Amando a Dios – Amando a las Personas

Estoy siendo movido por el Espíritu Santo para decirte la cosa más simple que hayas escuchado. Quizás puedas pensar que conforme pasa la vida necesitamos tener una teología más profunda y más compleja para comprender todo. Pero es exactamente lo contrario. Lo más importante que puedo decirte es esto: Tu Padre te ama.

Ninguna verdad, ningún hecho notable, ninguna realidad es mayor, más profunda o mejor que ésta. Tal vez puedas pensar, “Yo ya sé eso. Es el paso número 1 en la vida Cristiana. ¿Por qué se supone que deba ser una noticia relevante?”

Me he visto forzado a escribir acerca de ello porque es la verdad con la que los Cristianos tienen más problemas para digerir que ninguna otra. Y, como tú dices, es la única cosa que necesitamos conocer en nuestro corazón. Si de veras queremos causar algún impacto para Jesús, ésta sólida verdad debe estar en el centro de nuestro ser.

Jesús sabía que nosotros tendríamos problemas asimilando esta verdad. Es por ello que le dijo a sus discípulos, “Pero yo les digo la verdad: Les conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a ustedes; mas si me fuere, se los enviaré” (Juan 16:7). Por supuesto, el Consolador es el Espíritu Santo, el Ayudador. ¿Por qué Jesús estaría obligado a enviarnos un Consolador? Es porque él sabía que nosotros íbamos a estar sin ningún consuelo.

Vivir en este mundo caído y despedazado trae demasiadas tribulaciones a nuestro camino. Algunas de esas tribulaciones pueden ser muy intensas, afectando nuestra salud, nuestros hijos y nuestra propia supervivencia. Para sobrevivir a todo ello, necesitamos conocer una cosa por encima de cualquier otra: que tenemos un Padre que nos ama. Esa es la realidad que el Espíritu Santo trae a nuestra memoria cuando estamos angustiados pasando diversas pruebas.

David parecía conocer la presencia del Consolador cuando él escribió, “Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos. Cuán grande es la suma de ellos” (Salmos 139:17). Otra traducción dice, “Cuán preciosos son los pensamientos que tienes hacia mí.”

Esto me asombra enormemente. ¿Dios piensa en mí? Una cosa es saber que Dios me ama; ese es sólo un asunto teológico.

Pero es totalmente diferente el saber que Dios piensa en mí—que, de hecho, él nunca deja de pensar en mí. Es imposible llegar a comprender eso. Incluso Dios nos está diciendo a través de los Salmos de David, “Tú no necesitas esforzarte para que yo te preste atención. Yo ya estoy enfocado en ti.”

Cuando yo crecía, escuché una clase de afirmación teológica muy diferente: “Cuando Dios te mira, él no te ve. Él ve a Jesús en ti.” La idea era que nosotros somos pecadores a los ojos de Dios—pero que él no ve nuestros pecados porque estamos cubiertos por Jesús, quien no tiene pecado.

Pero como un niño, yo no quería que se me excluyera. ¡Yo quería que Dios me viera! Me habría gustado un abrazo o un encuentro cara a cara con el Padre celestial que yo concebía. Y pienso que estaba sobre algo. Algunos de los pensamientos de Dios pueden involucrar corrección o reprensión, pero todos ellos son pensamientos de bien, basados en el amor puro.

Tristemente, muchos de nosotros no vemos a Dios en esa forma. Imaginamos que sus pensamientos son algo como, “Otro movimiento como ese y voy a quitar mi presencia de ti.” David dice No. Los pensamientos de Dios acerca de nosotros son preciosos. Ellos son amorosos en una forma que nunca podremos realmente comprender. Somos queridos ante nuestro Padre, y él ama nuestra compañía. Y los planes que él tiene para nosotros son para nuestro bien.

Cuando tenemos que conocer el amor del Padre, el viaje que hacemos desde nuestra mente hacia nuestro corazón es el más duro que realizamos.

