¡Imagina el Día 41!
Supongamos que te encuentras con Jesús el día cuarenta y uno inmediatamente después de su tentación en el desierto. Su rostro está brillando. Se regocija, alabando al Padre, porque ha obtenido una gran victoria.
Ves a Jesús exudando vida y confianza. Ahora está listo para enfrentarse a los poderes del infierno, por lo que se dirige audazmente a las grandes ciudades que yacen en la oscuridad. Predica el evangelio, seguro de la Palabra de Dios. Sana a los enfermos, sabiendo que su Padre está con él.
Ahora, cuando examinas tu propia vida, ves justo lo contrario. Todavía sigues enfrentando tu propia experiencia en tu desierto seco. Has soportado ataques de fuego de Satanás, y tu alma está abatida. No puedes evitar pensar: “Jesús nunca pasó por pruebas como las mías. Él estaba por encima de todo esto”. Puedes ver a un ministro que parece fuerte en la fe; suena tan seguro de la presencia de Dios que piensas: “Él nunca ha tenido problemas como los míos”.
¡Si tan solo supieras! Tú no estabas allí cuando Dios llamó a este hombre a predicar y luego lo llevó a un desierto para ser severamente tentado. No estabas allí cuando él fue reducido a la nada, abatido por la desesperación. No sabes que muchas veces sus mejores sermones han salido de las pruebas de su propia vida. Pablo mismo advirtió a los creyentes que no midieran su justicia con lo que pensaban que era la de otro. “Porque no nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos, midiéndose a sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo mismos, no son juiciosos” (2 Corintios 10:12).
No podemos leer los corazones de los demás. ¿Quién hubiera sabido en el día cuarenta y uno que Jesús acababa de salir de una larga y horrible tentación? ¿Quién hubiera sabido que la gloria que vieron en él surgió de una lucha peor que cualquiera que pudieran soportar? Debemos mirar sólo a Jesús. Debemos confiar solo en su justicia, su santidad. Él nos ha dado a todos el mismo acceso a ella.
Dios te ama en tus tiempos de prueba. Su propio Espíritu te ha guiado al desierto. Su propio Hijo ya estuvo allí, y él sabe exactamente por lo que estás pasando. Permítele completar su obra de edificar en ti, total dependencia y confianza en él. Saldrás con confianza, compasión piadosa y fortaleza para ayudar a los demás.