LA GUERRA DE SATANÁS CONTRA LA IGLESIA
El libro de Apocalipsis nos dice que, en los últimos días, Satanás se levantará con ira y hará la guerra “con el resto”. Este resto o remanente, por supuesto, es el Cuerpo de Cristo, compuesto de todos los “que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apocalipsis 12:17).
Nosotros en la iglesia de Cristo hablamos a menudo sobre la guerra espiritual; la guerra que se describe en Apocalipsis es un ataque mundial que Satanás ha lanzado contra el cuerpo de Cristo: “Se le permitió hacer guerra contra los santos” (13:7).
Cada creyente está alistado en el gran ejército del Señor y Satanás está librando su guerra demoníaca contra este ejército. El apóstol Pablo declara que, en cada frente de batalla, “no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales” (2 Corintios 10:3-4).
Hay muchas “zonas de Guerra” en todo el mundo. En Estados Unidos, la guerra de Satanás contra la iglesia está en el continuo diluvio de sensualidad y materialismo. Sus armas en esta guerra son el amor al dinero y la adicción al placer. Pero hay otro campo de batalla en esta guerra: la guerra privada de los hijos individuales de Dios.
Cada creyente en la tierra se enfrenta a su propia guerra privada. La Biblia declara: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora... tiempo de guerra, y tiempo de paz” (Eclesiastés 3:1, 8). Ahora mismo puedes estar disfrutando de un tiempo de paz. Agradezco a Dios por esas temporadas en la vida, cuando brota la alegría. Cuando llegue tu momento de guerra, éste puede implicar luchas que solo tú y Dios conocen.
Todos estamos familiarizados con la historia del Rey David, un hombre justo que sirvió a Dios fielmente, pero cayó en el pecado de adulterio. David se arrepintió con lágrimas amargas y clamó a Dios en angustia; puedes leer su confesión en el Salmo 38 y especialmente en el Salmo 69. Él descubrió que la gracia de Dios realmente era suficiente.
En cada conflicto privado al que te enfrentes, mantén tus ojos y tus pensamientos fijos en esto: La misericordia y la bondad de Dios nunca fallan.