Conociendo al Espiritu Santo
Aquí en la Iglesia de Times Square, cantamos un corito que motiva aplaudir que va así: Mándalo abajo, Señor, mándalo abajo Señor, permite que tu Espíritu Santo venga acá abajo Lo necesitamos, Señor, mándalo acá abajo. Nosotros cantamos otros, coros similares, rogándole al Espíritu Santo que baje. Pero lo cierto es, que el Espíritu Santo ya esta aquí. El bajo del cielo en la Aposento Alto en Pentecostés. ¡Y el nunca se ha ido! Jesús prometió, “Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis, porque vive con vosotros y estará en vosotros. “ (Juan 14:16-17). Considera una frase que Jesús usa aquí: “pero vosotros lo conocéis.” Recientemente, mientras leía esas palabras en mi estudio al preparar este mensaje, no las podía sacudir. Me doy cuenta que realmente no se mucho del Espíritu Santo. La iglesia habla mucho acerca del Espíritu. Enseñamos una doctrina del Espíritu Santo. Hablamos acerca de ser llenos con el Espíritu, caminar y vivir en el Espíritu, tener los dones del Espíritu, recibir consuelo del Espíritu. Pero es posible conocer todas las doctrinas del Espíritu Santo y aun no conocerle a el. Si yo te preguntara, “¿Recibiste el Espíritu Santo?” ¿Cómo contestarías? Algunos dirían, “Si, yo recibí el Espíritu cuando Jesús me salvo. Fue el Espíritu Santo quien me trajo al reino de Cristo.” Otros contestarían, “Si, he recibido el Espíritu, porque hable en lenguas cuando el entro a mi vida. Yo oro en el Espíritu, y las lenguas son la evidencia que le he recibido.” Sin embargo, recibir el Espíritu es más que una sola experiencia. La palabra “recibir” significa “echar mano de aquello que es dado.” En resumen, recibir es desear una capacidad expandida para mayor conocimiento de quien es el Espíritu y de que se trata su ministerio. De hecho, el Espíritu Santo no es recibido por alguien hasta que se le permite tomar completo control del templo de esa persona. Pablo le pregunto a los Gálatas, “¿Cómo recibieron el Espíritu? ¿No lo recibieron por fe?” Entonces el declara, “Ustedes declararon por fe que lo que recibieron del Espíritu lo recibieron por fe. Así que, ¿ha habido un continuo ‘ministerio del Espíritu’ a ustedes por fe? ¿Están ejercitando la fe para ir mas profundo en el Espíritu?”
Sabemos que el Espíritu Santo esta aquí en la tierra y que el nunca se ha ido. Sabemos que él mora en nosotros, haciéndonos su morada, nuestros cuerpos convirtiéndose en su templo. Sin embargo, la mayoría del tiempo vivimos como si el Espíritu estuviera en algún lugar en el cosmos, no en nuestro medio o dentro de nosotros. Lo cierto aquí es que el Padre no envió su Espíritu para demostrarnos cuan interesado él esta en cada aspecto de nuestras vidas. El Espíritu Santo fue enviado como nuestro amigo, nuestro consolador, nuestro guía. En vista de este sorprendente hecho, la pregunta para cada uno de nosotros es, “¿cuan bien conozco yo al Espíritu? ¿Realmente lo conozco en estas formas?” Jesús aclara que el Espíritu Santo debe ser para nosotros todo lo que Cristo fue a sus propios discípulos cuando el estaba aquí en la tierra. Considera: Jesús le dice a todo aquel que le sigue, “No los dejare sin consuelo.” El nos esta diciendo, en otras palabras, “Les envío a Uno quien los defenderá y guardara. No los dejare impotentes, vulnerables a los engaños de Satanás. Regocíjense, porque les estoy enviando a Uno que el poder del cual es mayor que cualquier otro poder en el universo.” Jesús dice que no tan solo el Espíritu esta aquí, viviendo en mí. El también dice que yo lo conozco. Por lo tanto, tengo que preguntarme: ¿Cómo conozco yo al Espíritu? ¿Cuáles son las marcas, la evidencia, que me hace conocerle, que me haga reconocer su presencia permanente, para experimentar su cercanía? Simplemente, yo conozco el Espíritu Santo por los cambios que él esta obrando en mí. Yo no conozco el Espíritu meramente al mirar los cambios que el ha hecho en otros. Puedo verlo reflejado en mis hermanos y hermanas, pero yo conozco al Espíritu solo por su obra en mi propia vida. Como puedes ver, la obra que el Espíritu Santo hace en nosotros es tan personal. Mi cuerpo es su templo, y en mi, el ministra diariamente nuevas revelaciones de Cristo. Es su obra que me ha hecho volverme del mal, a tener hambre y sed de justicia, a ansiar continuamente, “Ven, Señor Jesús.” Permíteme hablarte ahora acerca de los dos ministerios primordiales del Espíritu. Cuando nosotros conocemos su ministerio y creemos que él esta obrando en nosotros, entonces somos capaces de elevarnos por encima de las pruebas y los temores. Su ministerio hasta nos permite mirar la muerte de frente y mantenernos llenos de esperanza y gozo.
