¿Perseveraremos en el Pecado?
Cuando Pablo enseñó por primera vez la verdad de la justificación por la fe, esto sacudió a la iglesia. Fue una noticia increíble en ese momento. De hecho, algunos teólogos respondieron: “Si soy perdonado, si Dios es tan misericordioso como para perdonarme gratuitamente solo por la fe, entonces déjame pecar aún más, para que Dios pueda disfrutar dándome más gracia”. Esos teólogos no entendieron el evangelio.
Debido a la cruz, Dios consideró que todo lo relacionado con nuestra vieja carne había sido eliminado y había desaparecido. Pablo preguntó: “¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?” (Romanos 6:1), y continuó rápidamente: “¡Por supuesto que no!” Creo que Pablo estaba diciendo: “¿Por qué un cristiano, habiendo sido liberado de tal muerte, regresaría y resucitaría el cadáver? ¿Por qué volver a una vida de pecado cuando Dios quiere quitarte toda culpa y condenación y darte seguridad y paz? Ahora, gracias a la cruz, podéis servir al Señor con gozo y alegría y obedecerle en una nueva obligación llamada amor”.
“Entonces”, preguntas, “¿debemos simplemente tomar la justicia de Jesús por la fe?” Si, absolutamente. De eso se trata el caminar cristiano, descansar por la fe en lo que Jesús logró.
Nuestro viejo hombre está muerto y el nuevo hombre está en Jesús. Cuando ponemos nuestra fe en él, Dios nos acepta plenamente. Nos considera justos, escondidos en el seno de su amado Hijo. Siempre que peques o falles, corre rápidamente hacia tu abogado. Confiésale tus fracasos y descansa en su justicia.
Quizás te preguntes: “¿No tienen lugar las buenas obras en esta doctrina?” Por supuesto que sí, pero con esta condición: las buenas obras no pueden salvarte, justificarte ni hacerte justo y aceptable ante Dios. ¡Lo único que te salva es tu fe en lo que hizo Jesús!
¿Qué hizo Jesús? Él te salvó, te perdonó y te aceptó con fracasos y todo. Dios te ve ahora sólo en Jesucristo, y es por eso que debemos acudir a nuestro Salvador cada vez que caemos. La sangre que nos perdonó y limpió la primera vez que vinimos a Jesús es la misma sangre que continúa guardándonos hasta que él regrese.
Junto con esta seguridad viene una obligación mayor de hacer todas nuestras obras en su fuerza y poder, en lugar de tratar de hacerlas por nuestra cuenta. “Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:13).