COMENZANDO LA OBRA DE RESTAURACIÓN
El libro de Nehemías ofrece una imagen vívida de lo que le sucede a la Iglesia en tiempos de ruina y apostasía. Cuando Nehemías y otros 43,000 patriotas judíos regresaron a Jerusalén, encontraron la ciudad en una ruina total. Los muros estaban derribados y no había puertas, de modo que los habitantes no tenían protección de sus enemigos...y todo un desfile de antagonistas saqueaban la ciudad a su antojo.
Estos enemigos habían venido ejerciendo el dominio total a causa del alejamiento y desobediencia de Israel a la Palabra de Dios. Nehemías escribió: "Por nuestros pecados, quienes [nuestros enemigos] se enseñorean sobre nuestros cuerpos, y sobre nuestros ganados, conforme a su voluntad, y estamos en grande angustia" (Nehemías 9:37).
En este caso, Jerusalén es un tipo de la Iglesia de Jesucristo de hoy. Igual que los israelitas, muchos cristianos están bajo el dominio del pecado y la iniquidad en la casa de Dios ha traído angustia y esclavitud, esparciendo veneno por todo el cuerpo de Cristo.
¿Cómo sucedió esto? Los muros de la verdad fueron derribados, aquellas barreras protectoras que son erigidas cuando los creyentes se ponen de pie a favor de la Palabra de Dios. A causa de nuestro pecado y débiles principios, dichas puertas protectoras se están cayendo, dejando a multitudes de cristianos expuestos al poder de Satanás.
Aun así, Nehemías representa el plan de Dios para la restauración. Este hombre sabía que para que un verdadero avivamiento se lleve a cabo, tiene que haber un seguro y protector muro de verdad, que rodee al pueblo de Dios.
Entonces, ¿se lanzó Nehemías en una ciudad sin muros, invocando un avivamiento de manifestaciones sobrenaturales? No. Las únicas manifestaciones que había a la llegada de Nehemías fueron hombres y mujeres con picos y palas en sus manos. Ellos hacían el trabajo duro de reedificar los muros de la ciudad y restaurar sus puertas. Y Nehemías dirigía todo.
Esta obra de restauración comenzó en el momento en que Nehemías asumió la carga del Señor por la ruina en Su casa. Cuando Nehemías vio la aflicción y el oprobio que estaba sufriendo el pueblo de Dios, cayó sobre sus rodillas, clamando: "...el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego" (Nehemías 1:3).
Luego, ¿qué hizo Nehemías? Ayunó y oró día y noche, confesando los pecados de Israel. "Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos" (versículo 4).