¿Cómo Trae Gozo el Espíritu?
El Espíritu Santo echa fuera de nosotros todo temor, temor a fracasar más allá de la redención, a ser separados de Dios, a perder la presencia del Espíritu Santo, al implantar su gozo en nosotros. Debemos andar regocijándonos como lo hizo David, porque Dios nos ha asegurado que prevaleceremos.
Muy pocos cristianos tienen este gozo y alegría extrema. Multitudes nunca conocen el reposo del alma o la paz de la presencia de Cristo. Andan como si estuvieran de luto, imaginándose a sí mismos bajo el pulgar de la ira de Dios en lugar de bajo sus alas protectoras. Lo ven como un capataz severo, siempre listo para azotar con un látigo sus espaldas. Viven infelices con pocas esperanzas, más muertos que vivos.
A los ojos de Dios, nuestro problema es la confianza. Jesús resolvió nuestro problema del pecado de una vez por todas en el Calvario. Él no nos dice a cada rato: "Esta vez has cruzado la línea”. Su actitud hacia nosotros es todo lo contrario. Su Espíritu constantemente nos corteja, recordándonos la bondad amorosa del Padre incluso en medio de nuestros fracasos.
Cuando nos enfocamos en nuestro pecado, perdemos de vista lo que Dios más quiere: “Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). Este versículo lo dice todo. Nuestro Dios es galardonador y está tan ansioso por colmarnos con su bondad amorosa que nos bendice mucho antes de lo previsto.
Este es el concepto que nuestro Padre celestial anhela que tengamos de él. Él aprecia a los que confían en él, como proclaman las Escrituras: “Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (Hebreos 11:16).
El Señor dice: “Quiero asegurar a mis hijos que la sangre limpiadora de mi Hijo los ha cubierto y les he preparado un lugar”. Su Espíritu en nosotros susurra esta promesa a nuestro corazón y nos llena de gozo.