Celebrando Un Banquete En La Presencia De Tu Enemigo
“Preparas mesa delante de mí en presencia de mis enemigos: Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando” (Salmo 23:5). De todas las maravillosas promesas que Dios nos ha dado en el Salmo 23, ésta es una de las más gloriosas. Él nos está prometiendo preparar una mesa para nosotros, abundante y maravillosa comida en ella y celebrarnos un banquete. Y Él hace todo esto en frente de nuestros enemigos.
Todos necesitamos guía para tomar decisiones en la vida. Aún en un mundo tan caótico como el nuestro, la palabra para mesa en este verso significa “abundancia.” Dios no está hablando de solamente un plato pequeño, sino de un banquete inmenso y masivo. Y no es comida común y corriente. Él prepara delante de nosotros uno tras otro manjares celestiales. Hay un sólo invitado a esta comida: Tú.
Para preparar la atmósfera adecuada, Dios declara éste banquete un tiempo para regocijarse: “Para gozarse se hace el banquete, y el vino trae alegría” (Eclesiastés 10:19). Mientras cenas con magníficas comidas, Dios te unge con alegría: “Unges mi cabeza con aceite” (Salmos 45:7). “Dios, el Dios tuyo, te ungió con óleo de alegría más que a tus compañeros” (Salmos 45:7).
Mientras tanto Dios prepara y te sirve tu banquete, Él hace a tus enemigos sentarse al margen de la escena y mirar cómo se desarrolla todo. Ellos ven al Señor mismo preparar tu mesa con comida, guiándote hasta tu silla y esperando por ti. Luego ellos ven como sacias tu alma con la suculenta cena celestial.
Tus enemigos están en shock. Ningún poder demoníaco, incluyendo al diablo mismo, pueden jamás llegar a comprender ésta clase de amor, misericordia y gracia. Todos estaban seguros de que Dios te iba a aniquilar por tus fallas. Estaban listos para regocijarse al verte caer en desesperación. Ahora a ellos se les ha ordenado mirar mientras tanto celebras con manjares servidos por Dios mismo.
Cristo nos dice que El Padre hace esto por sus hijos: “Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles” (Lucas 12:37).
Quiénes son estos enemigos? En términos Bíblicos hay dos clases de enemigos: los de clase demoníaca y los de tipo humano. En el Salmo 23, David se está refiriendo a enemigos demoníacos. Estos representan al diablo y a todos sus infernales principados y potestades.
Jesús nos dice, “El enemigo...es el diablo” (Mateo 13:39). Cuando David habla de su “fuerte enemigo” en el Salmo 18, él está hablando acerca de huestes demoníacas quienes le odiaban debido a su firme caminar con El Señor: “Me libró de mi poderoso enemigo, y de los que me aborrecían; pues eran demasiado fuertes para mí" (Salmo 18:17).
Sin embargo muchos de nuestros enemigos no provienen del infierno. Cuando Jesús nos habla de “ama a tus enemigos,” Él nos está hablando acerca de personas en nuestras vidas que se han convertido en instrumentos de satanás para hacernos sentir miserables. Los enemigos carnales de David le hacían clamar, “Líbrame de mis enemigos, oh Señor; corro hacia Ti a esconderme” (Salmo 143:9).
Puedes tener solamente unos pocos enemigos porque te mueves en un círculo pequeño de personas. Puedes tener abundancia de ellos si tu esfera de influencia es un más extensa. En cualquier caso, si has dispuesto tu corazón para seguir a Jesús, vas a ser una ofensa para muchos, inclusive los Cristianos carnales. Vas a ser marcado por el enemigo como su objetivo. Te atacará física y espiritualmente e incitará problemas para ti entre tus enemigos humanos.
En este sentido, el banquete sobrenatural del Señor se convierte en algo aún más asombroso. Las dos clases de enemigos tienen que sentarse y mirar mientras El Señor te sirve el banquete! De un lado están el diablo y sus huestes, mientras al otro lado están tus enemigos terrenales — y todos miran mientras El Señor derrama de su óleo de alegría sobre ti.
Del lado demoníaco, el diablo arde en ira porque él pensó que de seguro ya te tenía aprisionado. Del lado humano, Dios amontona a tus enemigos con confusión. Su Palabra dice del justo, “A sus enemigos vestiré de confusión, mas sobre él florecerá su corona” (Salmo 132:18). Mientras más saboreas la gloriosa comida preparada delante de ti, El Señor susurra a tu oído, “No tienes por qué preocuparte acerca de ninguno de estos enemigos. Ellos no tienen la capacidad de hacer nada en tu contra.” “Porque intentaron el mal contra ti; fraguaron maquinaciones, mas no prevalecerán” (Salmos 21:11).
Serás capaz de cantar, “Luego levantará mi cabeza sobre mis enemigos que me rodean, y yo sacrificaré en su tabernáculo sacrificios de júbilo; cantaré y entonaré alabanzas al Señor” (Salmos 27:6).
Los Puritanos a menudo usan la frase “sorprendido por el pecado.” Ellos se refieren a esos tiempos cuando tú no estás a la expectativa o pensando en pecar, pero de repente el enemigo viene como un torrente y tú te encuentras abrumado. Algo te ha derrotado, un pecado de promiscuidad o hábito antiguo que pensaste que ya habías conquistado, y has terminado fallando. Te lamentas y te dueles por tu pecado, y te has desmoralizado, confundido y pensando “¿Cómo permití que esto pasara otra vez?”
