¿Dónde Vamos a Comer?

David Wilkerson (1931-2011)

El séptimo capítulo de Miqueas contiene uno de los mensajes más poderosos sobre el nuevo pacto jamás predicado. En este increíble sermón, Miqueas le habla al pueblo de Israel, pero también le habla a la iglesia de Jesucristo en estos últimos días. Él comienza su sermón con un clamor desconsolado, que todavía hoy se escucha entre los creyentes espiritualmente hambrientos de todo el mundo: “¡Ay de mí!... no queda racimo para comer” (Miqueas 7:1).

Miqueas está describiendo el efecto de una hambruna en Israel, una hambruna de comida y de la Palabra de Dios. Su mensaje hace eco de las palabras de una profecía anterior de Amós donde el Señor dice: “He aquí vienen días… en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová. E irán… desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán” (Amós 8:11-12).

Era tiempo de cosecha en Israel y los viñedos deberían haber estado llenos de frutos, pero no había racimos colgando de las vides. Miqueas observó cómo la gente iba a los viñedos en busca de fruta para recoger y no encontraba ninguna. En su mirada profética, Miqueas vio multitudes en los últimos días corriendo de un lugar a otro, buscando escuchar una palabra verdadera de Dios. Imaginó a los creyentes corriendo de iglesia en iglesia, de avivamiento en avivamiento, de nación en nación, todos buscando satisfacer el hambre y la sed de algo que nutra sus almas. Todavía se oye el clamor: “¡Ay de mí! ¡No hay ningún racimo!”

También hay una gran hambruna en nuestro mundo hoy. A pesar de la enorme cantidad de personas que corren de un lado a otro en busca de alimento espiritual, los que verdaderamente desean la Palabra de Dios constituyen sólo un pequeño número (ver Miqueas 7:14, 18). Sin duda, esto es tan cierto hoy como lo era en el antiguo Israel. Pocos cristianos hoy realmente tienen hambre de escuchar la palabra pura del Señor. En cambio, la mayoría se engorda con las manzanas de Sodoma, alimentándose de la paja de los evangelios pervertidos. ¡Debemos despertar a un verdadero deseo por la Palabra! Debemos compartir la santa verdad de las Escrituras con aquellos que están desesperados y hambrientos.