Angustia Por el Pecado
Muchos cristianos son amantes de Jesús, pero pecan contra la luz que se les ha dado. Han escuchado miles de sermones correctos, leen la Biblia diariamente durante años y han pasado incontables horas en oración. Sin embargo, han permitido que un pecado acechador permanezca en sus vidas y han cortado su comunicación con Jesús. Cuando el Espíritu Santo convence de un pecado que nunca ha sido tratado, viene con una advertencia: “¡Este pecado debe desaparecer! Yo no voy a coquetear con aquella licencia que tú te estas dando”.
El rey David pecó y el Señor lo expuso para que todo el mundo lo vea (lee la historia en 2 Samuel 11 y 12). Él sufrió muchos problemas externos y fue atormentado internamente, con miedo de que el Señor lo hubiera abandonado por completo: “Me has puesto en el hoyo profundo, en tinieblas, en lugares profundos” (Salmo 88:6). Cuando muchas ansiedades cayeron sobre David, él confesó: “Me acordaba de Dios, y me conmovía” (77:3).
David se angustió por el escándalo que había creado y su dolor por la vergüenza que había causado fue tan abrumador que le rogó a Dios: “Líbrame de todas mis transgresiones; no me pongas por escarnio del insensato” (39:8). Cada vez que despertaba estaba lleno de pensamientos de ser abatido por la ira y clamaba: “Jehová, no me reprendas en tu furor, ni me castigues en tu ira” (38:1) Un contrito David clamó desde lo más profundo de su corazón: “Ten piedad de mí, oh Dios” (51:1); y el Señor se apresuró a perdonar y restaurar una dulce comunión con él.
Si tienes una sensación de fracaso y te has vuelto débil, enfermo del alma, casi desmayado, puede ser porque tu pecado ha cortado tu comunión con Dios. ¡Pero gracias a Dios por su misericordia! Él está implantando en tu espíritu un temor santo del Señor y eso es algo bueno. Cuando el Señor ve a uno de sus hijos luchando con algún pecado o esclavitud, él aparece en escena rápidamente para llevarlo de vuelta a un camino de obediencia y paz.
Ten la seguridad de que Dios ha prometido perdón por cada pecado: “Porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” (Jeremías 31:34). Acepta este perdón y camina en renovada libertad y dulce comunión con tu Padre celestial.