Adorando al Santo
¿Alguna vez has visto a personas actuando de manera santa? Ellos son los que normalmente te dicen: “Estoy ayunando hoy". También suelen ser los que te hacen sentir culpable.
Los rabinos judíos que uno ve junto al Muro de los Lamentos se ven muy santos. Quiero decir, se visten como santos, si es que existe tal cosa. Una vez estuve en Israel en el Muro de los Lamentos; y un hombre santo se acercó a mí. Él fue muy amable e incluso me mostró la sinagoga, luego al final dijo que oraría por mí y por mi familia y que estaría muy dispuesto a aceptar mi donación para sus siete hijos.
No quiero ser ofensivo en absoluto, pero esa experiencia prueba que no somos santos por lo que vestimos. Quizás podamos ser impíos por lo que vestimos, pero no hay un atuendo santo excepto uno, y Dios lo usa. Es su perfecta pureza. Su luminosidad, llena de gloria. Tampoco es algo que solo se pone por la mañana. Si él pudiera tomar prestado mi traje, creo que también comenzaría a brillar, no por la prenda en sí, sino por la santidad en Dios.
Cuando Juan, quien escribió que Dios es amor, tuvo una visión del cielo, también recibió una revelación sobre la naturaleza de Dios. Él observó a seres angelicales que cantaban: "Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir" (Apocalipsis 4:8).
Dios no es santo a veces. Él nunca tiene que arrepentirse. No comete un solo error. No baja la cabeza y dice: "Durante siete mil millones de años, he vivido una vida perfecta hasta que Gary Wilkerson me hizo enojar". Él no necesita arrepentimiento. No es necesario que su hijo se le acerque y le diga: "Padre, compórtate", porque él es santo siempre, total, plenamente.
Esa verdad debería hacernos caer como los 24 ancianos que Juan también vio en su visión y clamar: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apocalipsis 4:11). ¡Aleluya!