Último Favor

Gary Wilkerson

La palabra “favor” es muy usada en la Iglesia en estos días. Los pastores alrededor de todo Estados Unidos prometen a las personas que Dios los va a favorecer. Tristemente, a lo que ellos se refieren está limitado a cosas materiales, posiciones — mejores casas, automóviles y trabajos, una familia feliz y que los ingresos económicos crezcan día a día. Yo en verdad creo que Dios favorece a su pueblo de esta manera. Pero hay un peligro cuando vivimos esperando esta clase de favor al punto de perder algo mucho más grande. Nos traicionamos a nosotros mismos cuando vivimos por nada más que un “Último favor.” Déjeme explicar esto.

Todos saben acerca del concepto bíblico de la Tierra Prometida. Es la llegada de cualquier persona que busque libertad, ser liberado de la esclavitud y el gozo de una vida bendecida. La Tierra Prometida original fue un regalo que Dios le dio al antiguo Israel — un lugar literal llamado Canaán, una tierra fértil repleta con frutas gigantes y con ríos que fluían por todo lado. Fue el cumplimiento de todos los sueños para los Israelitas, un pueblo que había estado siendo maltratado y viviendo en el exilio por generaciones. Aún así cuando ellos llegaron a la frontera con Canaán — una tierra de abundancia en todos los sentidos — Dios le declaró algo inusual a Moisés: “Sube a la tierra que fluye leche y miel; pero Yo no subiré en medio de ti, porque eres pueblo de dura cerviz, no sea que te consuma en el camino” (Éxodo 33:3).

Esto puede sonar un poco duro, pero cuando se pone el contexto real, vemos que es cualquier cosa excepto algo duro. Dios había liberado a Israel de 400 años de esclavitud en Egipto. Ahora, a punto de entrar a la Tierra Prometida, Dios hizo esta sorpresiva declaración: “Yo no voy a ir con ustedes.”

Él explica porque en la siguiente frase: “Porque eres pueblo de dura cerviz.” Incluso después de todas las cosas maravillosas que Dios hizo por los Israelitas, ellos se quejaban cada vez que se enfrentaban a una nueva dificultad. Sus experiencias — y los milagros que Dios hizo por ellos — nunca los interpretaron como situaciones para incrementar su fe. En lugar de eso, el pueblo atacó Su carácter. Ellos acusaron a Dios de libertarlos de Egipto sólo para verlos morir en el desierto. Cada vez que Moisés se volvía a buscar a Dios ellos amenazaban con rechazar a Dios y abandonar Su liderazgo.

Pero la fe de Moisés era diferente. Él conocía las bondades de Dios, así como lo había demostrado en todas Sus obras sobrenaturales por Israel. De hecho, el favor del Señor hacia Su pueblo parecía no tener límites, no tener fin, ser ilimitado. No importa el obstáculo al que ellos se enfrentaban o lo imposible que parecía vencerlo, Dios los libertó de cada situación.

Moisés se maravillaba del carácter de Dios, quien misericordiosamente hacía todas estas cosas por el bien del pueblo. Así que cuando el Señor les dijo que Él no podría ir con ellos hacia la Tierra Prometida, Moisés respondió, “Si Tu presencia va a ir conmigo, no nos saques de aquí” (Éxodo 33:15). En otras palabras: “Señor, si Tu no vas a estar allá, entonces yo no voy.”

Moisés discernió la diferencia entre el favor ilimitado de Dios y Su último favor.

Moisés sabía cuán importantes fueron las bendiciones de Dios para Israel. Sus obras sobrenaturales habían salvado sus vidas. Él les envió maná del cielo cuando el pueblo enfrentó la hambruna. Les brindó agua de una roca cuando sus cuerpos morían de sed más allá de sus límites. Aún así Moisés reconoció que incluso aquellas bendiciones vitales no eran el punto más importante de esas experiencias. Más bien, lo que necesitaban era conocer y confiar en el Dios compasivo y amoroso Quien les daba todo lo que tenían. La siguiente declaración de Moisés no nos debe de sorprender en absoluto: “Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos” (Éxodo 33:13). Moisés sabía que, finalmente, el favor de Dios no se encontraba en las bendiciones que Él proveía — sino que en conocer al Señor mismo.

Le agradezco a Dios por todas sus bendiciones terrenales. Como pastor, estoy acostumbrado a ver su maravillosa obra en las vidas de las personas todo el tiempo. Él restaura matrimonios que han estado destruidos. Él provee para aquellos que tienen problemas económicos. Él trae sanidad a las personas enfermas, a los cuerpos quebrantados. Mientras escribo esto, pienso en un niño llamado Isaías que no tenía la esperanza de vivir más de diez días luego de su nacimiento. Después que sobrevivió el primer año, los doctores decían que no iba a poder caminar nunca. Recientemente, su madre me envió un vídeo del joven Isaías bailando con una niña en un matrimonio. También pienso en un joven llamado Chad quien fue golpeado por las personas que se suponía querían educarlo. Las circunstancias que Chad tuvo que enfrentar en la vida fueron increíblemente duras. Aún así Chad está ahora cautivado por cuán grande amor Dios tiene por él, y ahora quiere ser bautizado.

