Conociendo a Dios
Cada generación de cristianos debe examinarse a sí misma para discernir si su misión y acciones honran a Dios. Continuamente tenemos que preguntarnos: “¿Seguimos sirviendo al Señor y a nuestro prójimo con fidelidad y sacrificio? ¿O hemos caído en una mentalidad de 'bendíceme'?”
Cristo sabía exactamente dónde estaba el corazón de las masas cuando comenzaron a seguirlo. “Me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan” (Juan 6:26). ¿Por qué Jesús se refiere aquí a "señales"? Piensa en lo que hace una señal. Apunta a algo, no es la cosa en sí. Cuando una señal de tráfico dice "Denver, a 60 millas", sabemos que aún no estamos en Denver, pero estamos en camino. De la misma manera, Jesús les estaba haciendo saber a los discípulos que los panes y los peces no eran el punto. Éstas revelaban el cuidado amoroso del Padre celestial. Sus milagros son señales de su cuidado por nosotros.
La respuesta de la multitud reveló sus corazones. “Os dio Moisés el pan del cielo” (Juan 6:31). Ellos estaban poniendo el ejemplo de Moisés contra Jesús. Fue una torcedura de brazo, como un niño que se acerca a su padre tratando de conseguir lo que quiere. ¿Buscamos a Dios entre nosotros o simplemente buscamos su provisión? Seamos honestos, a menudo cuando oramos queremos una respuesta ahora, hoy, en este momento. Ese es un rasgo desafortunado de la cultura de nuestro mundo de "tenerlo todo ahora". En un sentido espiritual, carecemos de un valor tremendo que la Generación Más Grande apreciaba: saber que por la fe eventualmente veremos grandes bendiciones.
Para el cristiano, conocer a Dios no se trata de ser "bendecido ahora". El Señor no se doblegará a nuestros deseos para darnos todo lo que queremos, cuando lo queremos. Su deseo es tener una relación con nosotros, una relación continua y a largo plazo que dé frutos duraderos. Entonces sus bendiciones no son el final de la relación; son señales de su fidelidad y compasión, rasgos que cualquiera de nosotros codiciaría en una relación. Los milagros de Cristo fueron la evidencia de esos hermosos rasgos.