“NO TENGO OTRA SÚPLICA FUERA DE CRISTO”
Todo creyente en la iglesia de Jesucristo está llamado a ser santo, puro e irreprensible a los ojos de Dios. Entonces, si has nacido de nuevo, la santidad debe ser el clamor de tu corazón. “Dios, yo quiero ser como Jesús. Quiero caminar en santidad delante de ti todos los días de mi vida”.
El Nuevo Testamento nos dice que somos llamados a ser santos “así como Dios es santo”. ¿Cómo podríamos ser hechos santos a los ojos de Dios?
“Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:15-16).
Al leer el Nuevo Testamento sobre este tema, puedes alarmarte. “¿Quieres decir que debo ser tan santo como lo fue Jesús? ¡Imposible! Él fue intachable, perfecto. ¿Cómo podría alguien estar a la altura de ese estándar?”
Ese era el verdadero propósito de la ley: mostrarnos que es imposible que alguien esté a la altura del nivel de santidad de Dios. Por lo tanto, si no hay nadie santo sino el Señor, sólo puede haber una manera de llegar a ser santos. Debemos estar en Cristo y su santidad debe convertirse en nuestra santidad.
Pablo dice que porque Jesús, la raíz, es santo, entonces nosotros, las ramas, también somos santos (ver Romanos 11:16). Y Juan escribe: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos” (Juan 15:5). En otras palabras, porque estamos en Cristo, somos santificados en virtud de su santidad.
Jesús es el único que está en perfecta santidad y si alguna persona alguna vez tuviera que estar delante del padre celestial y fuera recibida por él, esa persona debe estar en Cristo. Nuestra oración diaria debería ser: “Señor, no tengo otra súplica fuera de Cristo. Vengo a ti sólo porque estoy en Cristo y exijo su santidad. ¡Sé que estoy ante ti sin condenación porque estoy en él!”