Él hace Cesar las Guerras
“[Él] hace cesar las guerras…” (Salmos 46:9). ¡Qué buena noticia es esta para el hijo de Dios destrozado y desgarrado por la guerra del alma! La batalla en mi alma es su batalla, y solo él puede terminarla. Mi amoroso Padre no permitirá que la carne o el diablo me intimiden hasta la derrota. Mi guerra está claramente definida por Santiago, quien escribió: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?” (Santiago 4:1). Estos placeres incluyen la codicia, el orgullo y la envidia, enemigos del alma que son comunes a todos nosotros.
A lo largo de los siglos, hombres santos de Dios han preguntado: "¿Acabará alguna vez la guerra de la lujuria en mí mientras esté vivo?" Esa pregunta suena familiar, ¿no? Es la misma pregunta que aun hoy nos hacemos los que amamos al Señor.
La guerra, por supuesto, acabará. Inevitablemente seguirá la paz más grande jamás conocida. Sin embargo, ¿cómo terminará y quién la terminará? A veces es nuestra batalla y nuestra obligación hacer cumplir la disciplina piadosa en nuestras vidas. Si es una batalla fuera de nuestro control, Dios la terminará a su tiempo y manera. Hasta entonces, él nos dará paciencia y la seguridad de que nos él nos ama hasta el fin.
La palabra griega usada por Santiago es stratenomai, que sugiere una batalla contra las tendencias carnales, un soldado en guerra. Se deriva de stratia, que significa hueste o ejército acampado. ¿No habló David de huestes acampadas contra nosotros? Nuestras inclinaciones carnales vienen contra nosotros como una fuerza poderosa determinada a socavarnos y mantenernos en confusión con la esperanza de hacer naufragar nuestra fe al atacar nuestras mentes con miedo e incredulidad.
Sin embargo, si estudias la palabra hebrea para “guerra” usada por David en el Salmo 46:9, hay motivo para un gran regocijo. Es milchamah, que significa alimentarse, consumir y devorar.
Lo que la Palabra nos dice aquí es simplemente maravilloso. Dios va a impedir que el enemigo nos consuma, que nos devore. Ya no permitirá que la lujuria se alimente de nosotros o nos venza. ¡Aliéntate! Dios hará que cese nuestra guerra interior. Esta es su batalla, y él nunca pierde.