Cuando Dios Desciende

Yo estoy convencido que el Señor está tratando de llegar a su pueblo como nunca antes. Como lo predice la Escritura, el diablo ha descendido con gran furia, sabiendo que su tiempo es corto. Y ahora mismo, el pueblo de Dios necesita un gran derramamiento del Espíritu Santo, un toque sobrenatural, aun más grande que el de Pentecostés.

Piense en ello: los seguidores de Jesús no tenían que estar temerosos de armamentos nucleares. Ellos no tenían que encarar matrimonios del mismo sexo abiertamente en la sociedad. Ellos no temblaron mientras la economía mundial se tambaleaba a punto de colapsar. Está claro que necesitamos el poder del Espíritu Santo para afrontar estos últimos días – es así de simple.

Verdaderamente, el clamor de hoy día, se escuchó en los días de Isaías: “¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes…para que hicieras notorio tu nombre a tus enemigos, y las naciones temblasen a tu presencia!...Nunca nadie oyó, nunca oídos percibieron ni ojo vio un Dios fuera de ti, que hiciera algo por aquél que en él espera” (Isaías 64:1, 2-4).

¿De dónde vino este clamor? Fue expresado por un profeta dolido por el letargo del pueblo de Dios, un hombre que sabía claramente lo que se necesitaba: una visita sobrenatural del Señor. Isaías estaba diciendo, “Señor, no podemos continuar como antes, con la misma rutina de una religión muerta. Necesitamos un toque tuyo, como nunca antes lo hemos tenido.”

Los mensajes proféticos de Isaías se escucharon en toda la nación. Era una época de grandes reuniones religiosas, completas con coros y orquestras y personas llenando las sinagogas. Las personas estaban versadas en las Escrituras y guardaban todas las ordenanzas de la iglesia. Pero, a pesar de toda esta actividad – todas las enseñanzas, pompa y buenas obras – la atmósfera en las sinagogas estaba muerta. Hacer el trabajo de Dios se había convertido en un trabajo penoso para las personas, por una razón: No había nada de la presencia de Dios en sus rituales.

El profeta Miqueas habló de parte de Dios así: “Pueblo mío, ¿qué te he hecho o en qué te he molestado? Di algo en mi contra” (Miqueas 6:3). El Señor estaba punzando a su iglesia, “Dime, ¿qué he hecho para fatigarte? Te desafío a que testifiques de lo que hice para causar tu letargo.”

Al mirar a la iglesia sin vida, Isaías fue movido a decir, “Nadie hay que invoque tu nombre, que se despierte para apoyarse en ti…tus santas ciudades están desiertas” (Isaías 64:7, 10). Esencialmente, Isaías estaba diciendo, Señor, tú nos has bendecido con buenos maestros, música y programas. Pero no tenemos tu presencia, tu fuego, tu poder del Espíritu Santo. No veo a nadie clamando a ti. Señor, rasga los cielos, desciende y danos tu toque.”

Amado, yo le hago notar: Qué cuadro parecido a la iglesia de Cristo de hoy día. Hemos sido bendecidos con más herramientas para evangelizar que cualquier otra generación. Tenemos más acceso a medios de comunicación para el evangelio – más libros, más páginas web, programas de TV y radio – que antes. Y ahora los ministros y las congregaciones están con más educación que antes. Tenemos más conocimiento sobre la Biblia, la humanidad y sobre nosotros mismos que en cualquier otro tiempo en la historia.

Pero en nación tras nación, un Cristiano puede entrar a una iglesia que cree en la Biblia, y salir sin haber experimentado la presencia de Jesús. Es raro salir de un culto diciendo, “He sido avivado, estoy vivo otra vez, por haber estado en la casa de Dios.” Para ponerlo simplemente, hay muy poco del poder del Espíritu Santo operando en la mayor parte de las iglesias. En mi opinión, estamos ignorando el clamor de Isaías: “Señor, revélate. Toca a tu gente una vez más.”

