DEBIDO A QUE UN HOMBRE VACÍO SE ENCONTRÓ CON JESÚS

Gary Wilkerson

“Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios …  para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría … para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor” (1 Corintios 1:26-31).

Pablo o Saulo, como se lo conocía antes de su conversión, sin duda tenía mucho de lo que podía gloriarse en lo natural. Altamente inteligente, él era un líder natural y poseía muchas habilidades. Nacido en una familia judía devota, cuando todavía era bastante joven fue enviado a Jerusalén para recibir su educación en la escuela de Gamaliel, uno de los rabinos más famosos de la historia (ver Hechos 22:3). Esta escuela destacaba por proporcionar a sus alumnos una educación equilibrada, lo que probablemente le dio a Pablo amplia exposición a la literatura clásica, la filosofía y la ética.

Pero Pablo era un hombre violento y vacío hasta su encuentro con Jesús. Él había estado tratando de lograr lo que él consideraba ser los propósitos de Dios a través de la sabiduría y el esfuerzo humanos, utilizando su propia fuerza y entendimiento. Cuando se encontró con el Cristo viviente y recibió la revelación de la verdad, Jesús le dejó en claro a quién había estado persiguiendo. Después de unos días de ceguera y tiempo para pensar en lo que se le había dicho, Pablo estaba listo para aprender la verdad acerca de este Jesús que tanto odiaba en ignorancia. Él podía decir con gran confianza: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:2).

El orgulloso Saulo se convirtió en el humilde Pablo. Él hablaba en el amor de Jesucristo con una sabiduría que no era la suya propia. Sólo quería que las personas conozcan a Jesús. Lo mismo debería acontecer con nosotros hoy, a medida que mantenemos nuestros ojos enfocados en Jesús y su gran amor por quienes nos rodean.