Yo soy de la clase de Cristianos que ama llenar su mente con teología. Y cuando yo era un ministro novato, yo amaba ir a la biblioteca de mi papá. Leí volúmenes de todos los pactos que Dios hizo con el hombre, desde el pacto con Noé hasta Abraham, del que hizo con David hasta el Nuevo Pacto. Un día yo estaba en mi estudio cuando sentí un empujón del Señor: “¿Quieres que te revele más de mi Nuevo Pacto?” ¡Por supuesto que acepté!

Al instante, una canción que solía cantar en la escuela dominical cuando era niño entró en mis pensamientos: “Cristo me ama bien lo sé, su palabra me hace ver, que los niños son de aquel, quien es nuestro amigo fiel. (coro) Cristo me ama, Cristo me ama, Cristo me ama, La Biblia dice así.”

Cristo me ama—suena muy simple. Y aun así fui vencido como si entendiera el amor de Dios por primera vez. La única palabra que brinco a mi mente fue, curiosamente, “Sí.” Sí, él realmente me ama. Sí, el Hijo de Dios ha derramado su vida en la cruz por mí en amor. Sí, sí, sí, todo es verdad—mi Padre Celestial me ama.

Esas tres palabras—“Yo te amo”—son el punto crucial del Nuevo Pacto. Si nosotros de veras conociéramos el amor del Padre, no solamente en nuestras mentes sino en nuestros corazones, todo cambiaría. Y el apóstol Juan nos dice que podemos estar seguros de que conocemos el amor de Dios. Todo lo que tenemos que hacer es mirar en nuestros corazones con esta simple regla: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Juan 4:18).

¿Llenamos nosotros nuestras mentes con pensamientos del amor de nuestro Padre? ¿O estamos preocupados con nuestro propio juicio basado en nuestras propias obras? “¿Presenté yo bien al Señor ante aquella persona no-Cristiana?¿Fui lo suficientemente amable con el vendedor en el supermercado?" No, no, no—el perfecto amor de Dios echa fuera todo temor de hacer las cosas bien. Y lo reemplaza con amore.

De hecho, es imposible para la gracia de Dios y para nuestro temor carnal el ocupar el mismo espacio al mismo tiempo. Uno va a expulsar al otro. Si nosotros conocemos el perfecto amor de Dios, ello va a sustituir todo temor, colocando al amor en el centro de todo. Y conocer su amor nos lleva hacia la libertad. “Y conocerás la verdad, y la verdad te hará libre” (Juan 8:32).

Conocer el amor del Padre cambia todo el camino en el que dirigimos nuestro llamado.

Cuando nosotros somos libertados del temor, entonces somos libres para amar a otros completamente. Ahora bien, yo amo el ministerio y amo predicar; es la gente de lo que no estoy tan seguro. Cada vez más, amar a las personas es lo que quiero en mi vida — pero ello puede ser una verdadera batalla para una persona introvertida como yo. Alcanzar a otros puede ser algo intimidante. Podría tergiversar lo que Dios es, decir algo inadecuado, o quizás hacer que alguien se aparte de Cristo.

Pablo se refiere a estos temores cuando él escribe, “Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Más nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16). ¿La mente de Cristo? ¡Eso suena incluso aún más intimidante! Además el Espíritu Santo me recuerda; “No se trata de ti, Gary. Se trata de lo que Yo hago a través de ti.” Esto me liberta al amor.

Tener la mente de Cristo suena como un misterio teológico muy profundo. Pero en realidad, es muy simple: Nosotros llevamos una luz al mundo porque tenemos a Jesús morando en nosotros. Y él nos manda a no esconder su luz debajo de una caja de temor. Nosotros pensamos que esa luz es tan brillante como para abrir los ojos del perdido. Pero esa luz también ilumina nuestras propias mentes de tal forma que sabemos cómo ministrar.

Unos meses atrás, Kelly y yo estábamos haciendo unas diligencias en un mall local. Yo me detuve en un establecimiento donde un joven estaba mostrando cómo funciona una máquina que envía señales eléctricas a través del cuerpo. Yo no creo que exista un artefacto tan innecesario, pero yo le dije al muchacho, “Conéctame.” Al momento en que estaba a punto de accionar el interruptor—y yo estaba cambiando de opinión—su jefe apareció. Y yo fui movido a hablarle a ella acerca de Jesús.

