Alcanzando a los Perdidos A Través del Amor
Como testigos de Cristo, estamos llamados a una tarea aparentemente imposible. Le pedimos al mundo que rinda las cosas que le son más queridas: sus pecados. A sus ojos, el caminar cristiano, una vida de pureza y santidad, parece una forma de esclavitud. Nuestra idea del cielo les parece más como el infierno. Cuando nos escuchan hablar del Evangelio, es una ofensa a su estilo de vida. El Evangelio de Cristo los llama a arrepentirse de los pecados que aman, a arrepentirse de rechazar al Dios que murió por ellos en una cruz. Se necesita una vida de santidad, cuando durante años han tratado de silenciar su conciencia, de matar cualquier idea de que podría llegar el día del juicio final.
El Evangelio de Cristo también les dice que su propia bondad personal no puede merecer la vida eterna. Le pide al hombre autosuficiente que muera a sí mismo y a sus ambiciones egoístas; y que dé su vida por los demás. Declara que su propio sentido de integridad no es nada a los ojos de Dios. Tal Evangelio es una amenaza para su perla de gran precio: sus logros personales, las cosas por las que ha trabajado mucho y duro para obtener. Si le dices que su justicia no merece la salvación, te despreciará. Durante su tiempo final con los discípulos antes de su crucifixión, Jesús advirtió: “Algunos de ustedes serán rechazados, algunos serán encarcelados y algunos serán asesinados; todos ustedes serán perseguidos” (ver Juan 16:2).
En la última cena, Jesús dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34). Ten en cuenta que esto no era una opción, era un mandamiento. Y es allí donde debe comenzar todo esfuerzo evangelístico. Según Jesús, sólo este amor en particular, el amor por los hermanos en la fe, ganará la atención de una generación perdida. Es el mismo tipo de amor abnegado y sacrificado que Jesús nos muestra a cada uno de nosotros. Tal amor por nuestros hermanos en Cristo no se puede lograr sólo con palabras, sino con hechos.
El mundo necesita sermones ilustrados, ejemplos personales poderosos, del amor de Dios. En Juan 17:21, Jesús hizo esta oración: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”.
Amado santo, obedece su nuevo mandamiento y recuerda su Palabra: “En esto todos sabrán que ustedes son míos” (ver Juan 13:35). Ama a los demás como Jesús los ama y observa cómo Dios obra a través de ese amor.