¿Dios Aflige a sus Hijos?
¿Dios aflige a sus propios hijos? Mira la respuesta del salmista. “Porque tú nos probaste, oh Dios; nos ensayaste como se afina la plata. Nos metiste en la red; pusiste sobre nuestros lomos pesada carga. Hiciste cabalgar hombres sobre nuestra cabeza; pasamos por el fuego y por el agua, y nos sacaste a abundancia” (Salmos 66:10-12).
El salmista estaba diciendo: “Señor, me pusiste en aguas tan altas sobre mi cabeza que pensé que me ahogaría. Me pusiste en el fuego para probarme como se prueba la plata. ¡Me metiste en una red, me afligiste, hiciste que los hombres me atacaran!
¿Por qué Dios permitió tales aflicciones? Fue porque estaba llevando a su amado hijo a la “abundancia”. En el hebreo original, esta frase significa “un lugar de abundante fecundidad”. Dios está diciendo: “Te estoy llevando a través de todos estos lugares difíciles para que seas fructífero para mi reino”.
Sin embargo, no todas las aflicciones provienen de la mano de Dios. Muchos problemas provienen del mismo diablo, directamente de las profundidades del infierno. “Porque [Dios] no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres.” (Lamentaciones 3:33). Dios dice: “No obtengo ningún gozo al afligir a mis hijos. Ese no es mi propósito al permitir problemas”. No, el Señor permite nuestras aflicciones sólo para sus propósitos eternos: llevarnos a la “abundancia”.
Me estremezco de asombro al recordar todos los dolores, pruebas, aguas profundas, llamas y aflicciones poderosas que he visto a lo largo de los años. Por lo general, cuando llegaban las aflicciones, no venían solas una a la vez sino en manojos. Muchas veces pensé: “No hay manera de que pueda superar esto”. Incluso los recuerdos de las aflicciones son dolorosos, los recuerdos de las calumnias, los azotes del Señor, las pruebas del ministerio, los bofetones personales, los problemas familiares, los dolores y molestias corporales.
Al recordar esos años de sufrimiento, puedo decir con seguridad: “La Palabra de Dios es verdad. ¡Él me sacó de toda aflicción que me sobrevino y yo lo alabo!