el único libro que él había estudiado durante los últimos quince años era su Biblia.
Por un momento fugaz pensé: “Este hombre no me puede enseñar nada. Yo soy un ávido lector—he leído volúmenes enteros de los Puritanos y las vidas de todos los grandes misioneros. ¡Pero él suena como que nunca ha leído un libro!” Así que apagué el casete.
Entonces el testimonio del Espíritu me dijo claramente: “Préndelo otra vez. ¡Él tiene mucho que enseñarte!”
Ahora he ordenado seis casetes más y sus libros – ¡y he sido grandemente bendecido! ¡Sin embargo, mi ciego orgullo me hubiera robado de algo que Dios quería para mi crecimiento!
¡Ni una sola palabra que recibe una persona orgullosa es de Dios! Es imposible que el haga justo juicio—imposible que hable con la mente de Dios—porque el Espíritu Santo no está presente en él para testificar de la verdad. “Hay camino que al hombre le parece derecho pero su fin es camino de muerte.” (Proverbios 14:12).
Puedes preguntarte: “¿Cómo puede ser que una persona que esté llena del Espíritu Santo escuche voces extrañas en vez de la del Espíritu?”
Considera al Rey Saúl – un ejemplo primordial de orgullo — ¡un hombre que insistía en hacer las cosas a su manera! Él no podía esperar que Dios actuara. Así que cuando el profeta Samuel se tardaba en llegar para hacer los sacrificios antes de la batalla, Saúl hizo el papel de sacerdote y ofreció su propio sacrificio. ¡Fue un acto de voluntad propia, independencia e impaciencia con los caminos de Dios!
Dios también le había ordenado a Saúl que matara a todos los amalecitas. Pero otra vez Saúl hizo las cosas a su manera: Cuando terminó la batalla, él le perdonó la vida al Rey Agag. Samuel reprendió a Saúl por esto, preguntándole: “¿Por qué no obedeciste a Dios y lo mataste?” Saúl contesto: “Porque temí al pueblo.” Otra vez — ¡sabiduría humana!
Las Biblia dice: “El Espíritu de Jehová se aparto de Saúl, y le atormentaba un espíritu malo departe de Jehová. Y los criados de Saúl le dijeron: He aquí ahora, un espíritu malo de parte de Dios te atormenta.” (1 Samuel 16:14-15)/
Saúl fue atormentado — ¡él no tuvo paz! Todo el mundo lo podía ver en él: él tenía una mirada atormentada, un espíritu airado. Otro espíritu comenzó a hablarle a su hombre interior – ¡y era un testimonio del infierno!
Constantemente Saúl escuchaba voces que imitaban a Dios. Le decían que matara a David. Le decían que su propio hijo era un traidor. Le convencieron que estaba siendo traicionado por sus propios guardaespaldas. “Nadie te ama. ¡Todos están en contra tuya!” ¡Saúl se lleno de envidia, odio, ansiedad y temor!
¿Puede una persona llena del Espíritu Santo perder el Espíritu, ser entregado a un espíritu malo, y todavía pueda seguir predicando y profetizando? ¡Si! Saúl fue lleno del Espíritu: “El Espíritu de Dios vino sobre él con poder;” (1 Samuel 11:6). Entonces leemos que: “el Espíritu de Jehová se aparto de Saúl…” (16:14). Y finalmente: “Aconteció… que un espíritu malo de parte de Dios tomo a Saúl, y él desvariaba en medio de la casa. David tocaba…” (18:10).
Saúl aun seguía profetizando – ¡aunque había un espíritu malo dentro de el! Puedes estar seguro de que lo que salía de este hombre no era de Dios. Podía sonar bien — ¡pero todo lo que él decía era otro evangelio! Aunque en un tiempo este hombre fue escogido por Dios y ungido por el Espíritu Santo, ¡él estaba hablando directamente de la carne!
Ahora mismo, miles de cristianos están intercambiando casetes y libros — ¡pero la mayor parte es veneno! Puede que no reconozcas el error al principio; pero si tienes el testimonio del Espíritu, solo sigue escuchando por un tiempo, y él lo expondrá. El maestro o predicador orgulloso—bajo la dirección de un espíritu malo—con el tiempo dirá algo que te inquietará. Puede que escuches toda una hora de un evangelio que suena bien antes que escuches cinco minutos de un error craso. ¡Pero solo el testimonio del Espíritu te lo puede revelar!
El Señor me susurró: “¡Esta iglesia necesita un tratamiento de shock! Muchos de ellos están satisfechos y cómodos. Te sientes a salvo y seguro de todos los vientos y olas de falsa doctrina que recorre por la tierra — ¡pero no estás preparado para lo que viene!”
Amados, este mensaje acerca de tener el testimonio del Espíritu operando en ti no es un pedido – ¡es un asunto de vida o muerte! ¡Si no tienes el testimonio del Espíritu Santo en estos últimos días, no vas a vencer! ¡Te entregarás al espíritu del Anticristo que viene!
Aquí te doy un ejemplo: En el plan de salud de Clinton, existe una provisión para una tarjeta de identificación de salud nacional – y con el tiempo, un sistema numérico que no se puede falsificar. Esto quizás significa una implantación en la cabeza, el brazo o en alguna otra parte del cuerpo. Nadie recibirá atención médica sin este número.
También estamos camino a una sociedad sin dinero en efectivo – primero por tarjeta de crédito, y después por una implantación láser debajo de la piel. La Comunidad Europea ya ha hecho planes para esto. Puede que estemos al mismo borde de la marca de la bestia. Y si tú no tienes discernimiento, ¡te convertirás en un cómplice a un sistema gubernamental asesino que usa tus dólares de impuestos para abortos!
¡Trágicamente, algunos cristianos no van a reconocer estos frentes del Anticristo! Por eso necesitas el testimonio del Espíritu Santo todos los – en tu trabajo y en la escuela. Necesitaras hacer justo juicio acerca de políticos y lideres para que de repente no seas atrapado en el sistema del Anticristo.
¡Amado, despierta! ¡Estos es lo que Jesús estaba tratando de decirnos acerca de las vírgenes insensatas quienes salieron a comprar aceite para sus lámparas! Ellas tenían un abastecimiento del Espíritu Santo – pero ellas no tenían su testimonio en el último momento. Y si tú no has hecho provisión para tener el testimonio del Espíritu Santo funcionando en los últimos días, ¡te quedaras sin aceite en la última hora!
¡No terminas como una virgen insensata! Si te estas quedando sin aceite—confiando en tu iglesia o tu pastor para que guarde tu alma — ¡entonces arrepiéntete! ¡Humíllate y examina tu corazón! Clama a Dios para que quite de ti toda ira y amargura. Confiesa tus pecados y apártate de ellos. ¡Y depende de Dios una vez más para todo!
Consigue la paz de Dios en tu corazón, para que tengas el testimonio del Espíritu Santo. Y pídele al Padre un derramamiento mayor del Espíritu. ¡Invítale a que sea tu guía y tu testimonio en todo! No tienes que temer en estos últimos días. ¡Él esta ansioso por ser tu testigo!