En el Desierto Arabe
Si busco agradar al hombre, simplemente no puedo ser un siervo de Cristo. Si mi corazón está motivado por la aprobación de los demás, mis lealtades se dividirán y la fuerza impulsora detrás de mis acciones se confundirá. Siempre me esforzaré por complacer a alguien que no sea Jesús.
Unos años después de la conversión del apóstol Pablo, él fue a la iglesia en Jerusalén para tratar de reunirse con los discípulos allí, “pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo” (Hechos 9:26). Todos los apóstoles conocían la notoria reputación de Pablo como perseguidor. “[Pablo] no era conocido de vista a las iglesias de Judea, que eran en Cristo; solamente oían decir: Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba” (Gálatas 1:22-23).
Bernabé ayudó a los apóstoles a superar su temor a Pablo; y pudo haber sido muy tentador para Pablo convertirse en una especie de convertido famoso, pero decidió viajar entre los gentiles. De hecho, Pablo declara: “Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo… no consulté en seguida con carne y sangre” (Gálatas 1:11-12, 16).
¿Qué quiso decir Pablo con esto? En Gálatas 1:17, explica: “Ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia”. Lo que está diciendo aquí se aplica a todos los que desean tener la mente de Cristo. “No tuve que leer libros ni tomar prestados los métodos de los hombres para obtener lo que tengo. Recibí mi ministerio y mi unción sobre mis rodillas. Fui a Arabia y al desierto para que Cristo me sea revelado. Pasé un tiempo precioso allí, vaciándome de mí mismo y siendo enseñado por el Espíritu Santo”.
Esto de ninguna manera justifica a los creyentes arrogantes, solitarios y autosuficientes. Sabemos que Pablo tenía un corazón de siervo. Se había despojado de la ambición propia y había confiado completamente en Cristo.
Cuando tu mente está puesta en conocer y agradar a Cristo, no pondrás la aprobación de los maestros humanos por encima de las instrucciones del Espíritu Santo. Evita seguir a otros creyentes en lugar del Señor. Solo entonces mantendrás una visión clara del llamado de Dios en tu vida.