Apoderándose del Nuevo Pacto
"No olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha salido de mis labios." (Salmo 89:34). El término "Pacto" juega un papel integral en la fe cristiana. Sin embargo, en todos mis años nunca he visto a un predicador o maestro describir adecuadamente el significado de "Pacto" en la vida de un cristiano. La Biblia se divide en dos Pactos (o testamentos), el Antiguo y el Nuevo. En todo el Antiguo Testamento, Dios hace un pacto tras otro con la humanidad. ¿De que trataban todos estos pactos? o más importante aún, ¿qué tienen que ver con nosotros hoy en día?
Un pacto es un acuerdo o juramento entre dos o más partes, como un contrato. Contiene los términos o deberes que cada parte debe llevar a cabo para dar cumplimiento al acuerdo. Cada pacto es legalmente obligatorio y cuando no se cumple, cada parte puede ser penalizada por el no cumplimiento de los términos respectivos.
Al crear el Nuevo Pacto, Dios puso su maravilloso amor por la humanidad a pantalla completa. Sin embargo la Iglesia ha sido ciega a esta increíble doctrina durante décadas. Cuando yo era un joven cristiano, siempre escuché la "teología del pacto" centrada en el Nuevo Pacto, como una doctrina licenciosa. La idea predominante en el Nuevo Pacto era tan maravillosamente liberadora que la gente podría abusar de ella, cayendo en estilos de vida licenciosos o permisivos.
Sin embargo, ahora que entiendo más del Nuevo Pacto, estoy más convencido de que necesitamos su seguridad en estos peligrosos últimos días. Su promesa tiene el poder de liberar en la Iglesia de Dios todo el poder que necesitamos para ser más que vencedores en cualquier situación.
¿Quiénes son las partes en el Nuevo Pacto?
El Nuevo Pacto es un contrato formal entre el Padre y el Hijo. Y hoy nosotros, la semilla de un Israel espiritual, somos traídos a este pacto por la fe. "Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas" (Hebreos 8:6).
Dios constituyó este "mejor pacto" con su Hijo, acordando sus términos antes de la fundación del mundo: "en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos" (Tito 1:2).
El Padre celestial no estaba dispuesto a perder a sus amadas criaturas en los poderes del infierno. Para ello formuló un plan de rescate para nosotros: "Entonces hablaste en visión a tu Santo, y dijiste: He puesto el socorro sobre uno que es poderoso; He exaltado a un escogido de mi pueblo" (Salmo 89:19). El Padre dijo al Hijo: "La humanidad crecerá débil y miserable a causa de su pecado, incapaz de encontrar el camino de regreso hacia mí. Yo te nombro como mi Santo para ayudarlos y traerlos de vuelta a mi favor."
Lo siguiente que escuchamos son las propias palabras del Hijo sobre el Pacto: "El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón" (Salmo 40:8). Cada cosa que Jesús hizo en la tierra cumplió plenamente los términos del Pacto: "Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar" (Juan 12:49).
La Biblia establece estos términos claramente. Jesús se despojaría de toda gloria celestial, tomando un cuerpo humano: "sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres" (Filipenses 2:7). Él tendría que soportar oprobio y sufrimiento: "varón de dolores, experimentado en quebranto". Él iría creciendo hasta hacerse indeseable al mundo: "no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos" (Isaías 53:2). Después de todo esto, él se entregaría en manos de hombres perversos, y en gran agonía pondría su vida como ofrenda por el pecado de la humanidad. Al hacer la expiación, él tendría que soportar la ira de Dios por un tiempo.
Dios entonces le dijo a su Hijo el tipo de ministerio en que debía comprometerse para redimir a la humanidad. Él dijo a Jesús: "Tu ministerio es llegar a ser un sacerdote. Yo conozco a todos mis hijos desde la fundación del mundo, y ahora te los daré como un rebaño para que tú los pastorees". Jesús testificó en la tierra: "Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera" (Juan 6:37).
Finalmente, el Padre instruyó a su Hijo: "Si escoges ir, entonces requeriré esto de ti: tú deberás predicar las buenas nuevas a los abatidos, vendar a los quebrantados de corazón, proclamar libertad a los cautivos, abrir las puertas de la prisión a los prisioneros, cargar con las debilidades de los débiles, soportar tiernamente a los ignorantes, suplir sus carencias con tu fuerza, alimentar al rebaño, llevarlos en tu seno, conducir suavemente a las jóvenes, prestar tu fuerza a las débiles, guiarlas a todas según tu consejo, prometerles enviarles el Espíritu Santo para continuar la obra de su liberación y traerlos a casa a la gloria contigo."
