Desperdiciando Nuestros Mañanas
Cuando Pablo enfrentó su juicio en la corte en Roma, él fue retenido en condiciones horribles (ver Filipenses 1:13-14). Estaba custodiado las veinticuatro horas del día por soldados de la guardia pretoriana, con los pies encadenados a un soldado a cada lado. Estos hombres eran toscos, endurecidos, maldiciendo con frecuencia. Lo habían visto todo, y para ellos en su línea de trabajo, todo hombre encarcelado era un criminal culpable, incluido Pablo.
Piensa en ello: aquí tenemos a un hombre que había sido muy activo, que amaba viajar por la carretera y alta mar para encontrarse y tener comunión con el pueblo de Dios. Pablo obtenía su mayor gozo al visitar las iglesias que había establecido en toda esa región del mundo. Pero ahora estaba encadenado, literalmente atado a los hombres más duros y profanos del mundo.
Pablo tenía dos opciones en su situación. Podría ponerse de un humor mórbido y amargo, haciendo la misma pregunta egocéntrica una y otra vez: “¿Por qué a mí?” Podía arrastrarse a un pozo de desesperación, razonando con él mismo en una depresión desesperada, completamente consumido con el pensamiento: “Aquí estoy atado, con mi ministerio cerrado, mientras otros disfrutan de una cosecha de almas. ¿Por qué?”
En cambio, Pablo eligió preguntar: “¿Cómo es que mi situación presente traerá gloria a Cristo? ¿Cómo puede salir un gran bien de mi prueba? “Este siervo de Dios tomó una decisión: “Ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte” (Filipenses 1:20).
La actitud de Pablo demuestra la única forma en que podemos emanciparnos de nuestro oscuro pozo de infelicidad y preocupación. Verás, es posible desperdiciar todos nuestros mañanas esperando ansiosamente ser liberados de nuestro sufrimiento. Si eso se convierte en nuestro enfoque, perderemos por completo el milagro y el gozo de ser emancipados en nuestra prueba.
Considera la declaración de Pablo: “Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado mas bien para el progreso del evangelio” (Filipenses 1:12). Pablo está diciendo: “No me compadezcas ni pienses que estoy desanimado por mi futuro. Y por favor no digas que mi trabajo ha terminado. Sí, estoy encadenado y sufriendo, pero el evangelio está siendo predicado a pesar de todo”.