COMUNIÓN CON DIOS

David Wilkerson (1931-2011)

Nuestros afectos terrenales fluctúan, a veces todos los días, pasando de caliente y celoso a tibio o incluso frío a medida que cambian nuestras emociones. Como los discípulos, nosotros podemos estar listos para morir por Jesús algún día y luego estar listos para abandonarlo y continuar nuestro camino. Podemos decirle al Señor que confiamos que él suplirá todas nuestras necesidades y, sin embargo, albergar dudas y temor cuando nuestras circunstancias cambian.

El amor de Dios por nosotros nunca cambia. Su Palabra dice: “Yo Jehová no cambio” (Malaquías 3:6). Y en Santiago 1:17: “Toda buena dádiva…desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”.

Cuando estamos en verdadera comunión con el Padre, no sólo recibimos su amor, sino que también lo amamos. Esto es afecto mutuo: dar y recibir amor. La Biblia nos dice: “Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6:5). Él también nos dice: "Dame, hijo mío, tu corazón” (Proverbios 23:26). Su propio amor perfecto exige que correspondamos, devolviéndole un amor total, sin división.

El Señor nos dice en términos muy claros: “No puedes ganarte mi amor. El amor que te doy es inmerecido”. Juan escribe: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10). “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (versículo 19).

Dios se inclinó hacia el desierto de nuestras vidas, nos mostró nuestra perdición y nos hizo miserables en nuestro pecado. Él nos envió su Palabra para mostrarnos la verdad, envió su Espíritu para convencernos de pecado y luego, él mismo, vino por nosotros. Debido a esto, cuando lo aceptamos en nuestras vidas y permanecemos en comunión con él, podemos caminar en seguridad y estabilidad, sin vacilar.