¿Quién Sacia Su Hambre?
Muchos cristianos están preocupados por la humildad que requiere la verdadera fe. Considera las escrituras donde Cristo les dijo a sus discípulos: “¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del campo, luego le dice: Pasa, siéntate a la mesa? ¿No le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come y bebe tú? ¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Pienso que no. Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Lucas 17:7-10).
Cristo está hablando aquí de nosotros, sus siervos, y de Dios, nuestro Maestro. Él nos está diciendo que debemos alimentar a Dios. Quizás te preguntes: “¿Qué tipo de comida se supone que debemos traer al Señor? ¿Qué sacia su hambre? La Biblia nos dice: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). En pocas palabras, el plato más delicioso de Dios es la fe. Esa es la comida que le agrada.
Vemos esto ilustrado a lo largo de las Escrituras. Cuando un centurión le pidió a Jesús que sanara a su siervo enfermo, él honró la alta autoridad de Jesús. Sabía que el Salvador podía lograr esta hazaña milagrosa simplemente hablando una palabra y Cristo se deleitó con la fe vibrante del hombre. Se nos dice: “Al oírlo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe” (Mateo 8:10). Jesús estaba diciendo: “Aquí hay un gentil, un extraño, que está alimentando mi espíritu. ¡Qué comida tan nutritiva me está dando la fe de este hombre!”.
Noto en las palabras de Jesús una declaración contundente: “Tú no comes primero. Yo sí”. En otras palabras, no debemos consumir nuestra fe en nuestros propios intereses y necesidades. Más bien, nuestra fe está destinada a saciar el hambre de nuestro Señor.