Apoyándonos en el Dios Confiable
Como nuevo creyente, recuerdo haber sido llevado a la paz del Espíritu por primera vez. Yo sabía lo que significaba decir: “Mi alma está bien” y lo que significaba la Escritura cuando decía: “Pero de día mandará Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida” (Salmos 42:8).
Cuando todavía trabajaba como policía y fui recién salvo, pensé: “¡Por fin! Un lugar con gente honesta. Por fin en un lugar donde la gente no miente”.
Me sentí muy decepcionado cuando me encontré por primera vez con un delincuente en la iglesia. Lamentablemente, tampoco era alguien de la banca de la iglesia. Me fui a casa y me tumbé en el suelo de la sala de estar, y estaba muy desconsolado. “Dios, yo esperaba encontrar esto en la calle. A eso me dedico. Estas son las personas con las que trato el 99 por ciento de mi tiempo, y pensé que podría venir a la iglesia, y que sería un refugio de eso, solo para descubrir que el mismo espíritu se ha infiltrado”. Estaba tan desanimado.
Es así para aquellos que son jóvenes en el Señor. Sientes que Dios te conduce a lugares de paz y esperanza como los que has anhelado, pero nunca los sentiste antes de tu vida en Cristo. Sabes que es un buen camino, pero como David en los salmos, descubres que hay traidores a tu alrededor. Alguien llega a tu vida y te preguntas: “Dios, ¿puedo confiar en esta persona?” Tu pensamiento puede cansarse, y te sientes rodeado de enemigos, y ya no sabes en quién confiar.
Estaba luchando con esta duda ese día en el piso de mi sala de estar. De pronto, sentí la mano de Dios sobre mí y habló a mi corazón: “Carter, yo no soy un hipócrita. Yo no soy un delincuente. Yo hice todo lo posible por ti, y la vida que estás viviendo, la estás viviendo por mí. Así que levántate del suelo y sírveme. Tú no vas a estar delante de la gente; un día estarás delante de mí. Sólo sírveme. Yo soy el único que puede decir: “Bien hecho, siervo bueno y fiel”.
Vivimos para Cristo, no para otras personas. Siempre podemos confiar en Cristo. Actuamos, hablamos y respiramos para Dios.