Consumido por el celo

Gary Wilkerson

En Juan 2, Jesús entra al templo para un acto que señalaría el comieezo de su ministerio público. (Su milagro anterior en Caná, convirtiendo el agua en vino, no fue una declaración pública). Lo que tiene lugar próximamente es muy dramático:

Estaba cerca la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el Templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas que estaban allí sentados e hizo un azote de cuerdas y echó fuera del Templo a todos, con las ovejas y los bueyes; también desparramó las monedas de los cambistas y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: "Quitad esto de aquí, y no convirtáis la casa de mi Padre en casa de mercado. Entonces recordaron sus discípulos que está escrito: «El celo de tu casa me consumirá.»" (Juan 2:13-17 RVR1995)

Lo que Jesús hace aquí es más que radical. Dime; si quisieras anunciar tu ministerio, ¿entrarías en una “mega” iglesia y empezarías a volcar mesas y ahuyentar a la gente? Jesús estaba haciendo aquí más que sólo mostrar su autoridad. Él estaba demostrando que estaba a punto de cambiar las cosas en todos los sentidos.

Todo esto aconteció durante la temporada de La Pascua. Cuando fue la primera Pascua, las familias judías tuvieron que degollar un cordero como un sacrificio ritual, drenando la sangre y aplicándola al marco de la puerta de su casa. La idea era que cuando llegara el ángel de la muerte y viera la sangre marcando la puerta, pasaría por alto esa casa. La pascua desde entonces era un rito simbólico que recreaba la liberación salvadora de Israel desde Egipto,  cuando Dios libertó a su pueblo de las cadenas de la esclavitud.

Ahora Jesús entró en escena como el Cordero de Dios cuyo sacrificio proveería nuestra liberación de la maldición del pecado. Juan el Bautista era consciente de eso y lo manifestó diciendo de él, “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). En menos de tres años, el mundo vería la obra acabada de Cristo mientras el pecado de toda la humanidad era puesto sobre él.

A través del Nuevo Testamento, la obra salvadora de Cristo se menciona como una obra completa - terminada.

El sacrificio de Jesús en la cruz sería suficiente por toda la eternidad. Su poder salvador, perdonador y purificador, y su gran victoria están disponibles para todas las personas en todas épocas, desde el creyente más devoto al pecador más endurecido.

Aun como un niño pequeño, entendí mi necesidad por el regalo de la salvación de Cristo. También cuando acepté a Jesús, supe que su obra salvadora por mí había sido lograda una vez y para siempre. Esto fue un evento trascendental para mí. Peor no pasó mucho tiempo después de esto para que explotara mi ira hacia uno de mis hermanos como suele suceder entre los niños. De repente, me di cuenta de que necesitaba la sangre purificadora de Jesús en mi vida una vez más. Me sentía completamente perdido, preguntándome si mi salvación era real o no.

Fui aprendiendo que no sólo necesitaba la salvación de Cristo, sino también su poder purificador en mi vida diaria. Jesús demostró nuestra necesidad en la Santa Cena cuando tomó la toalla y un lebrillo y comenzó a lavar los pies de los discípulos. Pedro, perplejo sobre este acto simbólico, dijo (parafraseando); “Señor, si vas a lavarme los pies, ¿por qué no lavas también mi cabeza”? Jesús contestó, en esencia, “Pedro, vas a ser salvo por mi sangre, pero todavía vives en un mundo sucio y mientras caminas a través de él, el polvo ensuciará tus pies. Vas a necesitar que yo te lave los pies tanto como tu corazón”.

Es cierto que Jesús nos ha hecho nuevas criaturas, habiéndonos justificado una vez y para siempre. Pero mientras caminamos por el fango de un mundo oscuro y malvado, no podemos evitar ser contaminados por manchitas de ira, lujuria y dureza. Jesús nos dice, así como le dijo a Pedro, “si tu vida va ser agradable a mí, tengo que limpiarte de estas cosas diariamente”.

Para andar en santidad, tenemos que darnos cuenta de que hay cosas en nuestras vidas que Jesús quiere expulsar. Cuando corrió del templo a los cambistas, estaba librando a la iglesia de una cierta insensibilidad que le había vencido. Lo que molestó a Jesús no tenía tanto que ver con el cambio de dinero; esa práctica había existido por años y era conveniente para los creyentes fieles que habían viajado largas distancias hacia Jerusalén. Lo que le molestó más a Jesús fue el enfoque en el comercio, que había reemplazado la pasión del pueblo por su Dios. En sus corazones, la casa de oración había sido convertida en centro comercial.

La Iglesia actual podría perder su enfoque fácilmente de la misma manera. Somos el templo de Dios en la tierra, nuestros cuerpos la morada de su Espíritu Santo. Y hay ciertas cosas que no pertenecen a nuestro templo, cosas que pueden vencer nuestra pasión por Él.

Aún cuando Jesús empezó esta revuelta, estaba volcando más que el comercio de los cambistas. Él estaba volcando un sistema religioso que por milenios había dependido de los sacrificios de animales para agradar a Dios. Cristo, en esencia, estaba declarando, “su relación con el Padre ya no se basará más en los sacrificios de ovejas y cabras y palomas. Se basará en mi sacrificio por ustedes, una-vez-por-siempre”

La escena en el templo ofrece una analogía para nuestros tiempos. Muchas congregaciones actuales están llenas de ruido y actividad. Tienen muchos programas activos, desde viajes misioneros a países foráneos hasta actividades locales con docenas de grupos pequeños de diversa índole. El culto de adoración puede estar lleno de luces brillantes, sonido poderoso y energía increíble. Pero a veces incluso en medio de toda esta animada actividad, se pierde lo que debe ser el centro: Jesús mismo.

