¿Cómo Encontramos la Victoria?

Carter Conlon

Cada mañana, cuando te levantas, ¿qué es lo que te ordena: “Me servirás”? Si hay algo más que Jesucristo dando esa orden, no tiene preeminencia sobre Dios. Ya no tiene el derecho ni el poder de dominar tu vida por más tiempo.

El desaliento llega cuando vemos el tamaño de nuestra oposición y luego vemos la mediocridad de nuestra propia capacidad para luchar contra ella. Perdemos de vista a Dios cuando empezamos a mirarnos a nosotros mismos y a nuestras propias fortalezas y recursos. Debido a eso, un temor profundo se instala en nuestros corazones.

¿Qué voz te saluda cada mañana? ¿Qué voz te provoca y desafía tu capacidad de traerlo a la sujeción de Cristo? ¿Es el alcohol, las drogas, la depresión, la lujuria? Sea lo que sea, se levanta y dice: “Tú me servirás. No tienes la fuerza para luchar contra mí. Has fracasado antes. Te rendirás a mi voz y harás lo que yo te diga que hagas”.

Ahora escuchen esto: “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:3-5).

¡Qué poder fenomenal! ¿Cómo accedemos a este poder? Bueno, Pablo continuó escribiendo: “…y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta” (2 Corintios 10:6). ¿En qué consiste esta obediencia en particular? Creo que te sorprenderá saber de qué se trata, al menos en parte.

Hay un punto en el que tú y yo tenemos que ponernos duros y levantarnos para decir: “Prefiero morir en el valle que dejar que esta voz se burle del Dios viviente, que esta voz se burle de las promesas de Dios, del pueblo de Dios, del propósito que Dios tiene para mi vida. Yo estaba destinado a algo más que esto. Dios no tenía la intención de que yo temblara cada mañana ante la voz de la oscuridad”.

Hay un punto en el que cada uno de nosotros debe ponerse de pie y decir: “No, no te serviré a ti, serviré al Señor”. Eso es obediencia, ese es el comienzo de la victoria y el poder de Dios en nosotros.

 
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