Cerrando la Intimidad con Dios

David Wilkerson (1931-2011)

“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6).

Toda la oración del mundo no te ayudará a menos que la combines con fe. Puedes ayunar y orar durante días o semanas, pero no agradarás a Dios sin fe. Tus esfuerzos no te servirán de nada a menos que tu corazón esté anclado en la fe. 

“Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (Santiago 1:6-7).

Si estás orando fervientemente pero nunca crees que Dios te responderá, lo estás avergonzando. Puede que te haga sentir bien o santo; pero en realidad estás perdiendo el tiempo, sumergiéndote en la incredulidad y la duda.

Conozco cristianos que dicen que oran diariamente, a menudo llorando ante el Señor, pero no sucede nada. Siguen abatidos y deprimidos. Sus vidas siempre están en crisis porque han llegado a la presencia de Dios sin estar completamente convencidos de que él hará lo que prometió.

¡Oye lo que él te asegura! “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:24). “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 21:22).

Muchos en el pueblo de Dios viven como pobres espirituales porque sucedió algo que les hizo cuestionar el amor de Dios. Dicen: “¿Cómo puedo confiar en Dios cuando no entiendo por qué permitió que me sucediera algo así?”

No hay una respuesta humana a su confusión. Dios conoce el fin desde el principio, y sólo cuando estemos en el cielo entenderemos por qué algunos de estos vientos y olas nos han sacudido y por qué Dios permitió todo.

Yo creo que lo único que necesitamos saber por ahora es esto: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre?... yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros” (Isaías 49:15-16). Dios nos ha dado su palabra. “Tú eres mi hijo. Estás grabado en la palma de mi mano, ¡así que confía en mí!”

 
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