Conoces a Jesús, Conoces al Padre
¿Cómo se ve Dios? Sabemos que es espíritu y que es invisible para nosotros; de hecho, la Palabra dice: “A Dios nadie le vio jamás” (Juan 1:18).
Parte de la misión de Jesús en la tierra fue revelarnos al Padre celestial. Cuando Cristo estaba a punto de regresar al cielo, él les dijo a sus discípulos que ellos sabían a dónde iba y que sabían el camino. Sin embargo, Tomás respondió: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” (Juan 14:5). En otras palabras, “Si nos dejas, ¿cómo llegaremos al Padre? Tú mismo nos dijiste que eras el único camino a él”.
Jesús explicó: “Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto” (14:7). Felipe estaba confundido por esto y debe haber pensado: “¿Qué quiere decir Jesús, cuando dice que hemos visto al Padre? ¿Cómo podemos ver un espíritu? ¿Y cómo puede Jesús ser Dios? Entonces se metió en la conversación: “Señor, muéstranos al Padre, y nos basta” (14:8).
Jesús fue paciente porque sintió la sinceridad de Felipe: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (14:9). Entonces Jesús se volvió y se dirigió a todos los discípulos: “¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí?” (14:10) Y después de esto, les hizo una promesa gloriosa: “En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros” (14:20).
¡Esta fue una conversación increíble! Cristo les estaba diciendo a sus seguidores: “¡Mírenme! ¿No ven que soy Dios, vestido de carne humana? Soy la esencia misma de mi Padre; y todo lo que él es, en naturaleza, sustancia y carácter, está en mí. ¡He venido a la tierra para mostrarles el rostro humano de Dios! Me doy cuenta de que no pueden comprender todo esto ahora, pero cuando resucite de entre los muertos, les manifestaré al Padre, porque él y yo somos uno”.
Sabemos que todo el ministerio de Cristo fue una manifestación de quién es el Padre. Incluso hoy, él busca reconciliarte consigo mismo y gobernarte en amor. Al aceptar su amor y a cambio de éste, amarlo, discernirás el rostro del Padre.