Anhelando Nuestro Hogar Celestial
Te confieso que hay una cosa que temo más que cualquier otra en mi vida: el pecado de la avaricia, el amor por las cosas de este mundo, la codicia por más y mejores posesiones materiales.
La codicia ha esclavizado los corazones de muchos cristianos. La gente parece no tener suficiente y sus deudas se acumulan. Piensan que la prosperidad de nuestra nación nunca terminará. Los estadounidenses se han vuelto locos con el consumismo. Estamos viviendo una parranda de gastos que ha desconcertado a los expertos.
Jesús nos advirtió que no nos aferráramos a las cosas de este mundo. Debemos darle gracias por sus bendiciones y dar generosamente para las necesidades de los pobres, pero nunca debemos permitir que nada de este mundo nos robe el corazón.
Recientemente, oré con una amada hermana en el Señor que está muriendo de cáncer; ella ha estado en un gran dolor durante muchas semanas, pero, ¡qué hermoso testimonio es para todos los que la conocen! No hay quejas, ni tristeza, ni cuestionamiento de la grandeza y fidelidad del Señor. Ella me dijo que siente una atracción magnética hacia Jesús y que ahora está “allí con Cristo” más que aquí en la tierra. Ella me bendijo con su gozosa esperanza y descanso en el Señor.
Una vez oí a un ministro muy justo decir: “Solo quiero terminar mi trabajo y salir de aquí”. Algunos de los que le oyeron decir esto pensaron que no estaba agradecido por el don de la vida, pero el apóstol Pablo declaró prácticamente lo mismo. Él escribió: “Si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros” (Filipenses 1:22-24).
Dios no quiere que nos sintamos culpables por sus bendiciones sobre nosotros, siempre y cuando las mantengamos a distancia. Según Pablo, el cielo, estar en la presencia del Señor por toda la eternidad, es algo que debemos desear con todo nuestro corazón.