Jesús llama al Espíritu Santo “El Consolador.” Es una cosa conocer al Espíritu Santo como nuestro Consolador. Pero también debemos saber como el nos consuela, para que podamos distinguir cual consuelo es de la carne y cual es del Espíritu. Por ejemplo, considera al hermano o hermana en Cristo quien esta abrumado por la soledad. Esta persona ora por el consuelo del Espíritu Santo y espera que ese consuelo venga como un sentimiento. El lo imagina como un suspiro repentino del cielo, como un sedante espiritual a su alma. En su pensar, el consuelo viene como un dulce adormecer de la mente, trayendo unas pocas horas de alivio. Pero a la mañana siguiente, el sentimiento de paz se ha ido. Como resultado, el comienza a creer que el Espíritu Santo ha negado su pedido. ¡No, nunca! El Espíritu Santo no nos consuela manipulando nuestros sentimientos. Su forma de consolar es vastamente diferente y es detallada claramente en la Escritura. No importa cual sea el problema, prueba o necesidad, su ministerio e consuelo es llevado a cabo al traer verdad: “… el Espíritu de verdad…” (Juan 14:16). El hecho es, nuestro consuelo viene de lo que sabemos, no del que sentimos. Solo la verdad predomina los sentimientos. Y el ministerio consolador del Espíritu Santo comienza con esta verdad fundamental: Dios no esta enojado contigo. El te ama. “y la esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Romanos 5:5). El significado griego aquí es aun más fuerte que lo que la traducción sugiere. Dice que el amor de Dios “sale a chorros” en nuestros corazones por el Espíritu Santo.
Una carga insoportable puede ser ocasionada por temor, vergüenza, tristeza, aflicciones, tentaciones, desanimo. Pero, sin importar la causa, el consuelo es necesario. Ahora, repentinamente, se escucha una voz, haciendo eco a través de cada pasillo del alma. Es la voz del Espíritu Santo, declarándole a esa alma, “Nada puede separarte del amor de Dios.” Esta verdad – una vez creída – rápidamente se convierte en un chorro de agua viva, llevándose cada tropiezo. “Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho.” (Juan 14:26, énfasis añadido). En esta forma, el Espíritu Santo juega una parte central en nuestra adopción de hijos al Padre. El Espíritu es el maestro en nuestro diario caminar con Cristo, y nosotros somos sus estudiantes. Y el nos enseña que somos adoptados. Nosotros somos la familia de Dios, sus hijos e hijas. ¿Cómo trae el Espíritu esta verdad a la memoria? El nos recuerda la mas gloriosa proclamación jamás dicha por Jesús: “Yo soy el Hijo de Dios. Yo tengo un Padre en el cielo. Y mi Padre me ama.” Las palabras de Jesús aquí se hacen nuestras palabras, al ser adoptados en la familia del Padre, haciéndonos hermanos y hermanas en Cristo. “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6). Es el Espíritu Santo quien clama de nosotros, “Recuerda lo que Jesús dijo: tu eres un hijo, una hija del Dios Todopoderoso. Tú tienes un Padre en el cielo que te ama. Así que recuerda quien eres. Tu no estas solo. Mantén las palabras de Jesús en tu mente: ‘Dios te ha amado, tal como me ama a mi.”
