ACEPTOS POR EL PADRE
“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
Creo que la justificación por la fe es la verdad fundamental del cristianismo. No puedes conocer el verdadero descanso y la paz hasta que estés convencido de que nunca podrás ser justo ante los ojos de Dios por tus propias obras.
Si no entiendes la justicia perfecta de Cristo que es tuya por la fe, llevarás una vida de trabajo y sudor, tratando de agradar a Dios a través de un intento legalista e inútil de establecer tu propia justicia. Pero la verdad es que nunca podrás llevar justicia alguna al Señor.
Un conocido pasaje en Isaías dice que toda nuestra justicia es como trapo de inmundicia a los ojos de Dios (Isaías 64:6). Esto no significa que Dios desprecie nuestras buenas obras, en absoluto. Dios quiere nuestras acciones rectas y debemos hacer todas las buenas obras que podamos. Pero si crees que éstas te harán merecer tu salvación, entonces no son más que trapos de inmundicia.
Por supuesto, puedes sentirte bien por las buenas obras que haces. Por ejemplo, probablemente disfrutarás de un momento de victoria y satisfacción cada vez que soportas la tentación. Pero al día siguiente vuelves a caer en un pecado y rápidamente pierdes tu gozo. Crees que el Señor está enojado contigo y piensas: “Nunca lo lograré”.
Tal viaje de montaña rusa, de altos y bajos emocionales puede acabar en una vida de sufrimiento. ¿Por qué? ¡Porque estás intentando agradar a Dios en tu carne!
Amados, ninguna justicia de la carne podrá alguna vez presentarse delante de Dios. Incluso las mejores personas entre nosotros, los santos más morales y piadosos, todos fallaron miserablemente y no alcanzaron la gloria de Dios. Ninguno de nosotros puede ser acepto ante los ojos del Padre por nuestras propias obras. Pero la buena noticia es que somos totalmente aceptos por él a través de Cristo.