Todas estas cosas hablan del favor ilimitado de Dios — Su habilidad para soplar vida en cualquier árido desierto. Todos hemos experimentado su favor en maneras tan grandes que no podemos medir: Nuestras relaciones interpersonales, nuestra salud, nuestro trabajo, nuestros estudios. Cuando tenemos algún problema en cualquier área de nuestra vida, o nuestras circunstancias se tornan cada vez más difíciles, Él nos sostiene con su reconfortante presencia. Dios ha hecho cosas en nuestras vidas que nosotros nunca hubiéramos imaginado podrían suceder. Su ilimitado favor no conoce fronteras.

Además Moisés conocía algo de Dios que sobrepasaba sus bendiciones, incluso sus obras sobrenaturales. Él sabía que detrás del favor ilimitado de Dios está su último favor. Esta clase de favor no se encuentra en las cosas que Dios hace — se encuentra en el Señor mismo. Como dijo Moisés, “¿Señor, que tan buenas son las uvas, la leche y la miel — todas las bendiciones de la vida — si tu no estás presente?”

Un escritor Cristiano famoso planteó una pregunta similar. Él preguntó, en síntesis, “¿Qué pasaría si el cielo fuese un lugar donde podrías tener todo lo que quisieras — donde todos tus sueños se cumpliesen, cada cosa que anhelas y deseas se haga realidad — pero Dios no está ahí? ¿Te gustaría ir?” Es una pregunta muy buena que la debería hacer cada Cristiano. ¿Deseamos las bendiciones de Dios pero no conocerle a Él, el Dador de todas las cosas? ¿O, como Moisés, preferiríamos perder toda bendición en lugar de perder la presencia de Dios?

Yo no tomo las bendiciones de Dios a ligera. Y mucho menos su Palabra. Difícilmente podemos encontrar un libro en la Biblia que no mencione la preocupación de Dios por los pobres. La pobreza afecta cada área de nuestra vida, y somos llamados a alimentar al hambriento, a dar esperanza al caído, y a dar sanidad al que tiene el corazón quebrantado. Pero para aquellos de nosotros que conocemos las abundantes bendiciones de Dios, Moisés nos presenta algo importante: Incluso el pan que recibimos a diario no alimenta lo suficiente como conocer a Dios. El ejemplo de Moisés nos llama a experimentar una clase de favor aún mayor.

No es que los Cristianos de hoy en día no son agradecidos por las bendiciones de Dios. Nuestro problema es que nos detenemos ahí. Decimos, “Señor, tu favor ilimitado es suficiente para mí.” Pero de acuerdo con este pasaje, no es suficiente. Podemos tener el matrimonio más vibrante, la casa más bonita, el trabajo que más nos satisface y grandiosos hijos — pero si Jesús no está en medio de ellos, no tenemos nada.

Estamos dispuestos a decir con Moisés, “¿Señor, si Tú no vas a estar allí, yo no voy”? Si lo hacemos, Dios nos responderá de la forma en que lo hizo a Moisés: “Mi presencia irá contigo, y yo te daré descanso” (Éxodo 33:14).

El Señor quería entrar en Canaán con Israel, pero no podía soportar la idolatría

Aun después de que El Señor los había bendecido poderosamente, los israelitas se volvieron a los ídolos. Mientras Moisés estaba en comunión con Dios en la montaña, el pueblo derritió sus joyas para crear una estatua de oro de un becerro. Nosotros no podemos relacionarnos con esta clase de accionar hoy en día, pero el resultado final es este: Cuando perseguimos las bendiciones de Dios, sin buscar a Dios mismo, caemos en idolatría, ya que el enfoque de nuestra búsqueda es algo terrenal. Como Pablo dijo: “Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a las criaturas antes que al Creador” (Romanos 1:25).

Gracias a Dios, hoy, la mayoría de nosotros no tiene que suplicar por agua o por pan. Podemos simplemente abrir la llave o ir a comprar a la tienda. Pero tenemos nuestros propios ídolos de oro, cosas que nos apartan de Dios: éxito laboral, seguridad financiera, comodidad material. Estas no son cosas malas — son grandes bendiciones, pero si las anhelamos más, que anhelamos a Dios — si se convierten en el enfoque de búsqueda de nuestra vida — hemos construido un ídolo, y Dios nos dirá: “Adelante, continua buscando lo que buscas. Disfruta, pero no va a estar mi presencia allí.”

Amo la respuesta de Moisés: “Dios, mátame en el desierto antes de que me guíes a cualquier lugar en el que no estés.” Yo oro que este sea el clamor de la iglesia también: “Señor, mi vida ha sido tan bendecida que me he dejado conducido incorrectamente. Mis ojos han estado puestos en tu ilimitado favor, las bendiciones que tú das. Quiero algo diferente. Haz mi vida ser definida por el favor más grande — conocer quién eres TÚ.”