El enemigo puede entrar como una inundación sobre mí, llevándome bajo temor, culpa o estrés. Pero yo puedo invocar esta oración inmediatamente: “Espíritu Santo, minístrame ahora, enséñame, hazme recordar. Recuérdame las promesas de Jesús acerca de mi seguridad como hijo de Dios.” El Espíritu entonces clama en mi, “Recuerda a Abba, tu Padre. Tu eres justificado, y tienes acceso a el. Ahora, clama de tu alma esta proclamación: “Yo soy hijo de Dios. ¡Ahora yo camino en el Espíritu de hijo!” “Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” (Juan 1:12). “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios…” (Romanos 8:14). De igual manera, Pablo nos dice que como hijos e hijas de Dios, nos es dado el mismo Espíritu que estaba en Cristo. “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús está en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que está en vosotros.” (Romanos 8:11). ¿Ves cuan importante es este papel del Espíritu? A veces yo me puedo sentir espiritualmente muerto. Puedo sentirme frío en mi corazón, sin vida, como si el fuego en mi es tan solo una chispa ahora, un llama parpadeante. Pero la realidad es, hay una fuerza de vida que siempre esta obrando en mí. Si yo creo la Palabra de Dios, y yo confío en Cristo, entonces sin importar como me siento –sin importar como yo pueda juzgarme a mi mismo o me sienta condenado – el Espíritu de Cristo en mi aun esta respirando vida a mi alma. Dios aun me esta amando, y el Espíritu esta aun obrando. Piensa por un momento acerca de un precioso ser querido que conoces, alguien que quizás este sufriendo o en su cama de muerte. El cuerpo mortal de ese ser querido se esta gastando. Pero nosotros sabemos que todos los que están en Cristo están en un proceso de resurrección. Ciertamente, el mismo Espíritu que invadió el templo de Cristo en la tumba también viene a levantar a tu preciado a vida eterna. En el punto de profundo sufrimiento, el Espíritu dice esta consoladora verdad en el: “Vas a tu Abba Padre.”
“… porque el deseo de la carne es contra el Espíritu y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisierais.” (Gálatas 5:17). Una guerra interna aun ruge dentro de nosotros. Cada cristiano puede decir, “Yo se que Dios me ama. Lo conozco como mi Padre, y yo se que soy su hijo. Yo se que soy justificado a los ojos de Dios, y tengo acceso a mi Señor. Pero aun hay una guerra dentro de mí. Aun lucho contra pensamientos carnales, contra horribles tentaciones. Y esta guerra nunca parece terminar.” Amado, esta guerra es una realidad para cada cristiano. Pensamos cosas que no son dignas de Cristo. Miramos cosas que no debemos, somos tentados por cosas que no debiéramos ser tentados, escuchamos cosas a las cuales no debemos prestar oído. Y todo esto nos hace sentir indignos e impuros. Estas batallas pueden ser tan intensas y tan frecuentes, que a veces sentimos como que estamos perdiendo la guerra. Hasta el apóstol Pablo se sintió así, gritando en angustia: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24). Sin embargo, en contesta a nuestro clamor, el Espíritu Santo viene con verdad que trae consuelo: “No os ha sobrevenido ninguna prueba que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser probados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la prueba la salida, para que podáis soportarla.” (1 Corintios 10:13). En resumen, Pablo dice, tú estas peleando la misma guerra que es experimentada por santos piadosos por todo el mundo. Tu prueba no es algo peculiar o especifico a ti. El apóstol Pedro nos asegura también: “Amados, no os sorprendáis del fuego de la prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciera.” (1 Pedro 4:12).
“… porque mayor es el que está en vosotros que el que está en el mundo.” (1 Juan 4:4). La razón por la cual tu carne se ha levantado – la razón por la cual Satanás te ha inflamado—es porque tú has invitado al Espíritu dentro de ti y que tome control. Es tan simple como eso: tú estas siendo tentado porque el Espíritu ha estado haciendo cosas maravillosas en ti. Y su obra ha despertado la ira de Satanás. Cierto, que tu carne es enemistad contra el Espíritu. Pero el Espíritu Santo es más que vencedor sobre tu carne. Nosotros sencillamente tenemos que darnos cuenta que esta batalla nunca va a terminar en nuestra vida. Por eso es que Pablo nos da estas palabras: “(Dios) juntamente con la prueba la salida, para que podáis soportarla.” (1 Corintios 10:13). Aquí otra vez esta la verdad del Espíritu Santo que nos trae consuelo: Tenemos un escape de cualquier temor de ser vencidos. Esta verdad nos muestra tres cosas importantes, cosas que debemos pedirle al Espíritu que nos recuerde:
- “Mi guerra interna es una lucha común para todos. Por lo tanto, no voy a tragarme la mentira de que soy un extraño, impuro hijo de Dios.”
