¡Toma el Último Asiento!
En los evangelios, Jesús fue invitado por un fariseo principal a su casa. También se había invitado a otros fariseos, hombres que eran destacados observadores de la ley. Cuando el anfitrión llamó a sus invitados para que se sentaran, hubo una carrera repentina por los primeros asientos en la mesa principal. Las Escrituras nos dicen que Jesús estaba “observando cómo escogían los primeros asientos” (Lucas 14:7). Era una muestra descarada de orgullo, una necesidad de ser visto y reconocido.
Cuando Cristo mismo se sentó a comer, él le dio a la sala llena de los principales líderes religiosos de Israel esta palabra de reprensión. “Cuando fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él, y viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga: Da lugar a este; y entonces comiences con vergüenza a ocupar el último lugar. Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan contigo a la mesa. Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido” (Lucas 14:8-11).
Al considerar a su audiencia en la casa de ese fariseo, él estaba describiendo un tipo particular de líder: aquellos que “aman las salutaciones en las plazas, y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros asientos en las cenas… y por pretexto hacen largas oraciones” (Lucas 20:46-47). En resumen, nos dice Jesús, hay hombres y mujeres que hacen buenas obras sólo para ser vistos por los demás. A estas personas les encanta ser el centro de atención y están constantemente sonando una trompeta para ellos mismos.
Esto se aplica a los ministros, pero también es una palabra para cada hijo de Dios. Debemos tomar muy en serio esta palabra particular del Señor.
¿Por qué exactamente Jesús le dio tanta importancia a “tomar el último lugar” de la casa? Si obedecemos este mandato, Cristo puede invitarnos a “subir más alto” a un lugar de justo honor y entrar en la plenitud del toque de Dios. Esto abre nuestros corazones al llamado a tener una intimidad más rica con Cristo. Solo así seremos un oráculo del Señor más convincente, seguro y justo.