ACCESO ILIMITADO
Repentinamente, en un momento glorioso, Jesús proveyó acceso total, ilimitado al Padre. La Biblia dice que en el Gólgota, en una cruz manchada de sangre "Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo" (Mateo 27:50-51).
Al momento de la muerte de Jesús, el velo del templo en Jerusalén fue literalmente rasgado. En ese momento se selló nuestro destino. En el instante que nuestro Señor entregó Su espíritu, se nos dio acceso total e ilimitado al Lugar Santísimo: "Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne" (Hebreos 10:19-20).
El rasgado del velo fue una representación de lo que ocurrió en el mundo espiritual. Finalmente, podíamos disfrutar de algo que no pudieron lograr por generaciones. Tuvimos el privilegio que aun Abraham, Moisés y David no tuvieron. Tenemos acceso al Lugar Santísimo, al mismo trono del Dios Todopoderoso. Ya la puerta no está cerrada para nosotros. Se hizo posible tener acceso ilimitado.
Más aun, con Su muerte, Jesús se convirtió en nuestro sumo sacerdote. Él subió a la Nueva Jerusalén, a un templo no hecho por manos. Allí tomo el papel de sumo sacerdote. Caminó directamente a la santa presencia de Dios y, con el incienso de Sus propias intercesiones, presentó Su sangre en el propiciatorio. Entonces se sentó a la derecha del Padre, con todo poder, fuerza y gloria.
En ese punto, Jesús reclamó Su derecho de pacto de recibir en un cuerpo espiritual a todo el que se arrepienta y le reciba como Señor. Y envió al Espíritu Santo para convocar a Sus hijos: "He abierto la puerta al Padre. Ahora eres acepto simplemente por estar en Mí por fe. Así que te puedes acercar confiadamente al trono. Te llevare a la presencia de Mi Padre, quien ahora es tu Padre. Tienes acceso ilimitado a Él, día y noche".