No estoy sugiriendo que comenzamos a volcar las mesas de libros en los vestíbulos de la iglesia. Pero sin Cristo como el enfoque de nuestras actividades, nuestra iglesia está muerta. No importa tan duro que trabajamos para hacer cosas para servirle y honrar su nombre, ninguno de nuestros “sacrificios” en sí, pueden lograr resultados verdaderos para el reino. Desde afuera nuestra reunión tal vez parezca buena, pero si no mantenemos un enfoque en Jesús, seríamos una iglesia llena de huesos de hombres muertos.

Desde los principios de Israel, el sistema sacrificial intentaba ser simbólico y secundario.

Según los profetas, Dios nunca necesitó la sangre de animales. “No quiero sangre de bueyes ni de ovejas ni de machos cabríos…No me traigáis más vana ofrenda” (Isaías 1:11, 13 RVR1995). “En los sacrificios de mis ofrendas sacrificaron carne, y comieron; no los quiso Jehová” (Oseas 8:13 RV60), “Porque no hablé yo con vuestros padres, ni nada les mandé acerca de holocaustos y de víctimas el día que los saqué de la tierra de Egipto” (Jeremías 7:22 RVR1995).

El sistema de los sacrificios de animales nunca logró representar completamente la  reconciliación con la humanidad pecaminosa. Igual que la institución de los reyes de Israel, era un sistema imperfecto, sin embargo Dios lo permitía, utilizándolo simbólicamente para señalar algo más alto y mejor.

Él demostró esto con Abraham. En ese tiempo antiguo, las culturas orientales sacrificaban los animales y aun a los niños para apaciguar la ira de sus dioses. Cuando el Señor instruyó a Abraham para llevar a su hijo al monte y sacrificarlo en el altar, Abraham lo obedeció incondicionalmente. Esa reacción quizás nos parece extraña, pero sugiere un miedo tembloroso que los pueblos antiguos tenían hacia sus dioses. Cuando hablaba su dios, saltaban a responderle, si no, se podían enfrentar a hambrunas y pestes. Era una obediencia basada en el miedo.

Pero Abraham creía de que su Dios era diferente, Y en verdad Dios le demostró a Abraham que no era como Moloc, a quien los pueblos sacrificaban sus hijos. Cuando Abraham alzó el cuchillo sobre Isaac, Dios lo detuvo. Luego, Dios proveyó un carnero para ser sacrificado. Él declaró a su siervo y a cada creyente de cada época, “No necesito que sacrifiques para mí. Voy a sacrificar para ti. Dios “volcó las mesas” completamente, así como lo hizo Jesús cuando entró en el templo.

Una mentalidad de “casa de comercio” infiltrándose en la Iglesia actual es el espíritu americano del consumismo.

Hay muchas voces en nuestra cultura que nos urgen tener la mejor vida que sea posible. Este concepto se ha convertido en la forma en que muchos cristianos abordan la iglesia. Su idea es que Dios los bendijera con todo lo que desean en la vida. Pero esa no es la manera en que Dios nos bendice. Sí, Él busca bendecirnos para nuestro bien, mas el nombre que debe ser exaltado como nuestro enfoque central es el suyo, no el nuestro.

Tal como Jesús volcó todas esas mesas, clamando ¡“Quitad de aquí esto”! (Juan 2:16 RV60), así hoy, nuestros templos tienen que ser purificados de cualquier cosa que toma el lugar de su justo señorío. Dios envía a Jesús para librarnos de esas cosas, para preparar lugar para aquello con que Él quiere llenarnos. Él quiere que nuestro templo vuelva a ser una casa de oración, fe y victoria del reino de Dios.

Entonces recordaron sus discípulos que está escrito: «El celo de tu casa me consumirá» (Juan 2:17 RVR1995). Cuando Jesús expulsó a los cambistas, sus discípulos tuvieron una imagen de cómo es la verdadera pasión por Dios. Las acciones de Jesús parecieron bruscas pero en realidad demostraron la gracia amorosa de Dios.

Hoy muchos cristianos piensan en la gracia de Dios como excusando sus pasiones carnales en vez de encendiendo la pasión por Dios. Pero la gracia de Dios nunca nos es dada para dejarnos en el lugar de apatía. Lo contrario es cierto: cuando la gracia de Dios se aplica a nuestras vidas, nos apasiona con celo. Nos hace más cautelosos de corazón, más deseosos de una vida limpia, más celosos para que el Espíritu Santo obre en y por nosotros.

De hecho, la gracia evoca fuertes emociones. Las Escrituras dicen que cuando los discípulos de Jesús vieron a su maestro en acción, “se acordaron”. Estos hombres devotos habían olvidado cómo se veía el celo por Dios. Ahora, mientras Jesús echó afuera a los cambistas, sus corazones fueron conmovidos por el hecho, “¡Esto es lo que significa ser consumido por el amor hacia Dios!”

¿Te han robado tu celo? El cristianismo casual o el consumismo, ¿ha superado tu pasión por Dios? Invítale hoy a volcar las mesas de tu corazón. ¡Qué su nombre reine supremamente en tu adoración, evocando emociones fuertes! Y que él traiga a tu memoria el celo que consume tu corazón para servir a tu grande y santo Dios. ¡Amén!