Siglos después, el mismo clamor se escuchó entre otro remanente.

El mismo clamor fue expresado por 120 creyentes que se habían reunido en una habitación alquilada en Jerusalén. Era un tiempo muy parecido a los días de Isaías – un periodo de grandes festejos religiosos, con multitudes que venían de todo Israel llenando el templo. Había gran pompa, y las sinagogas llenas de personas religiosas. Pero esas congregaciones estaban sin vida. Las personas asistían meramente observando los rituales.

Usted puede preguntarse, “¿Cómo podía suceder eso? Esta era la generación que se sentó a escuchar las prédicas fogosas de Juan el Bautista. Era la generación que contempló a Dios en la carne – Jesús – caminando entre ellos, haciendo milagros.” Pero ellos estaban sin vida, secos, vacíos.

Jesús mismo había llorado por estas personas altamente religiosas. Él clamó, “Vosotros tenéis la apariencia de piadosos, y andáis haciendo caridades. Pero por dentro estáis muertos. Vosotros sois devotos en vuestros rituales, pero en vuestro corazón no hay nada de vida.” Ellos no fueron movidos por las señales y milagros que Jesús hizo. No fueron movidos cuando echó fuera demonios, liberando a personas que habían estado oprimidas por años. Al final, lo rechazaron, dándole la espalda a la oferta de gracia de Dios.

Pero Dios nunca abandonó a su pueblo. Jesús profetizó a sus 120 discípulos, “Voy a hacer llover mi Espíritu sobre toda carne.” Para prepararlos para esto, él les instruyó, “Vayan a Jerusalén y esperen hasta que yo venga.”

El mensaje de Cristo para sus seguidores era esencialmente este: “Cuando estén juntos, fuego va a caer sobre toda los presentes, y vuestros corazones se derretirán. Mi fuego sobrenatural va a remover todas las montañas – en vuestros vecinos, en vuestro pueblo Judío y en todas las naciones. Montañas de durezas e incredulidad se disolverán, y miles se salvarán en una hora. La simple mención de mi nombre traerá convicción y convencerá a multitudes.”

Mientras esos 120 discípulos se reunieron fielmente en el Aposento Alto, no estaban simplemente esperando por una fecha en el calendario. La Biblia dice, “Estaban todos unánimes juntos” (Hechos 2:1). Esto significa que se reunieron formando parte de un cuerpo para un propósito: con la esperanza de ver la promesa de Jesús hecha realidad. Su clamor era el mismo que en el del día de Isaías: “Señor, rasga los cielos y desciende. Haz que todas las montañas de oposición, humanas y demoniacas, se derritan a tu presencia, para que los perdidos se salven.”

Sabemos lo que ocurrió: El Espíritu Santo cayó, con fuego visible apareciendo sobre las cabezas de los discípulos. Ese fluir los llevó a las calles de Jerusalén, donde miles de personas religiosas sin vida vieron y escucharon lo que estaba sucediendo. Inmediatamente el Espíritu cayó sobre esa muchedumbre, derritiendo cada montaña de oposición. Pedro se levantó para predicar, y súbitamente aquellos que habían rechazado a Jesús – masas que habían endurecido sus corazones – se derritieron cuando escucharon mencionar el nombre de Cristo. Y 3000 personas clamaron para ser salvos.

Considere lo que Dios estaba haciendo en ese momento. Alrededor de todo el mundo en ese tiempo, había guerras, insurrecciones, imperios invadiendo imperios, un tiempo de gran oscuridad. Muchos millones estaban ocupados con el comercio, mientras barcos cargueros circunnavegaban el globo. Sin embargo, el interés de Dios estaba enfocado en 120 santos humillados, orando juntos en un pequeño cuarto alquilado. ¿Qué le dice esto a usted? Para ponerlo simplemente, cuando Dios enciende un fósforo, debe de haber leña para que el fuego prenda. Cuando su Espíritu sopló sobre esos santos en Pentecostés, una pequeña llama se convirtió en un fuego que pronto cubriría toda la tierra.