- “Debo siempre estar conciente – debo mantener un sentir continuo – que Dios me ama tanto que el me ha dado su propio Espíritu. El es tan tierno y se preocupa tanto por mi, que el ha enviado el Espíritu Santo para que pelee mis guerras. El Espíritu no ha venido como algún espía, investigándome para encontrar iniquidad. El solo tiene mi bien, mi beneficio, en mente.”
- “Debo echar fuera toda condenación. Tengo que pedirle al Espíritu que traiga a mi mente las palabras de Pablo: ‘Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.’ (Romanos 8:1).”
Ahora considera otro aspecto del ministerio del Espíritu Santo.
“De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.” (Romanos 8:26). Considera lo que Pablo esta diciendo aquí acerca del papel del Espíritu Santo en nuestra vida de oración. Nos confundimos acerca de la oración, haciéndola parecer tan complicada. Si vas a cualquier librería cristiana, encontraras muchos libros sobre este tema, con fórmulas detalladas sobre como orar. Esta multitud de teorías pueden traer confusión, trayendo toda clase de preguntas acerca de la oración: ¿Cuándo es que la oración se convierte en intercesión? ¿La intercesión es medida por fervor, o bullicio, o el tiempo que paso de rodillas? Me instruyen a orar según la voluntad de Dios, pero ¿Cómo conozco su voluntad? ¿Y como puedo oro? ¿Cuentan las oraciones mentales? Exactamente, ¿Por qué cosa oro?” Tal confusión puede ser abrumante, y hace que pocos oren. Pero nunca hubo un tiempo cuando las oraciones del pueblo de Dios son más necesitadas que ahora. Vivimos en un mundo enloquecido. Aun en su tiempo antiguo, Pablo dijo de la tierra, “Toda la creación ahora gime.” Los ecólogos nos dicen que las capas de hielo del mundo están derritiéndose, que diluvios inundaran la ciudad de Nueva York y la mayor parte de la costa Este. En el futuro, nos dicen, que el calentamiento global matara toda vida vegetal. Predicen que la tierra quedara desolada, totalmente inhabitable. Las cargas de estrés causadas por tales reportes ahora están abrumando a la gente mundialmente. Y los cristianos no están exentos del estrés. Pablo dice, “Aun nosotros que tenemos el Espíritu gemimos, esperando ser liberados de esta mundo inestable. Ansiamos nuestra redención.” Mientras los eventos globales empeoran, conspirando robarle la paz a la gente, sociedades en todas partes están buscando una fuente de consuelo. Pero no lo están encontrando en psicoterapia, en religión muerta, en cause, ni aun en caridad.
La Biblia nos ha dicho, “El mundo no conoce a Cristo. Y ellos no le recibirán. Pero tu lo conoces a el. ” En esta etapa de mi vida y ministerio, una de mis mayores preocupaciones tiene que ser que yo mantenga mi vida de oración. Cuando descuido la oración, contristo el Espíritu de Dios en mí. Si, es posible para nosotros contristar al Espíritu Santo. Pablo alude a esto cuando escribe, Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios,…” (Efesios 4:30). Ciertamente, el Espíritu comparte el dolor de Dios por la incredulidad y falta de oración de su pueblo. Considera solo unas cuantas maneras poderosas en que el Espíritu Santo juega un papel en nuestras oraciones:
- Es durante la oración que el Espíritu Santo manifiesta la presencia de Cristo en nosotros.
- Es durante la oración que el Espíritu sella las promesas de Dios en nuestros corazones.
- Es durante la oración que el Consolador pronuncia esperanza a nosotros.
- Es durante la oración que el Espíritu suelta ríos de consuelo, paz y descanso en nuestra almas.
Estos días, mi oración es esta, “Espíritu Santo, mantenme en comunión cercana con Jesús. No me permitas descuidar mi tiempo a solas con Aquel que ama mi alma. Mantenme sobre mis rodillas. Entonces conoceré tu consuelo.” Te animo: haz esta tu oración también.