Como contraparte, el Padre hizo a su Hijo promesas eternas. Él le daría el Espíritu Santo sin medida: "El Espíritu del Señor está sobre mí" (Isaías 61:1). Él siempre estaría presente con él, velando por él para cuidarlo. "Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones" (Isaías 42:6).
Además, el Padre neutralizaría todo desanimo del enemigo: "No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia; y las costas esperarán su ley" (Isaías 42:4). Y mostraría su gloria en su Hijo: "Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra" (Filipenses 2:9-10). Una vez que la obra de Jesús terminara, el Padre lo traería de vuelta a la gloria: "¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?" (Lucas 24:26).
Estos son todos los términos del Pacto, dispuestos en blanco y negro para que el mundo los conozca. No están ocultos de nosotros, al contrario, están a la vista para que nos alentemos con todos ellos.
Jesús se encontró con todos los términos del Pacto.
Al leer los evangelios, vemos que todo lo que Jesús hizo en la tierra fue para satisfacer los términos del pacto que acordó con el Padre. Él fue por las ovejas perdidas, abrió los ojos a los ciegos, resucitó a los muertos, abrió las puertas de la cárcel de la muerte, habló palabras de vida eterna, hizo obras milagrosas, echó fuera demonios y sanó toda clase de enfermedades. En cada versículo de los evangelios, Jesús cumplió con las cosas que el Padre le envió a hacer.
En todo esto, Jesús se apropió de las promesas de su Padre hacia él: "...el Dios mío será mi fuerza" (Isaías 49:5). "Yo confiaré en él" (Hebreos 2:13). Las palabras de confianza en el Padre mantuvieron a Jesús a través de su agónica muerte: "Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás. Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos" (Isaías 50:5-6).
Cuando Jesús pronunció su oración final, vemos una vez más el Pacto operando entre el Padre y el Hijo: "Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese" (Juan 17:5). Y antes de regresar a la gloria, Jesús recordó al Padre su parte del Pacto: "Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti... Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese" (Versículos 1 y 4).
¿Qué tiene que ver todo esto con nosotros? ¡Es una imagen del amor de Dios por su amada creación! Él ideó este pacto porque él no se resignó a perder ni un solo hijo en la destrucción. Jesús está diciendo aquí: "Padre, he cumplido mi parte del Pacto. He traído la redención a la humanidad y te he hecho un cuerpo. Ahora hablemos de lo que pasará con mi semilla, todos los que creen en mí"
En resumen, Dios da a su Hijo, el Hijo da su vida y nosotros somos los beneficiados. "Pondré su descendencia para siempre, y su trono como los días de los cielos... No olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha salido de mis labios" (Salmo 89:29-34). En este punto, Jesús dice al Padre: "Nosotros acordamos que yo podría traer al Pacto a cada uno de los que confiaran en mí. Te pido traer a estos amados a las mismas promesas del Pacto que me hiciste a mí". "Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros" (Juan 17:11).
¿Fue el Padre fiel con su parte del Pacto? ¿Condujo y guió a Jesús como prometió? ¿Hizo a su Espíritu moverse sobre su Hijo para darle aliento y consuelo? ¿Lo llevó a través de todas sus pruebas y le dio paso a una gloriosa victoria? Sí, absolutamente. Y el Padre se ha comprometido con una promesa eterna para hacer lo mismo con nosotros.
Jesús dijo: "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal" (verso 15). "No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo" (verso 16). Cristo estaba diciendo, en esencia: "Padre, santifícalos por tu verdad. Hazlos santos y puros y guárdalos del maligno. Sé con ellos en todas sus tentaciones. Que las promesas que me has hecho sean suyas también."
Al guardar la palabra de su Pacto en amor, la gloria del Padre fue mostrada al mundo: "La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado" (Juan 17:22-23).
La próxima vez que luches contra un pecado que te acosa, podrás escuchar una voz acusadora: "Has ido demasiado lejos y has pecado con demasiada frecuencia. Dios te ha entregado a una mente reprobada. Tú eres impuro, impío, una desgracia para el evangelio. Has expulsado al Espíritu Santo de tu vida completamente" Cuando esto ocurra, recuérdale a Dios, al diablo y a ti mismo: "Soy participante del Pacto del Padre y el Hijo. Jesús firmó el Pacto con su propia sangre y el Padre prometió guardarme en todas mis pruebas. Él sostiene mi mano, no importa lo que venga, el nunca retirará su amor por mí. Él me llevará a la victoria!"
Al revelar su Pacto a nosotros, Dios quiere eliminar las dudas que tenemos sobre su capacidad de guardarnos. Es como si estuviera diciendo: "Voy a tratarte como si no tuvieras nada de fe. Haré un gran juramento a ti, no tendrás más remedio que creerme." Debemos permanecer en Cristo, confiar en él, depender de él. Si lo hacemos, de seguro veremos su gloria!