Una vez más, ese mismo clamor se está levantando en todo el mundo hoy día.

Nuestro Señor tiene un remanente santo en cada nación. Y ahora mismo él está preparando gente que se han motivado a sí mismos a agarrarse de él. En pequeñas iglesias y reuniones en todo el globo – en China, India, Europa, África, Norte y Sur América – un clamor se está levantando, y se está volviendo más intenso: “Oh Dios, rasga los cielos y desciende. Envía tu fuego del Espíritu Santo. Derrite toda carne y manifiesta tu presencia.”

Ellos saben que las palabras de Jesús a sus discípulos se aplican a ellos también: “Mi Espíritu cambiará todas las cosas en un momento. Todas las montañas de dureza e incredulidad se derretirán, y todos los estaban opuestos, ahora vendrán a unirse o vosotros.” Cuando esto suceda, no habrá publicidad del evento – no habrán cámaras de televisión, no habrá un evangelista anunciado, ni organizadores armando un “avivamiento.” En lugar de eso, habrán sólo personas desesperadas, con hambre esperando que el Señor se revele a sí mismo en su gloria y con su poder salvador.

El pueblo de Dios sabe que él es la única fuente de sostenimiento en estos tiempos turbulentos, y pronto el mundo lo sabrá. Mientras la economía se hunde más en todo el mundo – mientras Irán y Rusia se vuelven más amenazantes, y las calamidades ocurren en todo el mundo – las personas ya no tolerarán un mensaje de realización personal. Ellos demandarán conocer la realidad de Dios en un mundo descontrolado.

Y la promesa que Dios le dio a Isaías se aplica también a hoy día: “Nunca nadie oyó, nunca oídos percibieron ni ojo vio un Dios fuera de ti, que hiciera algo por aquel que en él espera” (Isaías 64:4). Dios va a hacer cosas nuevas y frescas, cosas que nunca se habían escuchado antes, cosas que aun su gente no podría percibir. Y Pablo dice que vamos a experimentar estas cosas maravillosas: “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu” (1 Corintios 2:10).

¿Quiénes recibirán este derramamiento prometido? “(Los) que en él espera(n)” La palabra “espera” aquí significa “atar juntos”, “reunir juntos”. En este caso, La gente de Dios han sido reunidos juntos y atados juntos con un propósito, agarrados de una promesa: que él descenderá con su presencia y derretirá todos los corazones.

Ya hay evidencia de que Dios está rasgando los cielos y descendiendo por su Espíritu.

Además de la creciente hambre que veo en el cuerpo de Cristo, aquí hay otras evidencias:

1. Hay una epidemia de gozo aún cuando las cosas se tornan más oscuras. Esta es una de las evidencias más seguras de que el Espíritu Santo ha comenzado a moverse sobrenaturalmente. Un espíritu de alegría viene sobre la gente de Dios, y ellos lo alaban triunfantemente en medio de los tiempos oscuros: “Saliste al encuentro del que con alegría practicaba la justicia” (Isaías 64:5).

Esta felicidad va a ser la fuente de nuestra fortaleza en los días venideros. Nuestro ministerio recibe reportes de todo el mundo describiendo cómo la iglesia está experimentando gozo sobrenatural en medio de las peores condiciones. Y está sucediendo entre Cristianos ordinarios quienes han orado para que el Señor los dirija. Sus montañas de temor se están derritiendo como cera, y ahora ellos están dando voces de júbilo.

2. Cuando el Espíritu viene como un torrente de lluvia, él despertará a la novia de Cristo con un clamor. ¿Qué clamará el Espíritu? “¡Aquí viene el novio, salid a recibirlo!” (Mateo 25:6).