Ella rápidamente me interrumpió, diciendo, “Soy Judía.” Eso es suficiente para detener cualquier conversación del Evangelio en nuestros días. En nuestra situación cultural, es algo mal visto el testificar a la gente de otras religiones. Primero que nada, es visto no como un acto de amor sino como un gesto de proselitismo. Segundo, eso implica que otros están equivocados—otro asunto cultural que es mal visto. No me importó, porque yo sentí que tenía la mente de Cristo.

“Está bien, Jesús ama a los judíos también,” yo dije. “¡De hecho, él era judío! Además, Él también ama a los Musulmanes, Budistas, ateos y todo el mundo.”

Ella se sintió relajada en aquel momento. Así que le pregunté si ella necesitaba que orara por algo en específico. Inmediatamente ella abrió su billetera y me mostró una foto de su hija de 2 años. “Estoy muy preocupada por ella,” ella dijo, y claramente ella se veía muy angustiada por el mundo en que su pequeña hija tiene que crecer. “Sí, yo amo la oración.”

Kelly y yo nos tomamos de la mano con ella—exactamente en el centro del mall, mientras que una máquina que envía señales eléctricas a través del cuerpo sonaba cerca de nosotros.

Si nosotros de verdad confiamos en él, el Espíritu Santo nos llevará a lugares que nunca imaginamos estar para compartir el amor del Padre—lugares que nunca vimos como terreno fértil para recoger una cosecha. Sin embargo es allí donde él hace su trabajo—así que es allí donde nosotros necesitamos estar.

Me compré una Biblia nueva -sin marcas- y planeo subrayar un montón de cosas distintas a las que he subrayado anteriormente.

Todos nosotros somos idealistas cuando hacemos un estudio Bíblico. Terminamos subrayando muchos ideales que nos planteamos para nosotros mismos. Pero muchas veces es un ejercicio que hacemos en vano. Subrayamos promesas de Dios que nunca buscamos que él las cumpla. Subrayamos llamados a la acción que al final nunca realizamos. No quiero parecer negativo acerca de esto—Sólo quiero ser realista acerca de mucha culpa innecesaria que cargamos sobre nuestros hombros—culpa que no hacen a Dios ni a su Reino más bueno de lo que ya es.

No es muy complicado el obedecer el mandato de Jesús de “Ir a todo el mundo y proclamar el Evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Cuando él habla de “todo el mundo,” eso incluye el mundo donde nosotros nos movemos diariamente—el supermercado, la gasolinera, el mall, nuestra oficina, nuestra escuela. Ese es lugar donde él hace conocer su gloria. La “audiencia objetivo” de su amor no es algún desconocido concepto escrito sobre una pizarra—es el vecino que tenemos a nuestro lado.

¿Pero dónde es que hacemos nuestra mayor predicación del Evangelio? En la Iglesia. En un estudio Bíblico. En una reunión en casa. Ese no es todo el mundo del que Jesús está hablando. La comisión que él nos dio es entregada en términos tan simples como que de verdad asombran: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:19).

Si, así de simple es. Y Jesús enseñó que era simple. Escucha a su respuesta a los líderes religiosos de sus días, las mentes teológicas más brillantes de esos tiempos: Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:35-40).

Quiero que presten especial atención a dos cosas en la respuesta de Jesús aquí. (Puedes subrayarlas en tu nueva Biblia!) Primero que nada, hay una sola palabra que es común en ambos mandamientos: el verbo amor. Segundo, Jesús dice que amar a nuestro prójimo es “igualmente importante” que el amar a Dios. ¡Wow!. Esto nos lleva a servir a Dios fuera del ámbito misterioso, hacia tierra firme. Es tan simple como se presenta.

Ahora mira a la vida de Jesús demostrándonos eso: “cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:38). Yo quiero esa clase de vida—una vida que ame a Dios y ame a las personas. No una vida que tome una lista de cosas que se deben hacer de la Biblia, o de clases teológicas misteriosas, o que hable solo del amor del Padre únicamente a otros Cristianos.

Amigo, ¿de verdad quieres ser libre de todo temor? ¿Ir más allá de juzgarte a ti mismo? ¿Tener la mente de Cristo? La respuesta es sencilla: “El Padre te ama.” Ahora, ve y hazlo tú también.

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