Acercándonos Más a Él
El rasgo más fuerte de la fe verdadera y salvadora es el deseo de acercarse a Él. “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (1 Pedro 3:18).
¿Por qué Jesús sufrió y murió? ¿Por qué nos dio justificación? ¿Por qué se nos acredita su justicia perfecta? Fue para poder llevarnos a Dios. Se trata de una comunión íntima con el Padre.
Cuando Adán pecó, perdió lo más preciado que cualquier hombre o mujer podría poseer: la intimidad con Dios. El pecado alejó a Adán de la cercanía con el Padre y, de hecho, él se escondió de la presencia de Dios. Desde entonces, cada vez que el hombre peca, tiene tendencia a correr y esconderse tal como lo hizo su antepasado Adán.
La razón por la que Dios odia tanto el pecado es porque nos roba la comunión con él. Él nos creó para tener intimidad con él, y anhelaba tanto nuestra comunión que envió a su propio Hijo a morir en una cruz, para justificarnos y derribar los muros que bloqueaban esa intimidad.
El poder de la justificación es que abrió un camino de regreso al propósito original de Dios al crear al hombre: la comunión con el Padre.
Este mundo actual está lleno de maldad, calumnias, mentiras satánicas, seducciones, culpabilidad, miedo, condenación; todo esto está diseñado por Satanás para hacernos sentir indignos de venir a la presencia de Dios. El diablo quiere que nos escondamos como lo hizo Adán para impedirnos la intimidad con Dios.
Hemos sido liberados de todo eso. Tenemos derecho a la presencia de Dios, una invitación a su trono, porque contamos con una justicia perfecta delante de él. Dios nos invita al trono de la gracia porque nos acepta como santos en Cristo. Nuestro pecado está bajo la sangre, perdonado, y ahora tenemos derecho a su santidad.
Amado, Jesús no murió sólo para llevarte al paraíso. Murió para que cada día pudieras vivir en una hermosa y cercana comunión con el Padre.