¿Quién es el Verdadero Triunfador?
Muchas veces, la gente lee versículos como el siguiente con un cierto tipo de interpretación que creo que es errónea. “Reconoced que Jehová es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; pueblo suyo somos, y ovejas de su prado” (Salmos 100:3). Probablemente hayan escuchado que se nos compara con las ovejas porque las ovejas son torpes, pero no creo que Dios nos esté llamando torpes. Dicho esto, las ovejas no pueden salvarse a sí mismas de los osos o los leones, de la misma manera que no podemos salvarnos a nosotros mismos de la ley de Dios. Somos culpables e indefensos ante la ley de Dios.
¿Por qué es importante esto? Tomemos como ejemplo la historia de David y Goliat. He oído a pastores hablar de esta historia y decir cosas como: “¡Eres un matagigantes! ¡Dios te ha llamado para cambiar el mundo!”.
¿Puedo decirte que sólo hay un matagigantes y su nombre es Jesús?
Hay predicadores pentecostales que dicen cosas como: “¡El diablo está en la cabina telefónica, llamando a Emergencias ahora mismo!”. Bueno, tal vez lo esté, pero no es porque alguno de nosotros haya entrado por la puerta. Es porque Cristo vive en nosotros. El diablo no nos teme a nosotros, sino al Espíritu Santo que vive en nosotros.
No importa lo que estemos enfrentando o lo bien que estemos andando en la fe, todavía necesitamos al único y verdadero matagigantes. Creo que la historia de David y Goliat es una imagen de Jesús destruyendo el poder del pecado y la tumba. Cristo ha derrotado al diablo y todo intento demoníaco de destruir tu alma.
“Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:28-30).
Cuando David mató a Goliat, todos los hombres israelitas que estaban listos para correr, repentinamente sintieron esperanza y un grito de victoria en sus corazones. Lo mismo es cierto para nosotros en la tumba vacía. Tan pronto como Jesús salió de esa tumba, todos recibimos un grito de victoria. No porque fuéramos lo suficientemente fuertes. No, nuestra victoria viene de Cristo.