Confianza para Acceder a Dios
“Conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor, en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él” (Efesios 3:11-12). Los hijos de Dios tienen el derecho y la libertad de irrumpir ante nuestro Señor en cualquier momento, uno de los mayores privilegios jamás otorgados a la humanidad.
Nuestro Padre celestial se sienta en su trono en la eternidad y a su diestra se sienta su Hijo, nuestro bendito Señor y Salvador, Jesús. Fuera de este salón del trono hay puertas que se abren a todos los que están en Cristo. En cualquier momento, de día o de noche, podemos pasar por alto a los ángeles guardianes, los serafines y todas las huestes celestiales para entrar con confianza en estas puertas y acercarnos al trono de nuestro Padre. Cristo nos ha proporcionado acceso directo al Padre, para recibir toda la misericordia y la gracia que necesitamos, sin importar nuestra circunstancia.
Este no fue siempre el caso. En el Antiguo Testamento, con pocas excepciones, ninguna persona tenía acceso al Padre. Abraham fue llamado amigo de Dios y disfrutó de cierto acceso al Señor, pero incluso él permaneció “fuera del velo”.
Moisés, el líder de Israel, tenía acceso inusual a Dios, quien dijo: “Y él [Jehová] les dijo... cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras” (Números 12:6-8). Pero el resto de Israel no sabía nada de este tipo de acceso.
La vida de Cristo en carne humana proporcionó un mayor acceso al Padre, pero incluso eso fue limitado. Sin embargo, en el momento de su muerte, el velo del templo en Jerusalén fue literalmente razgado y nuestro destino fue sellado. Cuando Jesús entregó su espíritu, se nos dio acceso total e irrestricto al Lugar Santísimo: “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne” (Hebreos 10:19-20).
Las Escrituras nos advierten: “Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe… Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió” (10:22-23). Dios nos insta: “Acércate a mi presencia a menudo, a diario. No puedes mantener tu fe si no te estás acercando a mí. Si no entras osadamente en mi presencia, tu fe va a flaquear”.
Determina en tu corazón aprovechar al máximo el gran don de acceso de Dios. ¡Tu futuro eterno depende de ello!