Trágicamente, el mensaje de la Segunda Venida de Cristo ha desaparecido de los púlpitos de hoy día. La generación actual de pastores, evangelistas y escritores, muy rara vez mencionan el pronto retorno de Jesús. Aún en Internet, donde se llenan espacios de mensajes donde se habla de las iglesias, no se escucha ningún sonido acerca de la venida de Cristo. Pero Juan dice que el clamor de la iglesia en los últimos días será: “El Espíritu y la Esposa dicen, ¡Ven! El que oye, diga ¡Ven! El que tiene sed, venga. El que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida” (Apocalipsis 22:17).

Dígame, ¿dónde están las voces que gimen, “Ven, Señor Jesús”? Cristo advirtió a su iglesia, “Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor” (Mateo 24:42). “Por tanto, también vosotros estad preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora que no pensáis” (24:44). “Su esposa [novia] se ha preparado” (Apocalipsis 19:7). ¿Dónde está la iglesia que está velando, esperando, anhelando el regreso de Jesús?

Jesús tuvo palabras fuertes para aquellos que se burlan de su pronto regreso, “Pero si aquel siervo malo dice en su corazón: ‘Mi señor tarda en venir’, y comienza a golpear a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos, vendrá el señor de aquel siervo en día que este no espera, y a la hora que no sabe” (Mateo 24:48-50).

Yo le pregunto, ¿ha habido un tiempo en el cual la humanidad ha estado tan envuelta en la codicia como ahora? Se acabó la fiesta – las economías del mundo entero están temblando – sin embargo multitudes, incluyendo a muchos en la iglesia, están negándolo. Ahora mismo, el Espíritu Santo está siendo derramado para despertar a una iglesia dormida y prepararla para su venida: “Este mundo no es tu hogar. Ahora, excítate. ¡Alístate para recibir a tu Novio!”

Ningún poder en el infierno ni en la tierra puede estorbar el mover del Espíritu Santo cuando él venga.

Yo sé que la Biblia dice que Satanás ha descendido en estos últimos días con gran ira. Pero yo no puedo concebir que Dios permita a Satanás y a sus tropas asaltar a la iglesia sin que el Espíritu Santo venga con mayor poder y manifestación.

Yo sé que la Biblia dice que los hombres impíos se tornarán más y más malos, y que una gran cantidad de fieles se apartarán. Yo sé que dice que el amor de muchos se enfriará y que la fe de muchos se destruirá. Yo sé que dice que predicadores falsos vendrán y engañarán a muchos y que las personas amarán más al placer que a Dios. Yo sé que dice que aún los escogidos serán tentados grandemente. Y yo sé que muchas iglesias se volverán tibias mientras la venida de Cristo se acerca.

Pero, amados, ninguna de estas cosas puede estorbar el trabajo del Espíritu Santo. Nada puede silenciar el grito de victoria que él trae. Nada puede detener la gran ola de alabanza triunfante que está viniendo. Nada puede apagar su fuego o parar su lluvia de caer.

Amado santo, Yo le insto: alístese para que aquellos en el lugar donde trabaja vengan y le pregunten, “Yo sé que eres Cristiano. Estoy muy preocupado por lo que está sucediendo en el mundo. Por favor, dígame en lo que usted cree.” A cada pastor humilde de una pequeña iglesia, y a cada líder de un grupo de oración que nadie ve, yo le insto: Dondequiera que usted sea llamado, el Espíritu Santo quiere estar en medio de usted, tocarlo y revivirlo. ¿Lo creerá usted?

De la única cosa que esos 120 discípulos en el Aposento Alto tenían para agarrarse, era la promesa de Jesús que él vendría. Y él vino, con un poder nunca antes visto en toda la historia. De igual manera hoy día, lo único que tenemos para agarrarnos es una promesa de nuestro Señor. Él ha prometido a todo aquel que lo sigue, “Yo, pues, os asigno un reino” (Lucas 22:29).

Ahora mismo, el Señor está escuchando el clamor de su gente, por todo el mundo. Y él está derramando su propio Espíritu con su propio clamor: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:20). A medida que el Espíritu cae y aviva nuestros corazones, que éste sea nuestro clamor también: “Miren, Jesús está viniendo. ¡Vamos a recibirlo!”

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