¿QUÉ SI FUÉRAMOS UNA IGLESIA UNIFICADA?
Después de que el Espíritu Santo diera a luz a la iglesia y marcara a los primeros seguidores de Jesús con su fuego santo, los resultados inmediatos en sus vidas fueron dramáticos y abundantes.
“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:42-47).
Anhelo ese tipo de iglesia hoy, un cuerpo unificado de Cristo. Y creo que Dios también lo anhela. Esta es una iglesia unificada por una visión clara de nuestra urgente misión y propósito en este mundo. Es una iglesia unida, en la que los creyentes de todas partes aprenden a ver a las personas perdidas a su alrededor como Dios las ve. Y es una iglesia que comparte con estas almas perdidas un mensaje único, simple y unificador: las buenas nuevas de Jesucristo.
Los creyentes del primer siglo comenzaron en una pequeña habitación con sólo un puñado de personas, pero aceptaron ese desafío; y Dios usó la fidelidad de ellos para tener un impacto eterno en su cultura y en el mundo. El pueblo de Dios ahora asciende a cientos de millones en todo el mundo y aunque no tengamos el mismo campo misionero, todos tenemos el mismo mandato de Jesús: evangelizar al mundo.
Sólo imagina lo que se puede lograr cuando el pueblo de Dios se movilice en unidad para alcanzar a los perdidos. Y tú puedes ser parte de este santo mandato al alcanzar a quienes te rodean: tu familia, tus compañeros de trabajo, tus vecinos.
Nicky Cruz, evangelista internacionalmente conocido y prolífico autor, se volvió a Jesucristo de una vida de violencia y crimen después de encontrarse con David Wilkerson en la ciudad de Nueva York en 1958 La historia de su dramática conversión fue contada por primera vez en el libro “La Cruz y el Puñal” escrito por David Wilkerson y más tarde en su propio best seller “Corre, Nicky, Corre”.