Aborrecer la Vida para Hallarla
La clave para una vida abundante se encuentra en un versículo aparentemente insignificante y confuso. “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Juan 12:25).
¡Este es el desafío de Dios para nuestro pequeño mundo! Comprender lo que quiere decir aquí es la puerta a una revelación que da vida. Jesús también dijo: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26).
Ciertamente, Cristo no quiere decir “aborrece”, en términos de una interpretación clásica del diccionario, que es odiar, detestar, disgustar o rechazar. La Palabra de Dios dice: “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida…” (1 Juan 3:15), y: “Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas” (Colosenses 3:19). No es la vida misma la que debe ser aborrecida porque la vida es un don de Dios. No son las personas las que deben ser aborrecidas; eso sería antibíblico.
Debemos aprender a odiar la forma en que estamos viviendo la vida. Debemos aborrecer lo que nos ha hecho nuestra preocupación por la familia y los seres queridos. ¿Está toda tu vida envuelta en tus hijos, esposo, esposa o padres? ¿Todos tus gozos y problemas se limitan a este pequeño círculo? Dios simplemente nos está llamando a ampliar nuestro círculo de vida. La vida debe ser algo más que cortinas, facturas, educación de los hijos, bienestar de los padres, relaciones familiares. En los evangelios, Marta era adicta a una vida de trivialidades, ¡pero María quería crecer! María quería expandir sus horizontes, y Jesús aprobó el enfoque de vida de María.
No puedes crecer hasta que odies tu actual inmadurez. No tienes que abandonar tus deberes y obligaciones con la familia y amigos, pero puedes quedar tan atado por el deber que impida tu crecimiento. Un día debes despertar. Una ira piadosa debe surgir en tu alma, y debes clamar: “¡Oh, Dios! Odio en lo que me he convertido. Odio mis rabietas. Odio lo irritable que soy a veces. Odio mi mal humor. Odio cuan pequeño me he vuelto. ¡Lo odio!"
Debes odiar tanto tu vida presente que clames a Dios: “¡Señor, trasládame a tu glorioso reino de poder y victoria!” (Ver Colosenses 1:13)