Quiero preguntarte: ¿Es Dios suficiente para ti? Conocerlo a Él, ¿te satisface? O ¿hay algo más que te separa de él, un ídolo que hayas puesto antes que él? Su primer mandamiento es, “No tendrás otros dioses delante de mí” (Éxodo 20:3).

Conocer a Dios era suficiente para Moisés. En lugar de querer entrar a la tierra prometida, él le pidió, “Muéstrame por favor tu gloria” (33:18).  Puedo imaginarme la complacencia que tuvo Dios al escuchar esto. Cada padre terrenal sabe de la constante suplica de las voces de sus hijos pidiendo cosas, pero nada reconforta tanto el corazón de un padre, como el de oír a un hijo decir: “Papi, te amo por quien tú eres.”

Dios estaba tan complacido con el deseo de Moisés, que le concedió su petición, hasta el máximo punto permitido: “Dijo además No podrás ver mi rostro, porque ningún hombre me verá y quedará vivo” (33:20). La luz inaccesible de Dios es demasiado intensa, fuerte para que los humanos puedan experimentar en toda su plenitud; su santidad es consumidora: “no sea que te consuma en el camino” (33:3). Aun así Dios quería que Moisés experimente su gloria en parte. El Señor le dijo, en realidad: “No veras mi rostro, pero podrás ver los efectos de mi presencia y el rastro de bondad que dejare al pasar” (ver 33:21-23).

Para proteger a Moisés, Dios dijo: “Sucederá que cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña… hasta que yo haya pasado” (33:22, énfasis propio). Este versículo nos dice todo acerca de la maravillosa gracia de Dios en el antiguo testamento. Aun mucho antes de la cruz — antes de que Cristo derramara su sangre por nuestra salvación — Dios escondió a Moisés en su gracia, en el hueco de la roca. Como Pablo explica, “La Roca era Cristo” (1°Corintios 10:4).

La Escritura dice que el rostro de Moisés fue transformado por la gloria de Dios — un cambio tan poderoso que “ponía un velo sobre su cara para que los hijos de Israel no se fijaran en el fin de lo que se estaba desvaneciendo” (2°Corintios 3:13). Cualquiera que tiene un encuentro con Jesús, experimenta la misma transformación — un cambio tan profundo que todo el mundo lo ve y se asombra.

Hoy Dios ha quitado este velo para revelar la plenitud de su gloria en Cristo.

“Por tanto, todos nosotros, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2°Corintios 3:18). Nosotros no tenemos la necesidad de escondernos en la hendidura, como lo hizo Moisés. La gloria de Dios ha sido revelada completamente en Jesús. No tenemos que esperar que el agua salga de una roca. Ríos de agua viva fluyen a nosotros continuamente de su espíritu viviendo en nosotros. Amigo, el máximo favor de Dios no está en una casa, o un auto, o un trabajo — está en su presencia, y Él no nos la niega. La sangre de Cristo ha quitado el velo completamente, para que podamos conocer su gloria sin obstáculos. ¡Este es el favor supremo, máximo de parte de Dios!

Los israelitas pudieron haber experimentado la gloria de Dios, así como Moisés lo hizo. El Señor quería acompañarlos a entrar a la tierra prometida, pero la amargura de ellos lo impidió. Esto ya había pasado antes, cuando ellos no tenían agua en el desierto, y la gente puso a Dios a prueba. La lengua hebrea original sugiere un “martillo” o un “mazo,” queriendo decir que ellos juzgaron al Señor y lo declararon culpable.

Qué acto más horrible, especialmente viniendo de un pueblo tan bendecido por Dios. En un momento en el que podían haber confiado en Dios con fe, ellos se quejaban, “Al menos en Egipto teníamos comida y agua. Teníamos seguridad y protección. Teníamos casas en las cuales vivir.” Ahora que estas cosas les fueron quitadas, la gente fue consumida por la amargura. Sus ídolos se apoderaron de ellos.

Aun allí estaba manifiesta la misericordia de Dios para ellos: A pesar de sus pecados, Dios le dijo a Moisés que golpee la roca con su bastón — y el agua salió fluyendo. Esa roca representa a Cristo, llevando en él la ira y el juicio por nuestros pecados. Luego Dios les ofreció el agua viva: “Todos bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo” (1°Corintios 10:4).

Déjame hacerte una pregunta final: ¿Qué es lo que tu corazón anhela? ¿Es tu sueño principal un objetivo financiero, un deseo material? ¿O es la esperanza de la gloria de Dios, la cual transforma tu vida? Él ya te ha bendecido abundantemente con su favor ilimitado. Sin embargo, hay mucho más por conocer de nuestro gran Dios que bendiciones terrenales. Él quiere que tú conozcas su presencia gloriosa en cada aspecto de tu vida. Te exhorto que ores conmigo: “Señor, muéstrame cada ídolo que me aparta de tu presencia. No dejes que nada, — aun cosas buenas — me enceguezcan en alguna manera. ¡No quiero ir a algún lugar o hacer cosa alguna si tu no estas allí! Amen.