Camino a la Victoria
Podemos encontrar períodos de sequía plagando las vidas de hombres y mujeres piadosos a lo largo de la Biblia. Este período bajo en el espíritu llega principalmente a aquellos a quienes Dios tiene la intención de usar. De hecho, es común a todos los que él entrena para profundizar en sus caminos.
Al recordar algunos de tus propios períodos de sequía, pregúntate si esos tiempos siguieron a una renovación del Espíritu en tu vida. Quizás hayas experimentado un nuevo despertar, pidiéndole al Señor: “Tócame, Jesús. Me siento tibio. Sé que mi servicio para ti no avanza como debería. Tengo hambre de más de ti. Quiero celo para hacer tu obra, orar por los enfermos, salvar a los perdidos, traer esperanza a los desesperanzados. Renuévame, Señor. Quiero ser usado para tu reino en mayor medida”.
Debido a que te pusiste serio con Dios, tus oraciones comenzaron a obtener respuestas y comenzaste a oír la voz de Dios con claridad. La intimidad con él fue maravillosa, tu pasión aumentaba y tenías un fuerte sentido de su mover en tu vida.
Entonces, un día te despertaste y los cielos parecían estar hechos de bronce. Estabas abatido y no sabías por qué. La oración parecía una agonía y ya no escuchabas la voz de Dios como antes. Tu espíritu se sentía seco y vacío. No tenías nada más que fe.
Amado, si esto te ha sucedido, ¡no entres en pánico y no te castigues! Personalmente, conozco este tipo de zambullida desde la cima de la montaña hasta el pozo más bajo aparentemente en un instante. Pedro habla específicamente de ello, aconsejándonos a no pensar que nos está pasando algo extraño: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1 Pedro 4:12-13).
El Señor permite nuestros períodos de sequía porque Él busca algo en nuestras vidas. ¡Aliéntate! ¡Regocíjate y alábalo aunque no tengas ganas!