Aquí es cuando tu acusador, satanás, salta sobre ti como un león hambriento. Él te recuerda cada advertencia Bíblica acerca de pecar en contra de la Luz, susurrando, “Mira cómo Dios ha quitado su Espíritu de todos aquellos que han caído. Tú has pecado en la misma forma. Eres un farsante, un hipócrita. Dios ha quitado Su Espíritu de tu vida.” Satanás hace todo lo que tiene en su poder para segarte de las promesas del Pacto de Dios. Satanás quiere traerte bajo la ley, donde tu conciencia te condenará.
Esto no es la intención del Señor para cada corazón arrepentido. Sólo cuando piensas que mereces la ira de Dios y Su castigo, El Señor te llama a un banquete. Y mientras tus enemigos se detienen listos para verte sufrir bajo juicio, Dios los sorprende — y tu — alimentándote de Su mesa. Así es cómo Dios trata a sus hijos arrepentidos.
Pero, como Adán, nos queremos esconder de Dios. Pensamos que Él está enojado con nosotros y que satanás ha ganado terreno en nuestras vidas. En nuestra confusión, caemos en la ruta de Romanos 7: “pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.” Este es el preciso momento cuando El Señor nos llama, “Ven, siéntate y prueba Mi Misericordia. Quiero darte un banquete en Mi mesa en presencia de tus enemigos.”
Jesús responde esta pregunta en la parábola del hijo pródigo. El joven fugitivo fue derrotado por el pecado y gastó toda su herencia en su lujuria. Terminó en esclavitud, teniendo que comer alimento para cerdos. Él pensó, “He pecado tanto que nunca seré aceptado por mi padre cómo lo fui antes. Seguramente dedo pagar por esto de alguna forma.”
El temor del hijo lo detenía de regresar donde su padre. Aunque, verdaderamente, su padre nunca estuvo enojado con él. Este hombre de Dios simplemente ansiaba que su hijo regresara. Finalmente, cuando el hijo pródigo estuvo en el pozo de desesperación, sintiendo todo el impacto de su caída, él pensó en la abundancia que había en casa de su padre. En desesperación él regresó a su casa.
¿Cuál fue la respuesta de su padre? Él corrió a encontrarse con su hijo, lo abrazó, besó su cuello y lo perdonó, sin preguntarle nada de lo sucedido. Las Escrituras nos dicen, “Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta” (Lucas 15:22-23).
Aquí, en las mismas palabras de Jesús, vemos la actitud del Padre hacia sus hijos. Inmediatamente después que fallamos, nuestro Señor nos sirve un banquete y nos unge con óleo de alegría. El momento preciso cuando Él escucha nuestro clamor por Su Perdón, Él prepara la mesa ante nosotros diciéndonos, “No huyas de mí. Y no te quedes en la pocilga del diablo escuchando sus mentiras acerca de ti. Yo te amo. Ven y ve lo que he preparado para ti.”
La primer bendición que encontrarás en tu plato es un perdón incondicional. “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Tan pronto como nos arrepentimos, Dios se desentiende de nuestro pecado. Él lanza fuera de su vida completamente nuestra transgresión.
Es más, Él no desea escuchar más nada acerca de nuestro pecado. Él dice, en esencia, “Yo ya cerré ese capítulo. Ahora ciérralo tú también. Regocíjate en Mi salvación, misericordia y gracia. Conténtate en todo eso!” “Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, Y grande en misericordia para con todos los que te invocan” (Salmo 86:5). “Porque tu misericordia es grande para conmigo, y has librado mi alma de las profundidades del infierno” (Salmo 86: 13).
Una vez que hemos aceptado el perdón del Padre, Él nos invita a disfrutar de cada uno de los platillos dispuesto en el menú de Su banquete: gracia, misericordia, bondad, ternura, compasión, amor inmerecido, descanso, gozo, felicidad. Manantiales frescos de renovación del Espíritu Santo corren sobre nuestra alma, y lágrimas de regocijo lavan toda nuestras culpas, temores y ansiedades. Mientras esta increíble bendición sucede, nuestros enemigos son forzados a mirar, totalmente derrotados. Finalmente ellos susurran, “él ha aprendido el secreto. Él está confiando en las promesas de Dios. Vayámonos de aquí.”
¿Qué significa celebrar un banquete en la presencia de nuestros enemigos humanos? El Señor también quiere celebrarnos un banquete inclusive ante aquellos que se han convertido en herramientas de satanás para hostigarnos. Tal vez estás soportando una situación estresante en tu trabajo. Quizás tus compañeros de trabajo te han traicionado, difamándote ante tu jefe. Te dueles ante las cruentas formas en que ellos te han herido.
Te digo, Jesús te está llamando a celebrar un banquete en la presencia de tus enemigos. Él te está recordando que incluso en tu peor situación puedes correr a la promesa del pacto de Dios, “Ninguna arma forjada contra ti prosperará.” Tu Padre está preparando la mesa para ti, deseando llenarte con Su Gracia y Compasión.
¿Te sientes tan cargado, viviendo un día a la vez, aún temeroso, sin disfrutar verdaderamente tu caminar con El Señor? Todavía te dices a ti mismo, “Sé que Jesús me salvó y que he cambiado. ¿Por qué no disfruto este banquete? ¿Dónde está mi óleo de alegría?
No dudes de las promesas de Dios para ti. Espera en ellas; mantente persuadido que lo que Él ha prometido hacer, Él es capaz de realizarlo. El Espíritu Santo sólo responde a la fe. Él no responde a tus ríos de lágrimas o a tus promesas de hacer las cosas mejor la próxima vez. Sólo la fe trae la respuesta del Señor. La fe mueve Su accionar, trayendo a tu vida Su misma Gloria.
Acepta el amor y el perdón de tu Padre. Tienes el derecho de participar en el banquete, y ningún demonio en el infierno puede arrebatártelo. Cree la Palabra de Dios para ti — y permítele que te siente en Su Mesa Celestial.