¿Qué Significa Todo Esto?

David Wilkerson (1931-2011)

¿Qué significa todo esto, cuando las oraciones no son respondidas? ¿Cuando el dolor persiste y parece que Dios no hace nada en respuesta a nuestra fe? A menudo, Dios nos ama más supremamente en ese momento que nunca antes. La Palabra dice: “Porque el Señor al que ama, disciplina” (Hebreos 12:6). Una disciplina de amor tiene prioridad sobre todo acto de fe, oración o promesa. Lo que yo veo como un dolor, podría ser su amor por mí. Podría ser su mano gentil azotándome por mi terquedad y orgullo.

Ponemos más énfasis en el poder de nuestras oraciones que en hacer que su poder entre en nosotros. Queremos descifrar a Dios para poder leerlo como un libro. No queremos ser sorprendidos o desconcertados; y cuando suceden cosas contrarias a nuestro concepto de Dios, decimos: “Esto no puede ser Dios. Así no es como él obra”.

Estamos tan ocupados trabajando en Dios que olvidamos que él está tratando de trabajar en nosotros. De esto se trata esta vida, Dios obrando en nosotros y tratando de volvernos vasos de gloria. Estamos tan ocupados orando para cambiar las cosas que tenemos poco tiempo para permitir que la oración nos cambie. Dios no ha puesto en nuestras manos la oración y la fe como si fueran dos herramientas secretas con las que un selecto grupo de ‘expertos’ aprende a obtener algo de él. Dios dijo que él está más dispuesto a dar, que nosotros a recibir. Dios no es un rompecabezas eterno y divino. Él no se ha rodeado de acertijos que los hombres descifren, como si dijera: “Solo los más inteligentes obtendrán el premio”.

¡Estamos tan confundidos en este asunto de la oración y la fe! Pensamos en la fe como una forma de arrinconar a Dios en sus promesas. Gritamos: "Señor, no puedes retractarte de tu promesa. Quiero lo que es mío. Debes hacerlo, o de lo contrario tu Palabra no es verdadera".

Es por eso que perdemos el verdadero significado de la oración y la fe. Vemos a Dios solo como el dador y a nosotros como los receptores, pero la oración y la fe son las vías por las cuales nos convertimos en dadores para Dios. No deben usarse como formas de obtener cosas de Dios, sino como una forma de ofrecerle nuestros corazones, mentes y vidas para que sean transformados como él quiere.