DESESPERADAMENTE HAMBRIENTOS DE DIOS
Encontramos un desafío frontal para nuestra pequeñez en un solo versículo cuando Jesús nos llama a abandonar nuestro reducido y estrecho círculo, para ser transformados en el glorioso reino de la libertad y la utilidad. “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Juan 12:25). Una y otra vez Jesús nos llama: “Tu mundo es demasiado pequeño; pide una vida más grande y más significativa”.
¡Qué paradoja! Odia tu vida para encontrarla; menospréciala para descubrirla. Eso simplemente no suena razonable y, sin embargo, la clave para la vida abundante está ahí, en las palabras de Jesús. ¡Este es su desafío a nuestro pequeño mundo!
Jesús también dijo: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26). Ciertamente, Cristo no puede querer decir ‘aborrece’ en términos de la interpretación clásica del diccionario: odiar o detestar.
No es la vida o las personas lo que aborrecemos, porque eso no es bíblico. No, debemos aprender a aborrecer la forma en que vivimos la vida, nuestra preocupación por las cosas equivocadas. La vida es ciertamente más que casas, cortinas, recibos, educación de niños, ayuda social para los padres, relaciones familiares.
Piensa en la persona más espiritual que conoces, ese gigante espiritual que nunca se asusta, que siempre parece tan amable y seguro, tan comprometido con Dios, tan puro y santo. Él te contará de aquella ocasión en la que enfrentó una crisis y llegó a aborrecer su mundo con su mezquindad, sus celos, su esclavitud. Aprendió a odiar aquello en lo que se había convertido tanto que decidió cambiar. Obtuvo un hambre desesperante por la vida de Dios.
No puedes crecer hasta que aborrezcas tu inmadurez presente. Te animo a clamar a Dios: “Señor, trasládame a tu glorioso reino de poder y victoria. ¡Dame la vida de utilidad y alegría que tantos otros están disfrutando!
“El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13).