¡ESTABAN SUELTOS EN EL HORNO!
Todos conocemos bien esta historia. El rey Nabucodonosor, gobernador de Babilonia, convocó a todos los líderes de su extenso imperio a reunirse para honrar a dioses falsos. El rey erigió una enorme imagen dorada y los líderes lujosamente ataviados; gobernadores, príncipes, magistrados y oficiales de las provincias; junto con todas las personas de la tierra debían obedecer al decreto del rey e inclinarse ante la imagen. ¿Y si no lo hacían? Una sentencia instantánea de muerte.
Sadrac, Mesac y Abed-nego, tres jóvenes hebreos excepcionales, habían sido tomados cautivos y llevados al palacio, enseñados en el idioma y designados como líderes en el gobierno. Cuando el rey Nabucodonosor ordenó que todos se inclinaran ante su dios falso, estos jóvenes se negaron. Los líderes celosos informaron de inmediato al rey, el cual se enfureció y los hizo traer delante de él. Él vociferó: “¡Cómo se atreve cualquier miembro de mi propio gobierno a oponerse a mí en desobediencia!”
En aquellos días, los violadores de los decretos del rey eran arrojados a un horno ardiente. El rey ordenó que el horno se calentara siete veces más que de costumbre y desafió a Sadrac, Mesac y Abed-nego de nuevo: “¿Quién los librará de mis manos?” Ellos respondieron: “Nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará” (Daniel 3:17).
Puedes estar seguro de que estos tres jóvenes podrían sentir el calor del horno al rojo vivo y estoy seguro de que no querían morir. Pero ellos tenían una increíble fe, puesta en sus corazones por el Espíritu Santo y eran inconmovibles, inflexibles. El rey y el partido real veían cómo los hombres eran atados y arrojados al horno.
¡Imagínate su asombro cuando vieron a los hombres caminando sobre las brasas; y un cuarto hombre en el fuego! ¡Sus ataduras se soltaron y levantaron sus manos, alabando a Dios! Jesús estaba con ellos en su crisis y ellos salieron del fuego como testimonio para todos.